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LA PANTALLA GLOBAL

Rotterdam: Un modelo diferente de festival

EDUARDO GUILLOT. 14/01/2014 El certamen holandés, caracterizado por anteponer la calidad de su programación a la visita de estrellas mediáticas, dará el 22 de enero el pistoletazo de salida a la temporada cinematográfica en Europa
Fotograma de 'Viktoria'.

VALENCIA. Sin que sirva de precedente, el lector nos permitirá comenzar con una anécdota personal. Hace algunos años, durante la celebración del Festival de Rotterdam, este cronista aprovechó un tiempo muerto entre dos sesiones para cenar en un restaurante chino cercano a las salas de proyección. En estos casos, mientras llegan las viandas se aprovecha para consultar el catálogo o el diario del festival, organizar la agenda del día siguiente o tomar algunas notas sobre la película recién visionada, sin prestar demasiada atención al esto de comensales, que frecuentemente andan enfrascados en similares menesteres.

No obstante, cuando llegó la comida y levanté la vista, observé que en la mesa contigua a la mía había un tipo muy parecido a Brian de Palma. Tanto, que hubiera jurado que se trataba de él. La duda era razonable: En pleno festival de cine, si el director americano estuviera en Rotterdam, la noticia habría aparecido en algún medio. La cortesía (él también estaba cenando) impidió resolver el misterio, pero a la mañana siguiente volví a cruzarme con él cerca de la sede del certamen, y entonces le abordé.

Efectivamente, era Brian de Palma, pero su visita no había sido anunciada porque no tenía ninguna película en el programa y había viajado por cuenta propia. Una vez rendida la pleitesía debida (¡el hombre que dirigió El fantasma del paraíso, Carrie o Vestida para matar!), le pregunté qué hacía en la ciudad, y contestó que había ido a Rotterdam a ver cine. Llevaba años queriendo asistir a uno de los mejores festivales del mundo, pero hasta entonces no había tenido ocasión. Y lo estaba disfrutando.

Nunca verán una noticia en nuestros informativos sobre el festival de Rotterdam, ni siquiera cuando alguna película española logra un premio allí, pero entre la profesión todo el mundo sabe que la ciudad holandesa es visita obligada para conocer las tendencias más importantes del cine contemporáneo. Justo después de Sundance, Rotterdam recoge el testigo festivalero para abrir la temporada en Europa, antes de que Berlín, Cannes y Venecia acaparen la atención merced a las visitas promocionales de grandes actores de Hollywood. Quizá esa carencia de glamour le resta impacto mediático, pero en Rotterdam siempre tuvieron claro que entre invertir su dinero en agasajar estrellas americanas o potenciar cinematografías de países fuera de la órbita Europa Occidental-Estados Unidos, la segunda opción era la correcta.

FACILITANDO LA PRODUCCIÓN

Porque es indudable que un festival internacional se mide por la categoría de sus películas a concurso, pero no lo es menos que la sección competitiva es solo uno de los pilares en los que se sustenta. Sin duda, el más importante en los certámenes de Categoría A, que funcionan como ventana al mundo para dar a conocer los nuevos trabajos de los directores de mayor reputación crítica, pero de relevancia más relativa en aquellos que prefieren apostar por valores emergentes y desplegar su radio de acción en jugosas secciones paralelas y otro tipo de iniciativas.

En el caso de Rotterdam, una de las más importantes es la que lleva a cabo la Hubert Bals Foundation, un fondo de apoyo financiero creado en 1989 que ha contribuido económicamente a la producción de más de doscientas cincuenta películas en Asia, Oriente Medio, Europa Oriental, África y América Latina. Su objetivo es apostar por realizadores innovadores de países en vía de desarrollo y está diseñado para apoyar proyectos en fase de desarrollo, anteponiendo los criterios de contenido y valor artístico a los presupuestarios. Se inclinan por films que buscan un uso original del lenguaje cinematográfico, y su meta ideal es que los proyectos contribuyan al crecimiento de la industria cinematográfica local.

Fotograma de 'Afscheid van de Maan', de Dick Tuinder

En 2014, la Hubert Bals Foundation cumple veinticinco años, y el festival de Rotterdam lo celebra con una retrospectiva en la que se podrán ver trabajos de directores apoyados con sus fondos, entre los que se encuentran Chen Kaige, Carlos Reygadas o Elia Suleiman, prácticamente desconocidos cuando llamaron a la puerta de Rotterdam y hoy considerados autores indiscutibles del panorama cinematográfico mundial.

Algunos títulos apoyados desde la Fundación han recibido importantes reconocimientos internacionales, como Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Loong Boonmee raleuk chat, 2010), del tailandés Apichatpong Weerasethakul, que ganó la Palma de Oro en Cannes. Otros han servido a algunos cineastas para dar sus primeros pasos, como Occident (2002), debut del rumano Christian Mungiu, que más tarde rodaría 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, 2007), también galardonada con la Palma de Oro. La Hubert Bals Foundation aumenta cada año la cosecha de premios, merced a su constante siembra de talento.

No menos importante es la labor que facilita el festival a través de CineMart, un mercado internacional de coproducción que establece dinámicas de colaboración entre cineastas y productores para sacar adelante nuevos proyectos. Abundan los realizadores noveles, pero entre los seleccionados en 2013 destacaron cineastas como Yorgos Lanthimos, Alex van Warmerdam, Dominga Sotomayor o Lucrecia Martel, mientras que este año visitarán Rotterdam en busca de socios financieros directores como Naomi Kawase o Eran Kolirin. El festival se convierte así en un activo foro de encuentro profesional en el que se pueden cerrar acuerdos que permitan poner en marcha futuros rodajes. Hoy en día existen foros similares en otros festivales del mundo, pero el de Rotterdam fue el primero.

