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LA PANTALLA GLOBAL

El viaje de J. A. Bayona a la tierra prometida

EDUARDO GUILLOT. 24/12/2013

El director, que rodará la secuela de 'Guerra Mundial Z', se une a la lista de europeos que han hecho las maletas para probar suerte en Hollywood 

VALENCIA. No puede decirse que haya sido una sorpresa. De hecho, ya le habían ofrecido dirigir Guerra Mundial Z (World War Z, Marc Foster, 2013), pero entonces rechazó la propuesta. Ahora, Juan Antonio Bayona ha aceptado hacerse cargo de la secuela. Tiene lógica, puesto que el realizador catalán nunca ha ocultado su admiración por directores como Steven Spielberg y el cine comercial americano, y Lo imposible (The Impossible, 2012) ya era una película según los cánones de Hollywood: Rodada en inglés, con estrellas internacionales y centrada en la salvación de una ejemplar pareja aria de una catástrofe en un país extranjero, mientras los nativos, tratados como meros figurantes, mueren a millares a su alrededor.

Tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras: La industria americana lleva desde la época del cine mudo importando talento europeo. En 1922, el germano Ernst Lubitsch fue contratado para dirigir a Mary Pickford en Rosita, la cantante callejera (Rosita, 1923), título con el que inició una trayectoria en EE UU que le daría fama mundial e incluiría obras maestras como Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942).

Alemania fue, precisamente, uno de los países que más profesionales aportó a la industria de Hollywood en los años veinte y treinta. Por un lado, se había posicionado a nivel artístico gracias al éxito del cine expresionista, que combinaba originalidad y vanguardia con agudeza psicológica y aceptación popular. Por otro, el ascenso del nazismo obligó a muchos intelectuales a emigrar forzosamente y continuar desarrollando su carrera en América.

Fue el caso, entre otros, de Fritz Lang, ya famoso por Metrópolis (Metropolis, 1927) o M, el vampiro de Düsseldorf (M, 1931), que tras la diáspora rodaría títulos tan importantes como Furia (Fury, 1936) o Los sobornados (The Big Heat, 1953).

ERAN ARTISTAS DE MARCADA PERSONALIDAD

Aunque a menudo tenían que enfrentarse a rígidas directrices de producción, eran artistas con una marcada personalidad, que trasladaban a sus películas. Un caso paradigmático es el de Karl Freund, director de fotografía de El Golem (Der Golem, Paul Wegener y Carl Boese, 1920) o El último (Der letze Mann, F. W. Murnau, 1925) y personaje de capital importancia a la hora de delinear la estética visual expresionista. Se trasladó a Hollywood en 1929, y aplicó sus ideas sobre la luz y la imagen a films como Drácula (Dracula, Tod Browning, 1931) o La buena tierra (The Good Earth, Sidney Franklin, 1937), por el que obtuvo un Oscar.

El austrohúngaro Billy Wilder o los franceses Julien Duvivier y Jean Renoir (que también escapaban de la invasión nazi) fueron otros de los que cruzaron el Atlántico buscando la tierra de promisión, y todos ellos hicieron aportaciones de relevancia a la cultura americana.

El viaje de Bayona, sin embargo, es diferente. Si hace casi un siglo los cinestas se marchaban para tener la oportunidad de trabajar sin cortapisas ideológicas y expresarse en libertad, ahora lo hacen renunciando a la posibilidad de planteárselo. Y lo asumen a cambio de un suculento puñado de dólares. La gran paradoja es que, años atrás, los directores europeos enriquecieron e hicieron diversa la mirada del cine americano, mientras que en la actualidad contribuyen a que sea unidireccional. Es más: Muchos de ellos ya lo hacen desde sus países de procedencia.

En el breve pero interesante ensayo Cine español. Otro trayecto histórico (2005), los historiadores José Luis Castro de Paz y Jaime Pena hablan de "una manera nueva de entender el cine de autor en la que el cineasta busca expresarse dentro del cine mainstream y lo hace sin ningún tipo de complejos", y califican de "cine anónimo" dicho modelo cinematográfico globalizado.

