MADRID. Sí, es el sindicalista de moda. Puso en jaque a los políticos franceses, -entre otros motivos, porque logró comprometerlos en plena campaña electoral-, es alto, bien parecido -le describen como "galán de cine"- y de origen español. Con estas características, tras sus movilizaciones contra el cierre de la industria siderúrgica en Lorena fue apareciendo en la prensa de nuestro país hasta poner el broche de oro con una entrevista en Salvados.
Bueno y bonito. Aunque desde que ha aceptado ser el cabeza de lista para las elecciones europeas por el Partido Socialista francés, algunos le han tachado también de barato. Martin dice que los que lanzan esas críticas vienen de las filas de otros sindicatos que estaban en casa mientras él se movilizaba. Lo cierto es que ha sido todo un sorpresón que haya aceptado unirse.
La oferta se la hizo el primer secretario del PS, Harlem Désir, del que precisamente no encontramos buenas referencias en el libro del sindicalista, No pasarán, editado en España por Malpaso. En un momento de desesperación durante las movilizaciones contra el cierre de la industria, fueron a consultarle y comprobaron a mitad de conversación que no se había leído la documentación elemental del caso. Que no tenía ni idea de los acuerdos a los que había llegado François Hollande. Él, el número uno del partido.
Incluso Martin antes de aceptar la candidatura había hecho manifestaciones duras contra los políticos y su profesión. Según reprodujo Efe, dijo: "Ese mundo no es para mí, no quiero vender mi alma, caer en sus redes. En mi combate he hablado con muchos políticos, ministros, presidentes,... son una casta ¿Qué saben ellos de lo que es vivir con mil euros?" Bueno, pues ya es el número uno de la lista para las elecciones.
No obstante, a tenor de lo leído en su libro, hay que reconocerle que no ha engañado a nadie, por sorprendente que pueda resultar que se haya subido al barco de Hollande, de quien surgió la idea de presentarle aunque previamente le hubiera denominado delante de toda Francia "traidor".
En estas páginas, cuando comenta cómo debe ser, y ha sido, la filosofía de su sindicato, no deja de insistir en que nunca puede quedar una silla vacía en una negociación. También explica que las reivindicaciones de los trabajadores tienen que ser realistas, moderadas, seguir una estrategia de ir sumando muchos poquitos. Que la revolución no es el camino, sino las reformas. Por eso ahora cuando dice que cree que tiene que estar cerca de donde se toman las decisiones, no desentona con la línea general de su discurso.
Por tanto, estamos ante uno de esos nuevos políticos que previamente han despotricado de la clase política e incluso de la actividad parlamentaria. Estuvo en una sesión de la Asamblea Nacional y en su libro critica que aquello le pareció un guirigay, que nadie escuchaba a nadie más que a sus móviles, mientras que a él, invitado, los ujieres le exigían que no mostrase ni la más mínima emoción, como ocurre también en el Congreso español, donde los invitados no pueden ni aplaudir.
En cualquier caso, su libro No pasarán tiene verdadero interés por otros motivos. No es el típico alegato apocalíptico que se puede resumir en un "entonces tengo que mandar yo". Martín hace un resumen de la historia de su vida centrándose en lo que fueron sus movilizaciones contra la gestión del empresario indio Lakshmi Mittal, su patrón. El interés reside en el retrato que deja de los dos últimos presidentes de la República francesa, Nicolás Sarkozy y Hollande.
Antes de entrar en materia, se remonta a los años de pobreza en Andalucía. Es de Granada, hijo de emigrantes. No revela nada que no sepamos sobre la desolación del sur de España, ni tampoco sobre la represión franquista, de la que sólo cuenta un par de anécdotas que parecen más de transmisión oral que el relato de un testigo.
Lo bueno empieza con su militancia sindical. La CGT francesa (dominada por el Partido Comunista, no como la española, que es una escisión de la anarquista CNT) no le gustó porque sus militantes con una mano repartían octavillas y con la otra L´Humanité, el periódico de los comunistas, recuerda. Él ingresó en la CFDT que le parecía menos partidista y fue escalando puestos en la estructura sindical hasta llegar a París.