Las reuniones del CineMart se celebran en De Doelen, centro neurálgico del festival, donde también están instaladas las oficinas de dirección, la videoteca (se pueden ver la práctica totalidad de películas presentes en el festival en cómodas cabinas individuales), el operativo de prensa e invitados, varias terminales de venta de entradas y un par de salas de proyecciones. Sin embargo, el espectáculo está en la calle.

En unas salas abarrotadas de gente que es capaz de hacer colas kilométricas a temperaturas bajo cero y bajo la lluvia o la nieve para ver desconocidas películas senegalesas, brasileñas o taiwanesas. Y no, no es que el resto del año los cines de Rotterdam se distingan por su programación de riesgo, sino que el festival ha sabido educar a su público, programando retrospectivas dedicadas a directores como Guy Maddin, Roy Andersson, Johnnie To, Abderrahmane Sissako, Masahiro Kobayashi o Cameron Jamie, que han terminado por resultar presencias familiares a numerosos espectadores (según el recuento de 2013, nada menos que 280.000).

En esa apuesta de programación se encuentra una de las claves de su éxito, que además permite reflexionar sobre una de las funciones fundamentales de un festival de cine. Admitido que los más grandes (en presupuesto e impacto global) funcionan como escaparate para los preestrenos de autor (no hay más que ver los nombres que copan sus secciones a competición), ¿cuál debe ser el objetivo primordial de los certámenes de pequeño y mediano formato?

Dicho de otro modo: ¿Tienen algún sentido las decenas de festivales (y no daremos nombres) que se dedican a organizar retrospectivas propias de una filmoteca (y ni eso, ya que la mayoría de veces son incompletas) en lugar de descubrir al público cineastas de culto o nuevos talentos? Rotterdam demuestra que con una programación seria y rigurosa también se pueden alcanzar elevadas cifras de asistencia. Y prestigio internacional.

LA SELECCIÓN DEL AÑO

La crisis económica global, especialmente cruel con el mundo de la cultura, también se ha hecho notar en Rotterdam, que ha visto reducido su presupuesto en los últimos años. Sin embargo, sus responsables se las siguen arreglando para proyectar más de cuatrocientos títulos en cada nueva edición. En la programación abundan los ciclos temáticos, siempre atentos al modo en que el audiovisual retrata su entorno inmediato. En 2012, por ejemplo, dedicó una sección al reflejo de los acontecimientos de la Primavera Árabe en el cine, proyectando abundante material de producción siria y egipcia.

Este año, el foco de atención es Europa, y el festival propone una plataforma de reflexión sobre el futuro del continente a través de tres interesantes programas: Grand Tour (una mirada a la diversidad del cine europeo actual), My Own Private Europe (una búsqueda de la identidad europea a través de películas de carácter más íntimo y personal) y EU-29 (un ciclo protagonizado por un imaginario vigésimonoveno estado de Europa, con cabida para todos los rechazados por los otros veintiocho).

En cuanto a la sección oficial, el reglamento de Rotterdam estableció en 1995 que solo operas primas o segundas películas podían optar a los tres Tiger Awards que otorga el jurado (otra manera de potenciar el cine joven), así que no suele incluir cineastas consagrados. Al contrario: Es el vivero del que se nutren muchos otros festivales del mundo para confeccionar su programación, antes de acudir al Mercado del Film que se celebra en la Berlinale.

A cambio, la selección contiene seis premieres mundiales, entre ellas Happily Ever After (Tatjana Božic), Lose My Self (Vergiss mein ich, Jan Schomburg), Farewell to the Moon (Afscheid van de Maan, Dick Tuinder), Casa grande (Fellipe Barbosa), Kombinat Nadezhda (The Hope Factory, Natalia Meschaninova) y la española Stella cadente, dirigida por Lluis Miñarro, que se lanza a la ficción tras realizar un par de documentales y, sobre todo, producir películas para Albert Serra, Javier Rebollo, Manoel de Oliveira o José Luis Guerín.

Además, en Rotterdam competirán otros ilustres desconocidos para el gran público, como el estadounidense Mark Jackson, que presenta War Story, donde se narra el viaje de una traumatizada reportera de guerra (Catherine Keener) que se traslada a Sicilia para lamerse las heridas emocionales. O la sueca Ester Martin Bergsmark, responsable de Nånting måste gå sönder (Something Must Break), una película que toma prestado el título a una canción de Joy Division y en la que la directora vuelca sus propias experiencias personales para contar una turbulenta historia de amor transgénero.

Son solo algunos ejemplos al azar, escogidos entre las quince cintas seleccionadas. Más allá de las temáticas que abordan, su país de procedencia o su propuesta estética, todas compiten en Rotterdam porque responden a una manera de concebir el cine que se aleja de los preceptos canónicos establecidos por el modelo de representación audiovisual hegemónico en la industria. No son necesariamente experimentales ni difíciles, simplemente proponen otra manera de mirar y de contar. Festivales como el de Rotterdam son de los pocos refugios que les quedan. Su 43ª edición comienza el próximo día 22. Si tienen oportunidad, no se lo piensen y acérquense por la ciudad. Quizá no tengan la suerte de cruzarse con Brian de Palma, pero verán el cine del futuro.

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