VALENCIA. Lo tiene todo para captar la atención de los medios: una imagen llamativa, unas raíces mestizas que le hacen apetecible como emblema transversal del melting pot cultural de hoy en día (norteamericano de padres costarricenses y antepasados nicaragüenses: se maneja en ambos idiomas) y una nada oculta homosexualidad, orgullosa y propensa a la exhibición barroquista (en la línea de Rufus Wainwright o Antony Hegarty). Lo que, unido a los paralelismos que ha trazado la prensa entre su música y la de Tom Waits, Scott Walker, Nick Cave o Nina Simone, cincela su perfil como gran objeto de deseo para revistas de tendencias y webzines de radar inquieto.
Por si fuera poco, el clip con el que se están propagando las bondades de su último álbum es de lo más controvertido. De esos que advierten al espectador de que sus imágenes pueden albergar contenido sexualmente explícito. Pero todo ello no sería más que ruido si no fuera porque Rattle Rattle, el álbum en el que se enmarca, es un magnífico trabajo (el tercero de su discografía), que justifica con creces la expectación creada y convierte su visita de esta noche al Espai Rambleta en cita absolutamente obligada.
"Me molesta muchísimo la explotación de la figura femenina en el mundo", nos comenta via Skype desde su casa de Los Ángeles (con una afabilidad reforzada por la dulzura de ese castellano de ecos caribeños) para justificar la controvertida atmósfera del videoclip de 'La cara infinita', que así se llama el tema de marras. En él aparecen varios hombres desnudos y en posturas genuflexas, reducidos a un sometimiento prácticamente humillante.
La idea se gestó tras "un evento en el que yo participé hace años, con mi amiga Marina Abramović, en el que hubo una situación en la que el museo en el que exhibía le prohibió los desnudos masculinos, porque consideraban que a muchos de los asistentes, gente de mucho dinero, eso podría ofenderles. "La doble vara de medir le indignó tanto que una canción que en un principio no iba a iba a ser más que "un encargo para una unos amigos que querían una canción de boda", acabó por tornarse en un alegato en favor de la dignidad de la mujer, porque aquello le pareció "horrendo". Por eso, "en él los que son degradados son los hombres, mientras las mujeres son seres celestiales, fuertes, quizás de otra dimensión, muy dignas. Quería expresar la furia que me da la explotación a la mujer".
Su recargado concepto del pop, entendido como un suntuoso derroche de ornamentos siempre al límite del horror vacui, quizá ayude a explicar por qué tardó cerca de cuatro años en terminar un álbum para el que contó con más de 60 músicos (solo el coro ya constaba de 45), y que tuvo que financiarse en un principio a través de un crowdfunding que "fue un empujón significativo", pero no determinante, ya que "al final costó el doble de lo previsto, lo que hizo que fuera difícil acabar el proyecto entero".
Lo más complicado, dada la grandilocuencia instrumental del disco, puede ser trasladar todo esto al directo. Pero Dorian Wood no muestra ningún recelo acerca de la fiabilidad de los tres músicos que le acompañan en esta gira española, con destacada presencia valenciana en su base rítmica, cifrada en la batería de Marcos Junquera (Betunizer) y el contrabajo de Xavi Muñoz (A Veces Ciclón), a quienes "conocí por internet y considero dos talentos extraordinarios: ya me contaron que tocaron con Daniel Johnston, quien para mí son palabras mayores". El cuarteto lo completa su fiel Leah Harmon (voz y acordeón), en un directo cuyo reto es "realizar un sonido grande pero auténtico, y llevando un sonido robusto".
El desafío, sin duda, bien merece una visita a cualquiera de los conciertos de una gira que ya ha pasado por Barcelona y Castellón, y que continúa durante los próximos días por diferentes ciudades españolas. Un buen momento para testar de primera mano esos paralelismos que "forman parte de la naturaleza humana, porque a todos nos gusta comparar con aquello que ya conocemos", pero que él mismo circunscribe a dos figuras esenciales para entender Rattle Rattle: "Scott Walker y Nina Simone son quienes más presentes han estado en este último disco, aunque provengan de estéticas muy diferentes. Ambos viven en su propio mundo, y lo que sale de ellos es muy inspirador, no solamente en la técnica musical sino también en la presencia que dejan en la sociedad".
Así que ya pueden hacerse una idea de lo que van a encontrarse sobre el escenario. A un creador magnético y difícil de clasificar, tan alejado de los frenéticos ritmos que nos impone la vida moderna que confiesa no poder seguir ahora mismo "unos plazos que, con las redes digitales, se acortan demasiado", y que se contradicen con su necesidad de "explorar las posibilidades de cómo seguir exponiendo este disco, aunque haya quien ya esté esperando otro álbum, a menos de un año desde que salió".
Reconoce haber puesto en él "tanta sangre y lágrimas" que no quiere resistirse a que "el mundo entero lo pueda escuchar". De hecho, tiene ya a punto a toda "una orquesta de Cámara" a su vuelta de Europa, para una serie de conciertos en Los Ángeles. Y no hay mejor broche que una reflexión suya sobre la naturaleza caprichosa de eso que llaman las musas creativas, que sirve de corolario perfecto a nuestra charla: "Si yo supiera de donde viene la inspiración, permanecería con ella toda la vida. Es como una fiera salvaje".
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