VALENCIA. En una noche en medio de la semana un grupo se encuentra en el punto geográfico en el que ha sido citado. La mayoría no nos conocemos ni nos hemos visto antes. Un cartel pegado a la pared nos conduce hasta una nueva ubicación y una vez allí hacia la dirección final. Todos venimos con la intención de cenar, aunque no sabemos dónde lo haremos, ni qué comeremos, y hasta hace unos minutos no conocíamos quién nos acompañaría. Todos nos hemos apuntado por e-mail a unas cenas envueltas de un solemne ritual.
En el camino hasta el destino, el grupo de desconocidos se divide en dos. Uno camina más lento y desconfiado; el otro se dirige con ansia, retirando la dobleces y comentando dónde demonios tendrá lugar la cena. Hemos llegado. En el portal de un edificio de la calle Puerto Rico (Valencia) nos recibe una mujer. Como una cancerbera nos guía por las escaleras, pidiendo silencio, hasta alcanzar la vivienda. Es un precioso hogar de suelo con mosaico hidráulico. Allí otra mujer deshace por completo las jerarquías improvisadas y nos emplaza desordenadamente sobre una larga mesa. Del hilo musical brotan rugidos animales. La temática de la noche, La mirada animal.
Comienza la cena, que parece una fábula. Llega un plato. Y otro. Y otro. Y otro. En la mesa, casualmente en frente, está sentada la hermana de un arquitecto amigo. A un lado, un trabajador de la estación Joaquin Sorolla. En total, alrededor de veinticinco comensales. Sobre la mesa una cámara de fotos puesta por la 'organización y que va pasando de mano en mano. Imbuidos por el festín, los desconocidos nos hemos vuelto más o menos aliados.
Las dos mujeres que manejan los hilos de la velada permanecen al margen, son testigos silenciosos. Termina la cena y del salón nos desplazamos a una de las habitaciones, donde se proyecta un frenético reportaje animal. Fin. Muchos de los comensales intercambian contactos. Algunos se marchan juntos a continuar la conversación. Salimos con sigilo de un casa que durante algunas horas ha sido algo parecido a un hogar.
Son las cenas de Cuina Furtiva, una experiencia culinaria que desde el 2012 ha atrapado desde el misterio a cientos de valencianos.
Las dos mujeres se llaman Mariví Martín y Sonia Martínez. Se conocieron trabajando en el festival VEO y pertenecen a una escena que ha retorcido los destinos tradicionales del ocio y ha comenzado a estimular a su público a través de la colonización de salones domésticos. Es un movimiento en crecimiento. La tercera vía. También lo hace Rick Treffers o Jacobo Julio, pero a ellos los presentaremos después.
Mariví Martín y Sonia Martinez han comenzado a las nueve de la mañana y despiden a sus invitados pasada la medianoche. Cambian la temática y el menú de las cenas varias veces al año. Y, sobre todo, modifican su ubicación. "Nos gusta la itinerancia". Ruzafa, la Malvarrosa ("en una casa viendo el mar"), Viveros ("en una casa con jardín")...
"Mucha gente", sitúa Sonia Martínez, "nos ofrece su vivienda. No les conocemos ni tenemos amigos en común, pero nos piden que organicemos Cuina Furtiva en sus hogares. Para ir necesitamos que tengan un salón y una cocina lo suficientemente grandes". "Para cada tanda de cenas", comenta Mariví Martín, "convivimos durante una semana con los propietarios de la casa. Nos acogen. Dormimos incluso allí. A cambio les cocinamos cada día. El propietario asiste a las cenas colectivas pero nadie sabe quién es".
Implicadas en antiguos capítulos creativos de la ciudad, Martínez y Martín dedican tres meses a preparar cada episodio de cenas. "Definimos el tema, el discurso, el alimento, la forma de cocinarlo, el espacio...".
- Pero, ¿por qué en una casa?
- Tiene que ver -responde Martínez- con la búsqueda de lugares no convencionales, con que muchos de los escenarios que ya hay no funcionen.
- Y existe una cuestión económica, también existe -dice Martín.
- Está descartado hacerlo en un local fijo porque una casa -según Martínez- nos diferencia, nos permite cuidar al máximo a los comensales, envolverles, no hay satélites.
- En una casa particular -aporta Martín- están las fotos, los recuerdos, los objetos de viajes, los colores de los cojines, de qué forma está diseñado el espacio...Todas esas cuestiones tienen un valor.
