VALENCIA. Sí, no hay nada como la pantalla grande. En eso vamos a estar todos de acuerdo. Pero hace ya mucho tiempo que su posición dejó de ser hegemónica. Desde la segunda mitad del siglo pasado, las técnicas de difusión de las imágenes se han multiplicado de manera exponencial. Primero fue la televisión, que se instaló en un creciente número de hogares a partir de los años cincuenta. Y después llegarían el ordenador, las consolas de videojuegos, el teléfono móvil, las tablets...
Inevitablemente, muchos de esos nuevos dispositivos tecnológicos han cambiado nuestra manera de acceder al cine. Y si bien la experiencia de la gran sala oscura sigue siendo incomparable, no es menos cierto que en España conocimos las primeras películas de cineastas como Theo Angelopoulos a través de la pantalla catódica, cuando la televisión pública incluso se atrevía a emitir películas en blanco y negro (¡y hasta subtituladas!) y programas míticos como "Cine-Club" educaron a varias generaciones de cinéfilos.
En contra del discurso que sostiene un agorero sector de la crítica, probablemente fundamentado en su acceso exclusivo al material que se estrena en la gran pantalla, el cine actual ofrece incontables motivos para confiar en su futuro. Es diverso y está sobrado de inventiva. El problema es que no logra asomarse a los circuitos convencionales de exhibición, acaparados por las películas de gran presupuesto. Tradicionalmente, los festivales han sido, al mismo tiempo, escaparate y refugio de un cine que no es necesariamente menos comercial que el presente en la cartelera, sino que no dispone de sus medios (rostros populares, campañas de promoción, facilidades de distribución) para llegar al gran público.
Sin embargo, ese escaparate resulta a menudo ilusorio. Es imposible ver la cantidad de títulos que se programan en un certamen especializado. Y la atención de los periodistas se centra en las secciones a competición (atenazadas por la obligación de incluir cineastas de renombre, independientemente del interés de su trabajo), dejando de lado las ofertas paralelas (con frecuencia, mucho más interesantes), por lo que son los propios festivales los que buscan, cada vez más, la presencia de grandes estrellas de Hollywood para garantizarse un hueco en los medios.
Se trata de potenciar el factor espectacular, corriendo el riesgo de soslayar el artístico. Porque gracias a webs como Festival Scope, empieza a no ser necesario para los programadores (que son quienes escarban entre los títulos menos conocidos) desplazarse a las ciudades donde se celebran los festivales. Permiten ver las películas casi al mismo tiempo que se proyectan allí y evitan incomodidades de todo tipo (climatología adversa, masificación), así que los festivales están redefiniendo su papel, apostando por el evento social y potenciando (los que disponen de ellos) los mercados de producción y distribución.
¿Y el espectador? ¿Qué puede hacer el cinéfilo de a pie que no tiene acceso a redes profesionales ni posibilidad de viajar a festivales? Poca cosa, aunque más que hace unos años. El denominado "cine invisible" comienza a encontrar canales de difusión gracias, precisamente, a algunas plataformas digitales de pago. Aunque no trabaja con muchos títulos inéditos, Filmin establece acuerdos puntuales con festivales y cuida su catálogo apostando por el cine de autor. De hecho, llegó a estrenar al mismo tiempo que las salas comerciales la estupenda trilogía Paraíso (Paradies, 2012-13), del austríaco Ulrich Seidl. Por su parte, In-Edit tiene su propia web de visionado pay per view, absolutamente imprescindible para todos los amantes del documental musical. En ambos casos, se respeta siempre la versión original subtitulada, otra ventaja respecto a la mayoría de salas comerciales.
Del mismo modo, comienzan a proliferar iniciativas como los festivales online. Uno de los más interesantes es Márgenes, que combina el streaming y las proyecciones presenciales en varios países (España, Uruguay y México). Su tercera edición comenzó el pasado 14 de diciembre, pero a partir del próximo día 18 (y hasta el 31), todas las películas finalistas de su sección competitiva podrán verse online de forma gratuita. Esta vez no hay excusa para acercarse a ese cine que algunos llaman "diferente": Desde la comodidad del hogar y sin coste alguno.
La selección incluye doce títulos, todos ellos de interés, pero nos permitimos hacer dos recomendaciones. Por un lado, Patrimonio nacional, de Jean Castejón (nada que ver con la cinta homónima del gran Luis García Berlanga). Se trata de un mediometraje en el que el director reelabora parte del material que utilizó en La eternidad (2009), excelente film de corte experimental que pasó totalmente desapercibido. Una propuesta fascinante, arriesgada a nivel formal, pero al mismo tiempo cargada de poesía, que demuestra, en la estela de cineastas como Isaki Lacuesta, que otro cine español es posible. Nunca habrán visto el Valle de los Caídos, monumento protagonista de la cinta, desde la singular perspectiva en que lo muestra Castejón, alejado de su significado y su historia, inmerso en el círculo del tiempo.
La otra película que destacamos es P3ND3JO5, de Raúl Perrone, que llega avalada por diversos premios internacionales. Pero no llamamos la atención sobre ella por sus galardones, sino por la figura de su director, un gran desconocido del público español, perfecto ejemplo de ese otro cine argentino que no firma Juan José Campanella ni protagoniza Ricardo Darín y que, por tanto, nunca llega a nuestras pantallas.
¿Qué quién es Raúl Perrone? Pues un cineasta de culto que en 1975 comenzó a rodar en Súper 8, luego se pasó al 16 mm. y gracias a la llegada del vídeo se uso a producir largometrajes (y estrenarlos) en 1993. Detractor del plano-contraplano, de los grandes presupuestos y de ensayar con los actores, Perrone marcó un antes y un después en la historia del cine argentino, al demostrar que la autogestión era un camino posible para el cine independiente en el país. Sin él, es probable que nunca hubiera existido la celebrada generación del Nuevo Cine Argentino, que triunfó en festivales de todo el mundo entre finales de los noventa y principios del nuevo siglo y puso en el mapa a Pablo Trapero, Lucrecia Martel, Adrián Caetano o Ezequiel Acuña, entre otros.
Lejos de acomodarse, veinte años después de su irrupción en la escena cinematográfica mundial Perrone se mantiene firme en sus convicciones, dando la razón al crítico Fernando Martín Peña, quien afirmó que "lo suyo no fue una cuestión de pobreza, sino de actitud". A fecha de hoy, ni uno solo de sus más de quince largometrajes se ha estrenado comercialmente aquí, pero gracias a la iniciativa de Márgenes, su penúltima película (ya tiene otra en post-producción, titulada Aullido) estará al alcance del público. No desaprovechen la oportunidad.
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