Kingston Maguire, a quien se conoce por su sobrenombre Kingston, e Ian Taggart, a quien se le apoda Young God (no se lo tomen a mal; a los chicos que vienen del rap la soberbia les parece una pose simpática), llevan diez años en activo como dúo con el rimbombante y enigmático nombre de Blue Sky Black Death. Son los 'popes' del underground de la ciudad más 'cool' de EEUU, la Seattle donde nació el 'grunge' y que lleva veinte años intentando arrebatar el trono de la vanguardia de la costa oeste americana a Los Ángeles.
BSBD son de lo más: de lo más vanguardista, de lo más raro, de lo más experimental dentro de la música instrumental con su combinación de instrumentos en sentido estricto, voces, 'samplers', y su estilo, a mitad camino entre la épica y el hip hop. Oyéndolos resulta complicado recordar que sus raíces entroncan con la calle más pura y dura. Su purismo es el de la música clásica. Su actitud es la de la veneración del arte por el arte.
Su cuarto álbum en diez años recibe el nombre de Glaciers y es una apuesta más clásica, seria, más envolvente, concebida como una suerte de sinfonía moderna que bordea sin reparos los límites de la sesión chill-out para saltárselos con sus cambios de ritmo, sus subidas épicas y sus sonidos insólitos, un trabajo en el que dan rienda suelta a su proverbial creatividad, fructíferos hasta el exceso.
Con este disco se muestran más próximos a un Brian Eno mezclado con Massive Atack que a cualquier otra formación contemporánea. Glaciers, dividido en cinco partes tituladas con números romanos, tiene algo del Jean Michel Jarre de Zoolok, con sus voces distorsionadas y empleadas como instrumentos, tal y como deseaban Pink Floyd en sus experimentos setenteros.
Pero que nadie se lleve a equívoco; BSBD no mira al pasado para venerarlo, no revisa e imita como manieristas, sino que construye desde su presente, atentos a los sonidos de una era saturada de ruido, filtrando, seleccionando. Incansables productores, padrinos de raperos como Nacho Picasso, los BSBD buscan la madurez desde conceptos musicales que tienen mucha deuda con la cultura de club.
Glaciers es un trabajo en el que dan una nueva dimensión a la esfera post-rock, al shoegaze y a la música progresiva, con bucles en los que la obsesión parece ser precisamente la contraria al género, la no repetición, haciendo de cada ronda de melodía un nuevo viaje a otra lectura.
Con la colaboración de Child Actor, Lotte Kestner y JMSN, compañeros de sello discográfico, el dúo no se sale de su zona de confort, intenta aportar emociones intelectuales y, por qué no decirlo así, emprende una denodada búsqueda de la belleza. La diferencia con sus anteriores trabajos es la experiencia, la veteranía, ya una década, que les permite desechar lo que sobra y rellenar lo demás con sus aires barrocos, excesivos. Porque, como casi siempre con ellos, hay algo de más.
Los temas son grandiosos, de una extensión superior a los diez minutos casi se diría que con afanes operísticos, muy épicos incluso en los momentos más íntimos. Todo se acumula y se expande para de pronto pararse y dar paso a violines dramáticos y elegantes, como en el caso de I, donde el violín marca el cambio de ritmo que se produce a mitad y se convierte en un protagonista a la altura de la voz. Y si no es un violín, es ese sampler con subidas y bajadas de volumen, o la propia voz humana que compensa ese aire frío, a veces glacial, de su música. Glaciers, que podría ser interpretado como una banda sonora para una película por existir, es una pieza que contribuirá a afianzar la leyenda del dúo entre sus fans, fieles e incondicionales. BSBD no quiere ser una moda. Son ellos.
Blue Sky Black Death. - 'Glaciers'
Sello: Fake Four
Valoración: 7,5/10
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