Premios nacionales de diseño, valencianos, miembros de una misma generación. Nacho Lavernia y Daniel Nebot se juntan para opinar de su profesión, su relación con la ciudad y lo horteras que son los libros de texto
VALENCIA. Nacho Lavernia y Daniel Nebot se reunían en los años setenta junto a otros diseñadores en un momento parecido al de un bloque de mantequilla por estrenar. Se conocieron por entonces, aunque titubean al fijar el momento exacto. Sus voces se escuchan como las de un par de apóstoles, y si bien huyen de méritos pomposos, algo así han sido para el diseño más cercano. "Había diseñadores pero no había conciencia de ello. Tú decías que eras diseñador y te decían, ¿qué? Luego se lo explicabas y contestaban: ah, sí, dibujante", recuerda Daniel Nebot, Premio Nacional de Diseño en 1995.
Sus reuniones en los setenta llevan el aura de los primeros cristianos, entre la penumbra y la discreción. "Nos reuníamos en lugares como la tienda de Luis Adelantado. Apagaban las luces, estábamos al fondo, con una lucecita tenue, salíamos de dos en dos. Era todo un poco cutre", trae Nacho Lavernia, Premio Nacional de Diseño en 2012. ¿Era la semiclandestinidad?, se les pregunta. "¡No! La clandestinidad total", grita Nebot. "Teníamos una lechera de la policía en la puerta. No te podías reunir excepto que fueras fallero", recuerda Lavernia.
En un viaje a Milán, acompañados por Paco Bascuñán y José Juan Belda, la lucecita tenue se les intensificó en las cabezas y entendieron que su arrebato generacional, ese ardor por ponerse a moldear el entorno, debía encauzarse de una manera distinta. Crearon, junto a otros siete aliados, La Nave. A efectos prácticos una unión de diseñadores valencianos cuya resonancia no sólo tuvo alcance internacional sino, en lo más difícil todavía, alcance local. Un rugido estruendoso en mitad de la noche del que sería deseable -por pedir...- que comenzará a surgir imitación.
-Ensayamos una forma diferente de ejercer la profesión -sugiere Nebot, que engarza pensamientos a velocidad supersónica-. No había una estructura rígida y nuestro mantra principal, en cada trabajo, era darle la vuelta a la tortilla.
-"Fue la primera comunidad de bienes en Valencia. Allí aprendimos el oficio -resalta Lavernia-. En Barcelona nos tenían una sana envidia".
-"Una coincidencia de gente excepcional -retoma Nebot-. Y quizá la clave estaba en que pusimos las cuestiones económicas a parte. No se pasaban cuentas. El objetivo era otro".
Encauzada la furia, dieron imagen a instituciones que, al igual que ellos, andaban los primeros pasos: Generalitat Valenciana, MuVIM, Botánico... Incluso la carrocería de los autobuses de la EMT.
-¿Por qué coño los autobuses de Valencia llevan una banda gris? La EMT nos llamó a Nacho y a mí para recarrozar los autobuses. Nos dijeron que el problema fundamental es que cada vez que el autobús se daba un rascón con un coche no podía salir durante una jornada a la calle porque el chapista tenía que estar arreglándolo. Entonces se nos ocurrió que en la parte de abajo, donde se dan la mayoría de golpes, íbamos a hacer unos paneles de fibra de vidrio que se podían cambiar al acto. Con el tiempo, los que vinieron después ya no llamaron a ningún diseñador, pero como vieron que la parte de abajo era gris dijeron: ¡esto es identidad corporativa! Pasó de ser una solución, a una identidad corporativa -relata Daniel Nebot, brotándole la sorna.
Contribuyeron, en suma, a definir el paisaje valenciano tras la creación de la autonomía. "Nosotros somos paisajistas. Te guste o no te guste, casi todo lo que ves a tu alrededor está hecho por diseñadores y arquitectos. Fijamos la sensibilidad estética de nuestro momento histórico", razona Nebot.
Desde ese pasado, Lavernia y Nebot se sientan para esta entrevista en el estudio del segundo, que juega de local desde su oficina en la calle Almudín, vecina del downtown eclesiástico. Comparten antecedentes y Premio Nacional. Lavernia, que acaba de llegar del dentista, trabaja para el mundo, con clientes como Philip Morris, Natura Cometics, Unilever, Delhaize... Nebot, tras una década conectado a Japón y a Corea del Sur, ha aflojado el ritmo. Se sirve té chino comprado en un colmado de la calle Pelayo. Están enzarzados buscándole definiciones al término diseñador.
-"Los diseñadores que a mí me merecen respeto tienen el suficiente poco afecto por lo que hacen que pueden empezar siempre de nuevo, tirar a la basura lo que sea. No es habitual, porque cuando alguien hace un trabajo y no le gusta, intenta reformarlo. El diseñador sin embargo lo tira a la basura. Quizá el principal rasgo es que el diseñador tiene papelera", razona Daniel Nebot.
