VALENCIA. Vaya por delante una obviedad: Lars von Trier es un artista. Sólo alguien con tanto ego y soberbia puede atreverse a pergeñar una aburrida historia sobre la soledad de cuatro horas de duración y venderla de tal modo que la comunidad cinéfila esté aparentemente interesada por verla.
Con todo, la elección de la fecha del estreno no parece la más adecuada. Un dato: este jueves 26 de diciembre, tradicionalmente el mejor día del año para los exhibidores cinematográficos, apenas cuatro personas contemplaban la primera parte de Nymphomaniac en una sala de un popular multicine de Valencia. Nada que ver con las colas que suscitan otros cineastas, incluso alguno respetado por la crítica.
Y es que, dicen los exhibidores, el público tiene un sexto sentido que es capaz de detectar el grano de la paja, la mena de la ganga. Y esta primera parte de Nymphomaniac es pura paja, pura ganga, un ejercicio de talento insustancial que no conduce a nada y que sólo contribuirá a que la legión de detractores del danés se relaman de placer maldiciendo.
Algo de razón tendrán. En cierto modo Nymphomaniac es una estafa, un engaño, un falaz ejercicio de autocomplacencia en el que la representación del sexo es la misma de siempre, la provocación no existe y los diálogos no inspiran más que la más absoluta indiferencia.
No quiere decir esto que estemos ante un desastre sin paliativos. Sería absurdo y exagerado. El autor de obras maestras como Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996) o Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) es un hombre talentoso y, por lo tanto, la película contiene algunos hallazgos apreciables, sobre todo el cuarto episodio (en blanco y negro), pero en esta ocasión se queda muy lejos de la intensidad dramática de los dos filmes anteriormente mencionados y más cerca de la artificiosidad cargante de Europa (1991), película con la que se dio a conocer.
LOS PRODUCTORES LA HAN MUTILADO
Son tantos los problemas que rodean a esta primera parte de Nymphomaniac que resulta prácticamente imposible discernir cuánto del fiasco es consecuencia del ego de Trier y cuánto de los productores porque, y ese es un dato importante, el film que se está viendo en las pantallas de todo el mundo en este momento no es sino una síntesis a lo Reader's Digest de la obra verdadera que, según palabras del propio director, dura cinco horas y sólo se podrá ver en el mercado doméstico. Esto que ahora se exhibe es una obra mutilada, a mitad, y como tal hay que entenderla.
Dividida en ocho capítulos, de los cuales cinco pertenecen a la primera parte que se estrenó el 25 de diciembre, Nymphomaniac se inicia con el forzado, forzadísimo encuentro entre Stellan Skarsgård y Charlotte Gaingsbourg. El primero halla a la segunda apalizada, en el suelo, ensagrentada y, tras una conversación absurda, la lleva a su casa para que ella se recupere.
Como agradecimiento quizás, Joe, nombre del rol de Gaingsbourg, comenzará una conversación con su protector que tiene lugar en una artificiosa habitación tan pésimamente decorada que parece sacada de un teatro amateur. En ese diálogo narrará lo mala persona que es porque vive obsesionada con el sexo (¡!) y para ello le contará su vida en una confesión-diálogo que recuerda inevitablemente al inicio de Amadeus (Milos Forman, 1984). Los resultados no son iguales. No basta con copiar un esquema para que la obra sea buena.
La provocación resulta risible. Desde el primer comentario efectista ("descubrí mi coño a los dos años") a la primera escena sexual con unas niñas jugando a masturbarse arastrándose por el suelo, hasta el desnudo frontal de Shia LaBeouf (quince minutos tan solo del metraje), el argumento se mueve mecido por la voz en off constante, cansina, redudante, de la conversación que mantienen los personajes de Skarsgård y Gaingsbourg; todo ello con toques de humor absurdos más dignos del cine de los hermanos Kaurismäki.
La joven y bella Stacy Martin asume el peso de la carga en esta primera parte del film e interpreta su papel de Joe joven con un encomio digno de mejores páginas. Porque, y ése parece el problema de fondo, la película está lastrada por un guión plagado de incoherencias, inverosímil, en ocasiones torpe, al que sólo salva el buen hacer como director de un Lars von Trier que mantiene el ritmo con una perfecta coreografía de imágenes.
ESA CARA ME SUENA DE ALGO
La aparición episódica de algunos personajes como los interpretados por Uma Thurman o Christian Slater, tan publicitados y tan secundarios a la hora de la verdad, hacen pensar que o algo debió quedarse en el cajón del montador o Lars von Trier ha reinventado un nuevo tipo de fraude: Sacar en un cartel a un actor haciendo algo y después no verlo en la pantalla. Desde las producciones de cine de acción italianas de los setenta no pasaba algo así.
Hay algo en todo lo que ha rodeado al film que se vislumbra durante el visionado de estos primeros ciento veinte minutos: Lars von Trier ha estado más obsesionado por vender una película que por hacerla. De hecho la filmación tuvo lugar entre el 28 de agosto y el 9 de noviembre del año pasado y el largometraje ha tardado más de un año en verse las pantallas, tiempo más que de sobra para el montaje. ¿Por que esa premiosidad a la hora de editar la película?
En todo este intervalo se han sucedido todo tipo de comentarios sobre la crudeza de las escenas de sexo, mensajes sobre las formas y maneras de Von Trier durante el rodaje, vídeos en la Red (Youtube, Vimeo), que han despertado más interés quizás del que debían. Todo salpimentado con la dosis justa de pósters erotico-festivos, polémicas de vídeos censurados (es un ejercicio de cinismo digno de Ruiz-Gallardón sorprenderse a estas alturas de que en Youtube retiren un clip porque salen planos frontales de desnudos masculinos), declaraciones altisonantes y referencias al sexo explícito que no es usual en el cine comercial, cierto, pero como bien recordaba Eduardo Guillot en estas mismas páginas, no es precisamente una novedad.
Nymphomaniac appetizer - Chapter 5: The Little Organ School from Zentropa on Vimeo
Concediendo ya de entrada que Lars von Trier es un genio, aceptando sus manías, sus gustos, sus obsesiones, adentrándonos en su mundo, resulta difícil creer que esto sea todo y que la segunda parte sea al final un más de lo mismo de la nada, algo así como el discurso de un diputado. Si toda la reflexión que puede hacer el creador de Los idiotas sobre las obsesiones sexuales de una mujer ninfómana es que lo hace porque se siente sola en el universo, quizás haya llegado el momento de pensar una discreta retirada y tomarse un par de años sabáticos.
Todo queda pues en el aire pendiente de la segunda parte. Si con ella Lars von Trier consigue darle forma al proyecto, se podrá aceptar el tedio insufrible de esta primera. Tengamos fe, aunque no haya motivos para ello.
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