VALENCIA. En 1897 apareció publicada la novela Lo que Maisie sabía. En ella, Henry James nos presentaba la historia de una niña, Maisie Farange, que se convertía en el dardo arrojadizo del largo proceso de separación y divorcio de sus padres. Desde el principio de la novela quedaba claro que el objetivo de los progenitores era utilizar a la chiquilla para hacerse daño entre sí. El acuerdo de separación contemplaba que tuviera que pasar medio año con cada uno de ellos, un acuerdo que ambos incumplían para perjudicarse mutuamente. Además, el juego se volvía más retorcido cuando el padre decidía casarse con la institutriz que ayudaba a la madre, lo que provocaba que ésta se buscase una nueva institutriz, la señora Wix, y un nuevo marido.
El relato le servía a James para hacer una composición desoladora de la sociedad victoriana, de ese Londres de falsas apariencias que escondía, bajo su ropaje de lujo y de glorias imperiales, un mundo en descomposición, corrompido por el celo puesto en la moral pública. Los cuatro protagonistas adultos de la novela (los padres y padrastros de Maisie) utilizaban a la niña "como una pelota de tenis" (según la expresión de James) contándole a la pequeña chismorreos de los demás para ganarse su favor. Frente a todos ellos, la verdadera moral la representaba la señora Wix, que le hacía ver al final de la novela el juego de mentiras que habían articulado los adultos, un mundo de manipulaciones y vanidades en el que también había caído Maisie.
Porque la solución que se le había presentado a Maisie era quedar al cuidado de sus respectivos padrastros que, a su vez, habían iniciado una relación conjunta, separándose ambos de sus parejas, es decir, de los padres naturales de Maisie. Así, la niña albergaba la esperanza de iniciar una nueva vida con la mujer de su padre y con el marido de su madre, ante el desprecio continuo de sus progenitores, más ocupados en sus diversos amoríos. Para rizar el rizo, con el paso del tiempo y la llegada de la adolescencia, Maisie acababa enamorándose de su padrastro, Sir Claude, llegando a plantearle huir los dos solos a París. Todo en el contexto de una sociedad que iba a la suya, que mostraba los vaivenes de los banqueros que se enriquecían y arruinaban en la City.
En 2012, y de nuevo con un mundo en transición como telón de fondo, dos cineastas norteamericanos, Scott McGehee y David Siegel, estrenaron su adaptación de la novela de James (que llega este fin de semana a España), con vocación de fidelidad hasta el punto de mantener el mismo título. No obstante, no estamos ante una adaptación canónica en el sentido de que, para estos cineastas, la fidelidad no consiste en trasladar el espacio y el tiempo del texto original, sino en trasladar al presente. Es decir, James retrató su tiempo presente, el que le tocó vivir a finales del siglo XIX, de modo que lo realmente fiel sería dialogar con su novela desde el presente de su adaptación cinematográfica, o sea, principios del siglo XXI.
Al pensar en las adaptaciones literarias, el canon establecido a lo largo del tiempo (desde William Wyler hasta James Ivory) ha hecho que nos acostumbremos a que éstas implican un trabajo de ambientación. Así, adaptar las novelas de Henry James supone ambientar sus historias en las épocas en que fueron escritas. Esto no es más que una decisión fílmica, acertada o errónea según las ocasiones, pero que no debería llevarnos a engaño: la fidelidad en las adaptaciones literarias al cine no consiste en fotocopiar las páginas de la novela en ilustraciones fílmicas sino en dialogar con los textos literarios usando las herramientas expresivas audiovisuales. Del mismo modo que James no miró hacia el pasado cuando escribió Lo que Maisie sabía, no hay ningún motivo para hacerlo al entablar un diálogo con esta obra.
De este modo, la película se ambienta en el presente, 2012, y en Nueva York, la ciudad que constituye en la actualidad lo que representaba exclusivamente Londres hace cien años, es decir, el centro del mundo económico y financiero. En ese centro del capitalismo voraz es donde se desarrolla ahora esta historia de desmoronamiento de la institución familiar. Un derrumbe que muestra la paradoja del texto de James, una soledad en un mundo cada vez más conectado, ya que el egoísmo de todo el mundo aboca a Maisie a una situación de cruel abandono. Como decía James, el personaje de Maisie se veía en la curiosa situación de que pese a contar "con dos padres, dos madres y dos hogares, seis protecciones en total, no tendría adónde ir".
Esta adaptación traslada con mucha inteligencia uno de los meollos de la novela, el punto de vista, centrado en todo momento en Maisie. Es la niña quien nos ayuda a articular lo que pasa a su alrededor, que no son más que retazos de situaciones que ella va reconstruyendo, ya que los adultos no le permiten acceder a toda la información. Así, el lector sólo accede a aquello que llega a conocer una niña que, según va creciendo, va articulando sus pensamientos y sus intenciones. En resumen, el lector tiene que ir llevando a cabo este proceso de descubrimiento.
En su adaptación, McGehee y Siegel han decidido seguir la máxima de James: "Los niños registran muchas más impresiones que palabras tienen para traducirlas". Por lo tanto, el espectador elabora el mismo proceso que el lector, asistiendo a las situaciones a través de la observación de la niña y asumiendo la fragmentación del punto de vista en el proceso comunicativo. El espectador es aquí consciente de esta parcialidad y de su esfuerzo activo en la construcción del relato. Por ello, vemos a los padres de Maisie discutiendo pero sólo en los momentos en que ella los contempla porque la cámara sigue en todo momento los pasos de la niña.
Pero han pasado más de cien años desde el fin de la época victoriana y también han cambiado algunas cosas. El papel relevante de la institutriz ha desaparecido y su lugar lo ocupan ahora los padrastros, a los que los cineastas les otorgan ese papel educativo y redentor porque son marginados del sistema: él trabaja sirviendo copas y ella tampoco anda muy sobrada de recursos. También ha desaparecido el matiz manipulador de Maisie, que incidía en su pequeño mundo que iba construyendo, porque en estos últimos cien años hemos vivido, sobre todo, un proceso de infantilización de la sociedad donde ya no se entendería tanto esa dualidad o, como decía James, "lo íntimamente relacionados que se hallan lo dichoso y lo siniestro". Por eso esta adaptación resulta demasiado amable, siguiendo la estela de ese cine norteamericano que prefiere dejar la amargura a un lado y presentar con suavidad los conflictos más graves, como los embarazos de adolescentes (se veía en la película Juno) o aquí el abandono familiar. Ésos son los peajes que a veces se pagan también en las adaptaciones al cine y que resumió Alfred Hitchcock con un chiste: dos cabras se están comiendo los rollos de una película basada en un bestseller y le dice una a la otra: "Yo prefiero el libro".
Ficha técnica
¿Qué hacemos con Maisie? (What Maisie Knew)
EE.UU., 2012, 99'
Directores: Scott McGehee y David Siegel
Intérpretes: Julianne Moore, Alexander Skarsgard, Steve Coogan, Onata Aprile, Joanna Vanderham
Sinopsis: Los padres de Maisie, una niña de seis años, deciden divorciarse. Además, usan a la niña como frente de todos sus ataques y reproches. Los respectivos nuevos cónyuges de ambos se acabarán haciendo cargo de Maisie.
Basada en la novela Lo que Maisie sabía (What Maisie Knew), de Henry James
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.