Así, explican, "desde esta perspectiva de uniformización mundial de la narrativa dominante, cabe incluso la posibilidad, nada contradictoria en sus propios términos, de que un cineasta español y una película española, como Alejandro Amenábar y Los otros (The Others, 2001), pueda triunfar sin problemas en EE UU y venderse al resto del mundo como producción norteamericana". Por supuesto, es también el caso de Lo imposible.

NO SON SOLO LOS ESPAÑOLES LOS QUE CEDEN

No pasa solo con directores españoles. En cuanto un europeo logra un éxito, es llamado a filas. Le pasó al alemán Oliver Hirschbiegel, que tras triunfar en todo el mundo con El hundimiento (Der Untergang, 2004) podría haber hecho lo que quisiera en su país, pero prefirió emigrar a Hollywood... para rodar Invasión (The Invasion, 2007), nada menos que la cuarta versión de Los ladrones de cuerpos, la novela de Jack Finney adaptada anteriormente por Don Siegel (1956), Philip Kaufman (1978) y Abel Ferrara (1993).

Hirschbiegel no solo consiguió sin dificultad que la suya fuera la peor y más impersonal, sino que además acabó a bofetadas con los productores (la película la terminó James McTeigue). No ha levantado cabeza desde aquella frustrante experiencia, que le condujo a una deriva culminada, de momento, con Diana (2013), el relamido biopic de la Princesa de Gales.

El francés Jean-Pierre Jeunet ya había pasado por algo parecido. Tras darse a conocer junto a Marc Caro con Delicatessen (1991), fue tentado con Alien resurrección (Alien Resurrection, 1997), que llegó a sus manos después de ser rechazada por Álex de la Iglesia. La cuarta parte de la saga Alien, en la que la teniente Ripley volvía de entre los muertos (no hace falta añadir nada más) fue un sonoro fracaso, y Jeunet regresó a su tierra para filmar Amélie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, 2001). Allí ha seguido desde entonces.

No es casual que uno dirigiera un remake y el otro una secuela (como lo será la segunda parte de Guerra Mundial Z). Es muy complicado ofrecer una mirada personal cuando se trabaja con material tan codificado desde el punto de partida. Hoy en día, Hollywood ficha talento, pero no para dejar que se exprese, sino para ponerlo a sus órdenes.

LAS CONCESIONES DE JOSÉ PADILHA

El problema es que cuesta mucho resistirse, y no solo desde Europa. Uno de los últimos en caer ha sido el brasileño José Padilha. Triunfó en Berlín con la estupenda Tropa de élite (Tropa de Elite, 2007), y él mismo demostró no hacerle ascos a las secuelas dirigiendo Tropa de élite 2 (Tropa de Elite 2 - O Inimigo Agora É Outro, 2010), así que no le ha costado hacer las maletas para marcharse a EE UU y rodar (¿lo adivinan?) un remake, en este caso de RoboCop (1987), que fue, precisamente, la primera película americana de otro emigrado, el holandés Paul Verhoeven. La de Padilha se estrenará en España el próximo 7 de febrero.

El francés Alexandre Aja, que ya ha hecho dos remakes para Hollywood, o el uruguayo Fede Álvarez, responsable de la nueva Posesión infernal (Evil Dead, 2013) y contratado gracias a un exitoso corto que circuló por internet, son otros nombres que añadir a una lista que crece a una velocidad vertiginosa.

Casos como el del neozelandés Peter Jackson, que disfruta de cierta independencia (quizá porque su cine responde a las exigencias de la gran industria), pero tampoco se libró de filmar un remake (King Kong, 2005), o el del mexicano Guillermo del Toro, que se pone al servicio de la producción en América (Wesley Snipes tenía director's cut en la saga Blade) para después realizar por su cuenta trabajos de corte más personal (aunque no menos espectaculares), entran en el terreno de las excepciones. Porque quien paga, manda. Y eso, en Hollywood, lo saben mejor que en ningún sitio.

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