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LOS LIBROS DE @CORAZONRURAL

Los Pegamoides,
la generación que
derribó a 'los progres'
de pana y cantautor

ÁLVARO GONZÁLEZ. 20/01/2014 Un libro sobre el único disco de Alaska y los Pegamoides critica que los ‘progres antifranquistas' eran dogmáticos, como sus enemigos, pero con una cultura aún más aburrida que la franquista

VALENCIA. La colección ‘Cara B' de Lengua de Trapo cuenta la historia y el contexto de los discos más importantes de la historia de la música popular española. Si la entrega sobre Mecano resultó ser todo un hallazgo que se leía del tirón te gustase o no el discutido trío, el libro sobre Alaska y los Pegamoides El año en que España se volvió loca reúne las mismas características.

Lo más interesante, al igual que en el trabajo de Grace Morales, más que la profusión de fuentes y la ingente labor de documentación, es la visión de la autora sobre aquellos años. Otra vez, tenemos un análisis muy escéptico y poco romántico sobre un pasado nada épico. Muchos encontrarán excepciones en todo lo que opina, sobre todo en lo que asevera, pero es una visión crítica muy interesante. Lástima que en un país donde discrepar es equivalente a escupir en la cara, lo que ocurrirá es que algunos se sentirán agredidos y cargarán las tintas contra el ensayo. Así somos. 

Pero uno goza leyendo el retrato de "los progres" artífices de la Transición. Para Patricia Godes, la autora, lo que se ha tenido en llamar 'La Movida' fue claramente una reacción contra el aludido colectivo. Por una parte obvia, por el agotamiento de la fórmula de los cantautores en lo musical, pero muy especialmente por la prepotencia y la arrogancia de "los progres" en otros aspectos de la vida. Sobre todo el citado de la alergia al discrepante. 

Para la autora, por muy antifranquistas que fuesen, la mayor parte de esta gente había sido educada, aunque no les gustase, por curas, mujeres-madre amas de casa avasalladas y hombres autoritarios y machistas con bigotillo franquista. Los pelos largos y las patas de campana no podían borrar de la psique ciertos tics inevitablemente heredados que, según este libro, se manifestaban sobre todo en un profundo desprecio por los gustos de las clases populares.

En los primeros capítulos aparecen testimonios hasta de personas a las que no les dejaban pararse en el escaparate de una tienda de tebeos a ver las últimas novedades de Asterix porque eso era "burgués". Iban por ahí echando broncas, da a entender, inquisitivos y castradores. 

Sin embargo, muchos tuvieron que ver con envidia cómo los jóvenes de la Transición se lo pasaban bien y, además, tenían una dilatada agenda sexual con la que ellos no habían ni soñado. Es ahí donde, explica, apareció el fenómeno del madurito ochentero que empieza a comprarse trajes de diseño, se convierte en un sofisticado gourmet y no le hace ascos a la cocaína. Si los jóvenes se divierten, ellos también. A cualquier precio.

Además, la prensa, controlada o incluso copada por la generación "progre", como la juventud no comulgaba con sus ideales a pies juntillas tuvo a bien identificarla con "la nueva derecha". Un ramalazo dogmático y maniqueo como el de los propios franquistas.

El problema, no obstante, es que hubo muy poco de romántico en todo el fenómeno a gran escala. No sólo por el intento convertir a los grupos de la Nueva Ola -desvinculados de las reivindicaciones sociales económicas, como contó Morales- por parte del Gobierno a base de cederles un generoso espacio en la televisión, sino por lo mal que se digirió en muchos sectores la libertad. Godes considera que en España no hubo "modernización", sino "modernez". Nos despedimos de los buenos modales y dejamos atrás la honradez, señala, para librarnos del peso de un pasado severo que había sido "demonizado hasta el extremo".

Y sentencia: "Libertad significa, en 1982, simplemente emborracharse, hacer el imbécil y jactarse tanto de las hazañas sexuales propias como de conocer las ajenas. Nuestro dogmatismo e intolerancia ancestrales seguían en pie de guerra y, si no bailabas borracho encima de las mesas, los esclavos del averno de la presunta modernez se te echaban encima como las proverbiales furias y basiliscos". Toma ya. 

El caso es que en esta confrontación generacional surgieron Alaska y los Pegamoides. El grupo, que venía de la disolución de Kaka deluxe, de los pioneros del punk español, y la incorporación de Eduardo Benavente y Ana Curra (posteriormente Parálisis Permanente), si algo tenía en aquel momento era la imposibilidad de etiquetarlo en condiciones, eso que se hace para que nadie se sienta incómodo o fuera de onda. 

Eran pop, o música ligera sin pretensiones, sin haber dejado de ser punk y, a su vez, nunca llegaron a ser del todo góticos -siniestros se decía entonces-. Su imaginario era el de la primera generación en España que se había fascinado con el cine escapista y prácticamente criado chupando televisión -otra afición denostada por "los progres" de entonces, apunta Godes-,  que se refugiaba en el espíritu y cierta estética ye-ye de los años 60 porque, otra vez, era lo que reventaba a los de la pana, que lo tomaban por pueril y falto de contenido.

El grupo, como todos los de aquel entonces, atravesó sus problemas con los sellos, se enfrentó a giras extenuantes en un país carente de todo profesionalismo para montar estos tinglados. También vivió choques de egos con un Carlos Berlanga que quería ser más pop, mientras que Benavente y las chicas alucinaban con lo que llegaba de Londres, Bauhaus, Siouxie, Killing Joke... y todo afterpunk que dejó mucha estética pero pocos hits. 

El resultado fue la sensación de que la cosa podría haber dado para mucho más, como suele ocurrir habitualmente. Canut, Alaska y Berlanga siguieron en Dinarama y, desgraciadamente, Ana Curra y Eduardo Benavente no pudieron demostrar todo su potencial, que era enorme, con Parálisis Permanente por culpa de un accidente que sesgó la vida de Eduardo con solo 21 años de edad.

La mejor parada de todo este pequeño torbellino, que no duró más que un año en realidad, fue Alaska. Encajó donde siempre había querido estar, entre el famoseo, y todavía no se ha bajado. Eso sí, nunca la han cogido en un renuncio. Cuando lo que estaba de moda era drogarse, ella lo rechazaba y se quedaba los fines de semana en casa leyendo. Es más, desde discursos feministas citados en el libro se reivindica su papel a la hora de romper con ridículas normas no escritas como que las mujeres que no sean delgadas no pueden llevar ropas provocativas. Hasta dejó una frase que debería ser recordada por los siglos: "Me deprime ver gente bronceada".

En cualquier caso, entre el concierto de los Rolling Stones en España en 1976 y el de U2 en 1987, la música fue protagonista del cambio social de este país. Se le prestaba verdadera atención, existían programas de música en TV -hoy todos extintos o sustituidos por charlotadas en forma de coach-reality- y emisoras de radio atentas a todas las tendencias, comerciales o no, y la misma prueba de ello es que se puede explicar todo un país, la España de 1982, con solo analizar este LP.

FICHA TÉCNICA DEL LIBRO

Título: Alaska y Los Pegamoides: el año en que España se volvió loca

Autora. Patricia Godes

312 págs

ISBN 9878483812068

16.50 €

 

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