VALENCIA. El fútbol es apasionante. Se trata de uno de los espectáculos más vibrantes que ha dado la sociedad occidental contemporánea y en los últimos tiempos estamos comprobando cómo nos deja la emoción a flor de piel. Apasionante es ver al expresidente de un club de fútbol de Sevilla condenado a siete años de cárcel por robar dinero público dando una rueda de prensa gritando que viva su club y con los descerebrados seguidores respondiéndole: "¡Viva!". Apasionante es la Comisión Europea investigando los pelotazos (supuestos o, dicho en jerga periodística, "presuntos") de un puñado de entidades y con el presidente de un club investigado (muy señorial él y que ficha jugadores por 90 millones de euros) diciendo que de pelotazo nada, que lo que pasa es que hay una campaña contra el fútbol español. Sin olvidar a un astro argentino y su padre, que montan partidos benéficos para el blanqueo del dinero del narcotráfico. Todo supuestamente. Todo muy apasionante.
Frente a todas estas noticias que parecen ideadas por un guionista una mañana de resaca dura, ¿qué podría ofrecer el cine? No hay muchas alternativas y casi todas ellas pasan por documentales crudos que denuncien todos estos tejemanejes o películas simpáticas y amables dirigidas a niños sobre la amistad y el valor del trabajo en equipo. Como no podía ser de otro modo, el cine comercial ha optado tradicionalmente por esta última vía pese a que la corrupción en el fútbol siempre ha estado ahí.
Así, la tónica habitual la han constituido películas como Once más uno o Evasión o victoria. Tiene gracia Evasión o victoria, que convertía la historia del Dinamo de Kiev jugando en la Alemania nazi (con todos los jugadores enviados a campos de concentración o ejecutados) en una simpática anécdota en la que un jerarca nazi descubría lo malos que eran ellos los nazis cuando se enteraba de que el partido de fútbol estaba amañado. Eso ya era demasiado porque puedes gasear a millones de personas, pero comprar un partido de fútbol, amañar el inmaculado deporte rey, eso no, eso ya era intolerable.
El caso es que ahora se estrena una película argentina sobre fútbol titulada Futbolín. La historia trata de un chavalillo (Amadeo) que es muy bueno jugando a eso, al futbolín, y que un día consigue humillar al malote del barrio, que con el tiempo se convertirá en un astro del fútbol, en un cretino arrogante y analfabeto estilo Cristiano Ronaldo. Cuando este ceporro triunfa, se alía con un especulador inmobiliario que llega al pueblecito y construye un estadio gigantesco. El pueblo unido responde entusiasmado ante tal sobredosis de pan y circo. Una vez planteado el conflicto, se nos conduce a un final en el que se tiene que resolver todo en un partido de fútbol entre Amadeo y Cristiano Ronaldo.
No obstante, esto tampoco es Oliver y Benji, está todo un poco más elaborado porque Amadeo recibe la ayuda de los monigotes del futbolín que cobran vida como los juguetes de Toy Story. Aquí ya la película da bastante juego (ya nos ha salido la metáfora futbolera) introduciendo un elemento fantástico que remite a un montón de películas con muñecos y juguetes que se convierten en auténticos protagonistas, como sucede en un montón de films a lo largo de la historia, como Muñecos infernales (1936), La llave mágica (1995) o Pequeños guerreros (1998). Estos personajes introducen el elemento cómico, sin parar de hablar y hacer bromas, riéndose incluso de su argentinidad (uno de ellos llega a decir en un momento que se ha quedado sin aforismos para definir una situación). Este recurso es tan recurrente como efectivo para dotar a la cinta de un cierto distanciamiento, para que sepamos que estamos viendo, al fin y al cabo, un cuento de hadas que nada tiene que ver con lo que suele suceder en la realidad.