En la capital se ocupó de ámbitos ajenos a su profesión, como el sector de la joyería, la relojería, ascensores e informática. Porque según la política de su sindicato así se evitaban conflictos de intereses. Pero como no le gustaba la forma de vida parisina de "metro-curro-cama", dimitió y volvió a Lorena. Tuvo que ser readmitido en la planta y le colocaron de guía de las visitas de los colegios y demás.
En esas estaba hasta que su empresa cayó en manos de Mittal. Concluía un periplo en el que había sido nacionalizada en los ochenta por la izquierda y privatizada en los noventa por la derecha. Cuando la vendió en 1995, el Estado francés ingresó seis veces menos millones de los que había inyectado en los cuatro años anteriores para modernizarla. Tras fusionarse en Arcelor, OPA mediante, al final todo quedó en manos del magnate indio, que tiene su cuartel general en Londres y viaja con su mano derecha, su hijo, en helicópteros separados por si hay un accidente.
El objetivo de Mittal era y seguirá siendo controlar el negocio en todas sus fases. La extracción, el recorte y la fundición, para poder manejar a su gusto los precios del mercado mundial. Todo gracias a Goldman Sachs, que fue quien le ponía el dinero. Un noble propósito, ser el amo del mundo, que pasaba según el autor por cerrar las plantas francesas y llevarse la producción donde fuera más barata. En ese momento, este sindicalista se sublevó porque, en primer lugar, miles de empleos y una región entera se iban al garete. En segundo, porque esa industria había sido subvencionada con el dinero de todos los franceses para modernizarla. Y en tercero, porque era viable y rentable.
Al principio las protestas contaron con la colaboración de Sarkozy, que les recibió en palacio, les agasajó con chocolates y llegó a insinuar que hasta podría hacer el viaje de novios, se acababa de casar con Carla Bruni, por la zona donde están los altos hornos. Pero después no fue capaz de convencer a Mittal de que no llevase a cabo sus planes.
Cuando Martin le preguntó al presidente que por qué no había cumplido su promesa, Sarkozy le contestó: "Si encuentras a alguien capaz de hacerlo mejor que yo me lo presentas". Más adelante, cuando los sindicalistas quisieron abordarlo en plena campaña electoral, les esperaba la policía con gases lacrimógenos. No volvieron a saber de él.
Esa oportunidad la aprovechó Hollande. En esa campaña apareció junto a ellos en sus movilizaciones, prometió el oro y el moro y logró que los huelguistas le dieran su apoyo de cara a las elecciones. Cuando ganó, les reconoció en privado que les debía mucho, pero luego el acuerdo al que llegó con Mittal no contentó tampoco a nadie.
Garantizaba el empleo de los interinos, pero no el de los trabajadores externos y no impedía el cierre. A todos los que se ofuscaron con estos acuerdos, Martin les dedicó el calificativo de "revolucionarios del Facebook". Lo conseguido era mejor que nada, sentencia. Esa es la historia, un relato más bien prosaico.
Quizá ese hubiera sido un título más apropiado para el libro, lo del Facebook, que No pasarán. Básicamente porque el texto de lo que habla es de un fracaso, con matices, pero una derrota al fin y al cabo, en la que el magnate de turno termina chuleando a los honorabilísimos presidentes de la República, que se ven obligados a negociar la capitulación sólo porque las protestas de los sindicatos les pillaron en campaña electoral. Muy triste, pero es así y no tiene visos de cambiar.
¡NO PASARÁN!: CONTRA LA ECONOMÍA CANÍBAL
Autor: Édouard Martin
Editorial: Malpaso
Núm. de páginas 128
Precio 15,50€
Gracias por comentar ese libro. No soy español,pero me interesan estos temas, (el por qué es una larga y aburrida historia). No sé si este señor Martín, es un traidor, o un pragmático. Me recuerda un poco a uno de esos 7 ronin, que al final dice algo así como: "¿Por qué siento que he perdido todas mis batallas?"...uuff. Saludos
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