En una de las veladas un invitado acudió con su pareja y al terminar la cena, reagrupados, pidió que emitieran un audio de Ovidi Montllor recitando 'Els amants' de Vicent Andrés Estellés. "No hi havia a València dos amants com nosaltres". Se lo dedicó a su chica y la casa comenzó a pertenecerles.
"Cada noche", resume Mariví Martín, "es absolutamente diferente porque la gente es diferente, el tono de la voz, las conversaciones, la duración de la tensión inicial, la unión de los grupos, las emociones, todo es diferente".
Más caras. Dejamos a Mariví Martín y Sonia Martínez por Rick Treffers, creador de Live In The Living Es un cantante holandés residente en Valencia. Un buen ejemplo de cómo superar formatos clásicos para encontrar antídoto al arsénico del apalancamiento. En 2002 estaba en su casa de Amsterdam tocando sus canciones. "Me dije, qué bien suena esto en mi salón. Qué pena que no haya público. Y puse solución. Entonces invité a mis amigos, luego vinieron amigos de mis amigos. Así nació Live In The Living". La mecha de los conciertos en los salones prendió, de la mano de Treffers, también en La Haya, en Rotterdam, en un programa de la televisión pública holandesa, y desde 2007 en Alemania y España.
El funcionamiento, simple: un anfitrión pide a Rick Treffers que organice un concierto en su morada. Se ponen las entradas a la venta. Normalmente se agotan rápido. Tres artistas, con quince minutos por cabeza, interpretan a pelo sus canciones. Se produce un descanso de 15 minutos ("en Valencia suele ser de 25"). Y comienza la segunda parte del partido.
- ¿Los vecinos qué dicen, Rick?
- Nunca ha habido problema. Les avisamos antes: "veníos al salón".
Rick llegó a Valencia porque "amaba España. Siempre me había gustado, por lazos con amigos, novias... Con mi grupo, Mist, había estado tres veces en Valencia. Y como está cerca del mar, dije, voy allí". Y aquí encontró una primera diferencia: "los salones son más pequeños, aunque hay más habitaciones. En Holanda las casas no tienen tantas habitaciones, pero los salones son mucho más grandes".
Y una segunda distinción: "En España la gente suele tener vergüenza de ir a la casa de otra persona, hay más desconfianza. Quizá porque en Holanda o Alemania se organiza todo en las casas, mientras que aquí casi todo sucede en la calle, la casa suele ser sólo para la familia. Pero finalmente cuando entran a casas ajenas, todo es complicidad".
Chozas en Peris y Valero, Na Jordana, Simón Ortiz, Marqués de Caro o Guillem de Castro ("en una cuarta planta, se veía toda Valencia desde las alturas, con la luna llena; apagamos las luces y todo fue increíble") han sido testigos de conciertos bien íntimos que nunca aparecieron en el periódico pero que supusieron un buen entramiento para decenas de artistas arropados por una media de cincuenta espectadores:."Yo antes era más tímido, pero aquí no puedes esconderte, estás más expuesto, tienes que aprender a hablar entre las canciones, porque el público está más entregado, pero también más cerca, sin barreras. A algunos artistas eso les da miedo"
"Pero como la distancia entre los grandes de la música y los pequeños cada vez es más grande, hay que cambiar el chip, hay que hacer cosas distintas. Y no hay nada más directo que tocar en una casa". Lo dice Rick.
Cambio de rumbo. A las puertas del mar cada año se celebra Cabanyal Íntim, una cita que además de darle complejidad a la oferta cultural de Valencia tiene lugar en... casas particulares. El actor Jacobo Julio, uno de los rostros carismáticos del Íntim, razona el porqué de la elección doméstica: "con tanta proliferación de macrofestivales, queríamos recuperar justo lo contrario. Esa humanidad perdida, esa cercanía. En un principio, dada la situación del Cabanyal, era una contienda: teatro contra excavadoras. Pero ahora la función se ha normalizado y lo que pretendemos es darle el contenido que el barrio se merece".
El motivo de situar la acción en los hogares del Cabanyal era humanizar unas casas al borde de la supresión. "Queríamos, queremos, enseñar que en las casas hay corazón, quitar el miedo a que se visite el Cabanyal. Los vecinos nos han abierto sus casas de forma agradable, mientras que los espectadores, porque todos somos muy curiosos, también vienen por el interés de ver las casas por dentro". Ya han representado obras escénicas en más de 40 casas del barrio. "Y este año alguna pieza tendrá lugar sobre una cama", amenaza Jacobo Julio. La mayoría de las casas, entre tanto, sobrevivieron.
Como en casa, en ningún lado. Continuará.
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