VALENCIA. Leer a Juan Gabriel Vásquez podría considerarse un ejercicio hamletiano. Uno entra en la narración con la comodidad de lo cotidiano (ya saben, la variante molona del costumbrismo), con personajes maduros que se separan, que se quieren, que cuidan a una hija, que observan cómo su hija se marcha al extranjero huyendo quién sabe si del conflicto familiar, lo normal.
Uno entra, decía, en un mundo de madrugones, coches y café, alguna vez de psicólogo, y la mayoría de las veces de segunda vivienda. De boleros y de jazz en el salón de casa. De salir a comer a un restaurante y fijarse en qué conocido come al lado y con quién. Muy Juan José Millás, pero en colombiano y sin conformarse.
Y de repente, ante el mundo confortable de la edad madura (es decir, de la edad burguesa) la prosa de Vásquez abre un precipicio por donde asoman conflictos de primer orden, y donde uno queda a merced del vaivén emocional de lo que imagina: por qué razón un arrebato de honestidad nos devuelve la imagen sucia de nosotros mismos cuando acabamos de conseguirlo todo, qué es lo que duele o lo que ha muerto mientras el triunfo profesional nos permite parecer felices. Precisamente qué significa el triunfo. Precisamente sobre la base de qué renuncias se levanta ese mismo triunfo.
Las reputaciones (Alfaguara, 2013) es eso, a ratos. Igual que Juan Gabriel Vásquez, a ratos cotidiano, a ratos conmovedor, a ratos inteligente, a ratos divertido. Y cuando uno termina, tiene la vaga sensación de haber leído varias cosas.
NOSOTROS NO EXISTIMOS, EL INFIERNO SON LOS OTROS
Javier Mallarino es un caricaturista que ha llegado a la cima de su carrera. Azote de gobiernos y voz de la conciencia nacional colombiana, se ve un día esperando entre bambalinas para salir al escenario del Teatro Colón de Bogotá, donde una ministra y todo el público en pie están esperando para aplaudirle por sus 40 años de carrera. "Cuarenta años y más de diez mil caricaturas. Y déjenme que les confiese una cosa: todavía no entiendo nada".
Su ex-mujer, Magdalena, lo observa entre la multitud desde una de las primeras filas; él busca su mirada como único mástil al que aferrarse en la tormenta. Y luego de la ovación, el cóctel. Y luego del cóctel, la aparición de Samanta Leal pidiéndole una entrevista. Y luego de la petición, la tragedia.
Samanta Leal llegará a la casa de Mallarino para reconstruir un recuerdo que no tiene. ¿Quién fue Adolfo Cuéllar? ¿Qué le hizo en esa casa siendo ella una niña? ¿Quién fue el culpable de que Cuéllar, congresista de derechas, se lanzara al vacío desde la consulta de su médico?
Quizás el olvido sea el único camino hacia la salvación. El olvido, la amnesia, morfina, una cosa lleva a la otra. O quizás, los aplausos acallen con su estruendo los sonidos, las voces y las palabras de las historias que queremos olvidar. ¿Acaso no estamos a merced de las reputaciones? ¿Acaso nuestro triunfo, nuestra felicidad, y aun nuestro pasado, no dependen de cómo nos recuerden los demás?
Juan Gabriel Vásquez construye una novela intermitente, puntualmente conmovedora y por momentos brillante: 140 páginas desiguales. Las reputaciones camina de una historia a la otra, del éxito de Mallarino y su trayectoria periodística, a la tragedia en ciernes de Samanta Leal. Y en medio, personajes medio raros, como el diputado Cuéllar, o soberbios (e incomprensiblemente relegados) como Magdalena: "Te estaban mirando con admiración. [...] O con asombro, o con sobrecogimiento, tú escoge la palabra que más te guste. Pero eso era lo que había en el ambiente, esa especie de temor que les inspirabas, sí, un temor reverencial. Y luego vino lo peor: cuando me di cuenta de que estabas orgulloso. Estabas orgulloso de esa pregunta que te hicieron. [...] Estás orgulloso y ya no sé quién eres". Este es el punto de la autenticidad.
Que una niña se haga mayor y descubra que creció sin saber qué ocurrió una noche tiempo atrás es un falso conflicto. Que un periodista, o dibujante, en la cima de su carrera se debata entre la fama o la verdad, es otro falso conflicto (sobre todo si no llegas a contarlo). Pero no Magdalena, ese personaje, y los fragmentos que nos regala.
Las reputaciones, con todos sus altibajos, pone sobre la conciencia del lector preguntas bien afiladas y pasajes hermosos, sutiles. Una delicia. Elige bien, al final solo quedan recuerdos.
COLOMBIA SIN GARCÍA MÁRQUEZ
Juan Gabriel Vásquez recupera con Las reputaciones la maestría que demostró con Los informantes (2004) y no tanto con El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara 2011). El colombiano sorprendió en 2004 con una extraordinaria novela sobre la traición, la memoria y el perdón de los hijos hacia los padres, que lo colocó en la vanguardia de una nueva generación de narradores colombianos.
A pesar la desaparición reciente de Álvaro Mutis y el largo silencio de García Márquez, la literatura colombiana ha sabido sobreponerse a la grandeza y encontrar nuevos caminos expresivos, alejados quizás de aquel territorio mágico de los 60 en adelante. La violencia del narco, de las FARC y del Estado, la esquizofrenia bogotana, el doloroso pasado que la historia quiere borrar, es decir, todo lo que no era subir a los cielos de Remedios la bella, porque ya nadie en Colombia sube a los cielos. ¿Qué fue del realismo mágico? Se lo cargó a balazos Pablo Escobar.
Fernando Vallejo, antes, Héctor Abad Faciolince, después, y Juan Gabriel Vásquez, ahora, confirman que Colombia sigue siendo uno de los puntos de referencia del talento en las letras hispánicas contemporáneas. Por mucho tiempo. No está mal para sobrevivir a un Nobel.
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