Porque la película plantea una dualidad curiosa, un enfrentamiento entre el fútbol artesanal, el fútbol del pueblo, y ese fútbol hiperprofesionalizado formado por especuladores al frente de las entidades y por mercenarios veinteañeros mascachapas que lo único que hacen cuando no están dándole al balón es jugando a la PlayStation. La dualidad es muy bonita y el partido de fútbol que se ve en Futbolín consiste en escenificar ese debate. Pero es falso. No existe tal dilema ya que el fútbol sólo se entiende en un sistema económico altamente especulativo y la afición sólo se explica por la creación de todo un entramado de plusvalías que sirve para distraer la atención de la gente. Es lo que pasa al principio de la película en realidad, que cuando se construye el nuevo estadio, el pueblo aplaude a rabiar porque eso es lo que quiere: más fútbol, más dinero, más mascachapas pegándole a la pelota y más evasión, en el fondo, de los problemas que empiezan cada lunes con la vuelta a la rutina laboral.
La habilidad del director Juan José Campanella queda patente una vez más en este film. Porque su carrera también se entiende como parte de un sistema que él ha contribuido a crear. Es la etiqueta de "nuevo cine argentino", una marca publicitaria auspiciada por una serie de productores españoles inteligentes (como Gerardo Herrero) para la búsqueda de nuevos mercados. Realizadores como Adolfo Aristarain, Fernando Trueba o Pedro Almodóvar han estado ahí metidos en la creación de un modelo que superase el ostracismo de la industria del cine español.
El modelo se ha convertido en hegemónico gracias a la aportación de Campanella con Ricardo Darín: comedias sentimentales con un leve trasfondo político. Así se consigue llegar a todos los públicos y se dejan de lado propuestas más arriesgadas o combativas de realizadores como Lucrecia Martel o Albertina Carri. En el lado positivo de la balanza está el innegable hecho de que, por lo menos, se ha abierto una puerta por la que han circulado propuestas interesantes (hace poco vimos en las salas comerciales cintas como El último Elvis o El estudiante) aunque haya que pasar por determinados aros.
Campanella ya había hablado de fútbol en El secreto de sus ojos, ya que el asesino en esa película no podía reprimir su afición por el Racing Club. Ahora sigue adelante en su proyecto de un cine mainstream hispano-argentino y lo hace con esta película de animación situada en la estela de Pixar y recurriendo también a estrategias comerciales de primer nivel, como esa decisión de concebir dos versiones con dos doblajes diferentes para España y para Argentina (donde la película se estrenó hace unos meses con el título de Metegol). No denunciará la corrupción, pero ofrece algunos apuntes que desvelan que tampoco en el fútbol es oro todo lo que reluce y consigue combatir el modelo norteamericano jugando con los mismos recursos.
FICHA TÉCNICA DE LA PEÍCULA
Futbolín (Metegol)
Argentina / España, 2013, 106'
Director: Juan José Campanella
Sinopsis: Amadeo es un pobre chaval que se pasa la vida en el bar jugando al futbolín. Un día derrota al chico malo del barrio y empiezan los problemas. El malote se venga convirtiéndose en astro del fútbol, cobrando millones y teniendo éxito por todos lados. A Amadeo le queda el honor, gran premio que sin duda compensa todo lo demás
Una salvedad, por si nadie se ha fijado en la vida de éstas, nuestras estrellas: "veinteañeros mascachapas que lo único que hacen cuando no están dándole al balón es jugando a la PlayStation". Modelos, presentadoras, call girls... Creo que estos veinteañeros ya han dejado atrás la fase de intercambiar juegos de consola. Y que les aproveche, ¡quién pudiera!
Solo un apunte, al expresidente del Sevilla sólo lo acompañaron trabajadores del club, de hecho los ultras del SFC estaban en la puerta gritando contra él.
Manuel leo tus críticas todas las semanas, vea o no vea después las películas que analizas. Esta semana te has superado, las líneas sobre el nazi arrepentido tras comprobar como sus camaradas amañan el partido me ha hecho reírme hasta caer por los suelos... No hagas caso a los talifanes diversos que pululan por la red y sigue sacando punta a la actualidad con le excusa del cine!
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