-"Cuando haces un trabajo es para un cliente, y el cliente te juzga con dureza, es exigente. Si lo que haces es algo que no es lo que esperaba, vuelves a empezar. Eso a los artistas no les pasa, como sale de las manos de un artista ya está bendecido, nadie le discute a un artista la birria de cuadro o escultura que ha puesto en la calle. Estamos acostumbrados a tirar a la papelera", refrenda Lavernia.
También fueron a la papelera las relaciones entre el cúmulo de diseñadores valencianos y las instituciones. Tras ser especialmente fluidas ("nuestros círculos estaban superpuestos", comenta Lavernia, "era muy fácil trabajar con ellos"), comenzaron a despedazarse.
-"En la empresa privada, si es una empresa razonable, cuando quieres hacer algo recoges mucha información y eliges quién lo va a hacer. Y respetas las decisiones del que has elegido -plantea Nebot, en un momento en el que se intensifica el diálogo-. En los primeros gobiernos socialistas se llevó a rajatabla. Pero eso fue desapareciendo en la última legislatura del PSOE y ahora ya no es para nada así".
-"Entonces los cambios se planteaban para mejorar. Ahora se plantean desde la óptica del negocio, porque debes un favor... Generalmente no para dar una buena solución", replica Lavernia.
-"¡Y además ahora el político ha creído que tiene gusto! Cuando el arquitecto (César) Portela ganó el concurso del Parque Central, presentaron el proyecto a prensa y en el turno de preguntas una concejala del Ayuntamiento de Valencia levanta la mano: "Quiero decirle una cosa, Portela: su proyecto me parece muy interesante, pero que sepa que los valencianos somos más barrocos". "¡Pero qué personajes!", exclama Nebot, de un salto.
La 'entente' entre diseñador y empresa, sólo 'cordiale' en ocasiones, es planteada por estos dos protagonistas con dos visiones distintas. Lavernia nos habla de la creciente influencia del enfoque del diseñador entre los directivos de las empresas: "Los ingenieros y los científicos se centran en el problema, lo desmenuzan; los diseñadores en cambio pensamos en la solución. Este enfoque genera para las empresas más innovación y lo hace de una manera más rápida".
Nebot se refiere a los roces en el trato: "Esto es un matrimonio de conveniencia: un señor necesita los servicios de un diseñador porque aquel señor persigue el éxito. Pero el problema está viniendo cuando nadie o muy poca gente contrata al diseñador porque quiere mejorar lo que hace, sino sólo porque quiere mayor beneficio. Vístemela para que parezca más guapa. Y a base de transgredir el principio de sinceridad del diseño, el diseño se les acabará volviendo en contra. Cuando veas un producto super gourmet, tú dirás: esto no es gourmet".
Ante una pregunta etérea cualquiera (¿Cómo puede el diseño ayudar a cambiar el entorno?), la conversación sufre un vuelco por el hallazgo causal de Daniel Nebot: "Para que el diseño ayude a cambiar, lo primero que habría que hacer es encargar un buen diseño para los libros de texto. Con esos libros es un acto heroico no ser un hortera, no pueden ser más que chonis".
Podríamos haber acabado ahí. Pero decidimos seguir. Y buscar la causa por la que el diseño valenciano ha resaltado en el ruedo ibérico. ¿Cuál es la razón?
-"Creo que la presupuesta creatividad valenciana es una gilipollez -Nacho Lavernia contesta instantáneo-. Somos tan artistas y creadores como los murcianos o los asturianos. Son las circunstancias. La única circunstancia que ha facilitado el avance del diseño en Valencia es la existencia de la industria del mueble y la iluminación, que son semi artesanales y en las cuales experimentar es más fácil y más barato. Siempre han acogido muy bien a diseñadores jóvenes.
La buena envergadura de los diseñadores del lugar no sirve, en cambio, para que las administraciones españolas aprovechen la cosecha. En el caso del Ayuntamiento de Valencia la distancia se vuelve flagrante. Nacho Lavernia ofrece esta reflexión al respecto:
-"No se puede permitir que el mobiliario urbano te lo haga una empresa a cambio de que les dejes la publicidad. Le llevo a mi niño al colegio a cambio de que me arreglen los grifos de casa. Es un ‘destarifo'. Lo normal sería que el Ayuntamiento estas cosas las hicieran bien. Como hay una comunicación gráfica y un mobiliario urbano que hacer, vamos a encargárselo a quien sepa y aconseje bien. Pero eso no existe ahora mismo.
Lavernia y Nebot se conocieron en los setenta reunidos en salas entre penumbra, cuando todavía no imaginaban que terminarían ganando el Nacional de Diseño. Desde hace años, ante la oscuridad del entorno, han iluminado a larga distancia, más allá de los Pirineos. Aunque siguen entre nosotros.
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