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RELATO CORTO

"Cómo acabé con el sistema financiero"

Por JULIO GARCÍA CASTILLO. 07/12/2013 El autor ganó con ésta (reproducida integramente) "y otras historias" el Premio Internacional Sexto Continente de Relato Negro, que ahora se encuentra en la librería Amazon



-Una pieza literaria señor juez. Se lo juro por lo más sagrado. De haber previsto la que se iba a organizar, no se me hubiera ocurrido difundir ese mensaje.

Mis manos tiemblan por debajo de la mesa. Mientras el juez me mira, ceñudo, como si no concediera ninguna credibilidad a mi declaración, doy vueltas en la cabeza a las palabras que acabo de pronunciar. Nunca hubiera incluido la expresión por lo más sagrado si no fuera porque estoy al borde del pánico. Un tópico que hasta ahora no existía en mi vocabulario. Mi inconsciente me debe estar dictando que diga esas cosas, imaginando -si es que el inconsciente imagina- que un juez podría sentirse impresionado por invocaciones religiosas.

Este juez no me aclara si es creyente o practicante. Sólo me sopla, con voz opaca:

-Las palabras las carga el diablo, joven. Debiera usted saberlo por su profesión. Hay que medirlas mucho, antes de lanzarlas sin saber hasta dónde y hasta quiénes pueden llegar. Y esa expresión suya de la que se iba a organizar es una frivolidad, dada la extrema gravedad de los hechos sucedidos. Unos hechos que no tienen antecedentes en la historia universal del crimen.

Apenas he podido dar dos cabezadas durante la noche. Interminable. Una celda sin calefacción, un jergón sobre el que habrán intentado descansar antes que yo centenares, tal vez miles, de detenidos. Habré dormido en total no más de diez minutos. He soñado que lo que estoy viviendo en las últimas horas es una pesadilla. Al despertar he extendido la mano para tocar los objetos cotidianos sobre la mesilla: el despertador, el vaso de agua, el lector de ebooks que he cargado con más de cincuenta obras. La mano ha chocado contra una pared rugosa. Entonces lo he confirmado. Es cierto que me han detenido y que el juez me tomará declaración a las 9 de la mañana.

Todo empezó... Bueno, escribir todo es excesivo. Diré mejor que mi caída en desgracia empezó por una frivolidad. Tal como ha dicho hace media hora el juez, antes de devolverme a la celda en prisión incondicional. Una fruslería de las que inundan las redes sociales y que casi nunca hacen daño a nadie. Una válvula de escape virtual que sustituye a las viejas maledicencias de taberna y a los libelos incendiarios del siglo XIX.

Aquella fatídica mañana, en la que se me ocurrió juguetear en twitter sin medir las consecuencias, estaba yo de pésimo humor. Con la moral por los suelos. Llevaba dos meses sin cobrar unas traducciones que había entregado a una editorial en quiebra técnica. La editorial suavizaba la crisis no pagando a los proveedores. Ya fueran imprentas, autores o traductores del inglés como es mi caso. Dicen los jefes que los bancos le han cerrado el grifo crediticio. No cobrar conduce a que tú no puedas pagar. Si tu insolvencia alcanza al alquiler, porque gastas el dinero en comer barato, digamos que estás jodido. O, expresado de manera más técnica, que te ha llegado la suspensión de pagos. Así marcha el país.

Aquella fatídica mañana, luego de desayunar galletas y café con leche rebañando el bote de Sveltesse desnatada, encendí el ordenador. Aún no he devuelto el recibo mensual de ADSL con tarifa plana, lo cual me permite ojear las portadas de unos cuantos diarios.

Lo de siempre. Más recortes y más ayudas para la banca. Me cabreo cuando leo estas cosas. Yo sin medios para subsistir, y los banqueros fumándose un puro a la salud de los pringaos. Lo de fumarse un puro es metafórico. Se entiende lo que quiero decir.

