VALENCIA. Desde la seminal El enigma de otro mundo (The thing, Christian Nyby, 1951), que terminaba con un periodista alertando a la población por la radio con el ya mítico "¡Vigilad el cielo!", hasta la hipertrofiada Independence Day (Roland Emmerich, 1996), puede decirse que no hay película de invasión extraterrestre que no esté en deuda con La guerra de los mundos (The War of the Worlds), la novela del británico Herbert George Wells publicada en 1898 que pasa por ser la primera obra literaria que describe un ataque alienígena sobre la Tierra. Esa condición precursora puede ser uno de los motivos de su recurrente fama, pero es indudable que la posibilidad de lecturas metafóricas que ofrece tampoco ha sido ajena a su éxito.
Considerada un clásico indiscutible de la ciencia-ficción, La guerra de los mundos no es la mejor novela de Wells, también autor de La máquina del tiempo (The Time Machine, 1895) o El hombre invisible (The Invisible Man, 1897), pero resulta modélica en su narración del fracaso humano frente a la amenaza exterior, apunta conceptos futuros (como la guerra bacteriológica) y evita la condescendencia con el lector a la hora de exponer la situación de caos y muerte que asola Inglaterra como consecuencia del asedio marciano.
Como es lógico, se trata de una historia muy golosa para el cine, aunque también complicada de convertir en imágenes, especialmente por los gigantescos vehículos destructores en forma de trípode utilizados por los alienígenas en su conquista. Directores tan dispares como Cecil B. De Mille, Sergei M. Eisenstein, Alexander Korda e incluso Alfred Hitchcock barajaron en alguna ocasión la posibilidad de realizar una película basada en la novela, pero ninguno de ellos logró concretar el proyecto.
TERROR EN LAS ONDAS
De hecho, la primera adaptación de la novela que se ganó un lugar en el panteón de la cultura popular no fue cinematográfica. La noche del 30 de octubre de 1938, el plantel de actores del Mercury Theatre, dirigido por Orson Welles, ofreció al público una más de sus emisiones regulares: La versión radiofónica de La guerra de los mundos. Como todo el mundo sabe, no fue un programa normal.
Un elevado porcentaje de la audiencia creyó que los hechos que escuchaba a través de la radio eran un auténtico reportaje periodístico, y que el ataque extraterrestre era real. El acontecimiento, convertido en un hito en la historia del medio, contribuyó a engrandecer la fama de un Welles que todavía estaba lejos de convertirse en el enfant terrible de Hollywood merced a su opera prima, Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), y además permitió al autor del guión radiofónico comenzar a labrarse un merecido prestigio que alcanzaría su momento de mayor reconocimiento con su participación en la redacción de Casablanca (Michael Curtiz, 1943).
Su nombre era Howard Koch, y en 1970 decidió recordar aquella experiencia, que cambió su vida, en el libro The Panic Broadcast, aparecido en castellano en 2002, con el título de La emisión del pánico, en una edición traducida por Patricia Sojo para el Centro de Creación Experimental de la Universidad de Castilla-La Mancha. El volumen no incluye únicamente el guión íntegro de la famosa emisión, sino también un CD con la grabación original del histórico programa y varios artículos de Koch acerca del suceso. Más allá del valor documental del material sonoro, es en esas reflexiones a posteriori donde vale la pena detenerse.
El autor hace referencia a un estudio de la Universidad de Princeton sobre el terror generalizado que causó el programa y afirma que "en la lista de causas citadas como provocadoras del pánico, la inseguridad ocupa uno de los primeros lugares. Inseguridad de todo tipo: personal, económica y política". Los condicionantes en que se desarrollaba la vida norteamericana en la época fueron el caldo de cultivo ideal para que un inocente programa de radio disparara los miedos de la población. Citando de nuevo a Koch, "en 1938, la profunda crisis de comienzos de la década de los treinta aún estaba presente en la memoria de los adultos. Habían experimentado el impacto de perder sus trabajos, sus negocios o sus granjas de un día para otro".
Sin olvidar otra amenaza mucho más temible: "La sombra de una guerra se cernía sobre nosotros. Como sabemos, la guerra no es un fenómeno espontáneo, sino la intensificación de los ejércitos que ya están trabajando durante los intervalos de paz. Los marcianos estaban en marcha mucho antes de la noche de la simbólica invasión. Muchos oyentes identificaron a las criaturas monstruosas con los alemanes. Dieron por sentado que Hitler había desarrollado un arma secreta devastadora y que estaba tomando el mundo entero". Una vez más, el género fantástico se convertía en reflejo de miedos reales.
Koch llega, finalmente, a unas conclusiones que pueden aplicarse a nuestra realidad actual. "Hoy en día, la política se ha convertido en un problema demasiado serio como para dejarlo en manos de los políticos. A través de los medios de comunicación, los políticos tienen acceso a las mentes de millones de personas. Con la ayuda de expertos en relaciones públicas, pueden colorear los hechos y recrear la historia según su conveniencia. Cuando la lógica está claramente en contra de la política que están tratando de vender, los políticos pueden recurrir a la llamada emocional de la lealtad y el patriotismo. Mediante una manipulación inteligente, a la gente se le puede hacer tragar veneno, si se administra en pequeñas cantidades, cuidadosamente dosificado y con la etiqueta de una autoridad reconocida". No hace falta añadir nada más.
DOS VERSIONES CON REPAROS
En 1952, el productor George Pal pensó que el clima postbélico de la Guerra Fría, donde confluían invasiones auténticas y reciente pánico de masas, era propicio para poner en marcha una adaptación al cine. Pal estaba detrás de dos éxitos de género como Con destino a la Luna (Destination Moon, Irving Pichel, 1950) y Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide, Rudolph Maté, 1951), e invirtió dos millones de dólares (el presupuesto más alto empleado en una cinta de ciencia-ficción hasta la fecha) para que los efectos especiales (que ganarían un Oscar) estuvieran a la altura del proyecto.
Y así fue, aunque el guión de Barré Lyndon se tomó excesivas licencias con el original literario. Los trípodes, por ejemplo, fueron sustituidos por unos platillos volantes de similar potencia devastadora, y la acción se trasladó a Los Ángeles en los años cincuenta, pero sin duda las aportaciones más discutibles de La guerra de los mundos (The War of the Worlds, Byron Haskin, 1953) son las que conciernen a la inclusión de una trivial historia romántica y, sobre todo, al subrayado de los elementos religiosos de la trama.
Porque si bien Wells alude en el libro a la derrota marciana a causa de su indefensión ante los gérmenes terrestres refiriéndose a ellos como "aquellas extrañas criaturas que la Divinidad, en su sabiduría suprema, había puesto sobre la Tierra", la película carga las tintas conectando la derrota de los invasores con la reunión de los creyentes en las iglesias para rezar por la salvación de la humanidad.
El valor del film, sin embargo, hay que buscarlo en las poderosas imágenes de las naves aniquilando todo lo que encuentran a su paso (modelo de infinidad de producciones posteriores) y en una lectura metafórica menos acentuada que la de otras producciones de la época, como Red Planet Mars (Harry Horner, 1952), donde se asociaba sin ningún rubor la organización social de Marte (planeta rojo, para más señas) con postulados marxistas. Numerosos títulos de género de los años cincuenta usaron el mismo telón de fondo, identificando de manera más o menos velada la amenaza extraterrestre con el peligro comunista, que podía socavar el american way of life.
En el nuevo siglo, los comunistas que se escondían tras el telón de acero han sido sustituidos en el imaginario estadounidense por los terroristas islamistas. El ataque de 2001 a las Torres Gemelas instauró un nuevo enemigo a batir, hecho al que no es ajena la versión de La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005) dirigida por Steven Spielberg, hasta el punto de que la idea es verbalizada por algunos de los personajes protagonistas cuando se produce el primer ataque alienígena.
En este caso, los guionistas (David Koepp y Josh Friedman) también añaden elementos de su cosecha, tanto a la hora de resituar cronológicamente la historia (que se desarrolla en la época actual) como en los términos en que se produce el ataque: el avance en el terreno de los efectos permite reproducir con fidelidad los terroríficos trípodes de la novela, pero también añadir la gratuita circunstancia de que surjan del subsuelo terrestre. Además, tal como sucede en la mayoría de producciones de terror y ciencia-ficción con vocación mainstream de los últimos años, el modo de dotar de complejidad psicológica a los personajes consiste en plantear el socorrido conflicto familiar de rigor (divorcio, enfrentamiento generacional paternofilial).
Existe también una serie de la que se rodaron tres temporadas (1988-1990) y dos telefilms, ambos de 2005, a rebufo del éxito comercial de la versión de Spielberg, pero en todos los casos la conclusión es la misma: Ya sea en el siglo XIX o en el XXI, hay que mantener la guardia alta y permanecer alerta. El enemigo siempre está al acecho.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.