También trabajo como negro literario. Es decir, como autor en la sombra de autores con más fama que la mía. Mi fama equivale a cero o a menos algo, da lo mismo. Nadie publicaría un libro escrito por mí. Pero sí publican, con la firma de otros, los libros que yo he escrito. ¿No es para sumar cabreo a mi estado, próximo a la desesperación?

Con el fin de documentar la última obra ajena, leí de nuevo dos ensayos que desde siempre me han servido para recuperar la fe en la vida. De manera tortuosa, lo reconozco. El primero de ellos tiene título interminable: Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público. Trata de cómo cocinar a los niños irlandeses para que los almuercen las clases altas. Lo escribió mi admirado Jonathan Swift en la primera mitad del siglo XVIII y, como se entenderá por el título interminable, es una obra satírica.

No voy a explicar más porque no me apetece. El segundo ensayo es más largo, pero con título corto: Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes. También satírico, pero más inquietante. El autor es Thomas de Quincey. Lo editaron un siglo después de la modesta proposición. Dos muestras de humor negro británico, aunque Swift sea irlandés. Ninguno de los ensayos debe tomarse al pie de la letra.

Tampoco hubiera debido tomarse al pie de la letra mi mensaje en twitter. Que yo sepa ninguno de ambos autores tuvo que declarar ante el juez. Claro que a nadie se le ocurrió tomarlos como ejemplo para realizar acciones abominables. En mi caso alguien sí lo ha hecho.

No sé si enrabietado por mi penosa situación, no sé si espoleado por la vergüenza de los banqueros rescatados a costa de mi pobreza, escribí un post y lo difundí a través de twitter y también de facebook. Decía, o dice todavía, así:

@escritorfantasma

Dinamitemos de una vez por todas el sistema financiero. Esas reuniones donde conspiran contra nosotros, devorando manjares a nuestro cargo


El mensaje circuló a la velocidad de la luz por el hiperespacio. Muchos como yo se habían levantado esa mañana iluminados por la ira de los justos. La inmensa mayoría se limitó a comentar mi texto con mayor o menor ingenio.

Pero hubo uno que sí lo tomó al pie de la letra. Uno a quien habrían despedido no sé si de manera procedente, pero con cuatro perras. Uno que estaría bien informado sobre esa reunión de banqueros a la que yo aludía al azar. Quizás un tipo aquejado del complejo de Eróstrato. Aquel griego antiguo que quemó el templo de Artemisa para hacerse famoso. No sería raro que algún otro griego incendie la sede de su gobierno en Atenas, tal como van las cosas.

No quiero desviarme de mis argumentos. Alguien que, presuntamente, se tomó mi mensaje al pie de la letra, ha aprovechado una reunión en Madrid del Fondo Monetario Internacional repleta de banqueros. No sólo españoles. Ha explosionado varias toneladas de goma dos en el palacio de congresos donde se celebraba el evento. Al volante de una furgoneta ha roto los cordones de seguridad y ha penetrado en el recinto, sembrando la muerte entre los grandes de este mundo, como ha escrito un inspirado cronista de política nacional.

La policía científica ha recogido restos orgánicos del magnicida-suicida, que no han permitido identificarle, según informan los medios.

En cambio el grupo de la guardia civil experto en delitos telemáticos, que había rastreado mi mensaje, localizó con facilidad la dirección IP de mi portátil. Dos agentes me han detenido en mi domicilio en la madrugada siguiente al atentado. El hallazgo sobre mi mesa de los dos ensayos que antes he mencionado, se ha tomado, en principio, como prueba concluyente de mi implicación en la masacre.

Me lo ha espetado el juez, una vez finalizada mi primera declaración, yo diría que con expresión indulgente:

-Y usted, joven, porqué lee esta basura?

He renunciado a manifestarle que estaba menospreciando dos obras maestras de la literatura universal. No era el momento ni el lugar adecuado.

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