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Romay, el Tkachenkín español

ÁLVARO GONZÁLEZ. 18/11/2013 ‘Altísimo, un viaje con Fernando Romay' recuerda los años dorados del baloncesto ochenteno a través de la experiencia del pívot gallego del Real Madrid

VALENCIA. Cuando quien esto escribe cubría información sobre empresas le tocó en más de una ocasión asistir a conferencias de ex deportistas enrolados en esos rollos de Management sobre liderazgo. Aunque se tratase de palabrería hueca en la mayoría de los casos, estas charlas eran siempre bien recibidas porque rompían la monotonía de jornadas sobre creatividad, redundancias como ‘eficacia y eficiencia', o la maldita sea por siempre ISO9001. En la que me tragué una vez de Romay no compartió la fórmula de la Coca-Cola precisamente, cosa que tampoco hacía realmente ningún gurú, pero sí me quedé con la tristeza con la que hablaba de retirarse del deporte profesional. Dejaba entrever que tuvo problemas para adaptarse a la vida cotidiana. Estaba acostumbrado a que un vestuario le llevase el ánimo en volandas. De ahí que luego se metiera a jugar al fútbol americano, y de ahí que luego yo pudiera entender la tragedia de otros deportistas, como Michel Boerebach, tras colgar las botas.

Romay fue uno de los jugadores más emblemáticos de los años 80, pero no fue uno más. Se coló en el baloncesto exclusivamente por su altura, 2,13. Tuvo que aprender sobre la marcha, como el que dice, y eso obviamente hace que su historia se saliese de la norma. El periodista Jacobo Rivero ha relatado su trayectoria en un libro que indaga más en la época que en el biografiado, pero que sirve de complemento perfecto a las memorias de Juanma Iturriaga, ‘Antes de que se me olvide' que también publicó esta editorial, Turpial.

A Fernando Romay se le empezó a conocer entre los círculos baloncestísticos por el boca a boca. Con once años ya medía 1,90. Clubes como el Estudiantes o el Juventut de Badalona le escribieron cartas para hacerle una prueba, pero fue el Real Madrid el que se dignó en llamarle por teléfono y suya fue la oferta que sus padres escucharon. Viajó desde Galicia a la capital en tren, que entonces, según confiesa, estaba lejos de A Coruña como la Luna de la Tierra, y pasó una prueba para ver si le cogían. Desconocía los fundamentos de este deporte hasta tal punto que se conformaron con comprobar si era capaz de correr en línea recta con los ojos cerrados para admitirle. No tenía ni idea, pero le vieron potencial.

Hay que tener en cuenta que se presentó a la prueba con unas John Smith recortada por la puntera, con los dedos asomando, porque no le cabía el pie. Y ni siquiera en el club encontraron en ese momento zapatillas que le valieran. Romay, al que le tenían que hacer los pantalones con retales, recuerda que "vestía como un viejo siendo un chaval". No podía llevar vaqueros como los demás. Debía ser un cuadro verle.

De modo que cuando le observó Santiago Bernabeu se asombró por su falta de coordinación. Le pidió a los entrenadores que le pusieran a saltar a la comba, como se hacía con los boxeadores para que adquirieran sentido del equilibrio, le explicó a sus técnicos.  Y encima luego tuvo que cogerle Bernadino Lombao, también años después entrenador de José María Aznar, lo que demuestra que no discriminaba a nadie ni por alto ni por bajo, y ponerle a punto. Hasta trajeron una máquina de Finlandia que daba descargas eléctricas para desarrollarle la masa muscular. Con esta preparación Romay no tardó en debutar ni en llegar a la selección española. Era lo que necesitaba un equipo al que le faltaban muchos centímetros. Fue nuestro bebé probeta del baloncesto.

Con él, España fue plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, un logro que puso de moda el baloncesto en España, un deporte que vivió un momento mágico aquellos años en los que, según el autor, no faltó testosterona en las canchas precisamente. Pero estos primeros éxitos de la selección llegaron demasiado pronto. Dice Romay que se quedaron enseguida sin referentes y la resaca, hasta la generación de Lisboa, duró largos años.  Pero con el Real Madrid tuvo tiempo de ganar siete ligas, cinco Copas del Rey, dos Copas de Europa, tres Recopas de Europa y una Copa Korac.

RODEADO DE GIGANTES

En todo esta etapa, el jugador más fascinante con el que coincidió fue el sarajevita Mirza Delibasic. Cuenta una anécdota que le describe muy bien. Fue un día a entrDelibasic con el dorsal 15; Romay con el 6enar y el utilero llegó tarde a abrir el pabellón. Cuando Mirza le echó la bronca, le dijo que a ver si se compraba una moto nueva. ¿Me la pagas tú?, replicó Ángel López, y el yugoslavo en un par de días le dio el dinero. Se lo ganó para siempre, el utilero le veneró, como el resto del equipo: desde que aprendió nuestra lengua perfectamente en un par de meses, hasta que  se marchó voluntariamente haciéndose socio del club el día que vio que le buscaban sustituto. Explica Romay que les contagió una forma de entender el baloncesto que era disfrutando de la vida en general. Iturriaga en sus memorias también se deshace en elogios hacia él con los mismos argumentos.

De todas formas, el mejor jugador con el que coincidió Romay cuenta que fue Arvydas Sabonis. Otro que no tardó en aprender a jugar a las cartas con los compañeros. En cambio, de Petrovic recuerda que iba por libre, como es bien sabido. Hasta el punto de que un día quedó con ellos para entrenar a las 10:30 del día siguiente, les dijo que hasta mañana y poco después se enteraron de que había volado a Estados Unidos sin decir ni adiós. De esta generación de yugoslavos Romay tiene la teoría de que gastaban 30 minutos en ganarles y 10 en ganar el siguiente partido sacándoles de sus casillas. Un comportamiento, el de Drazen, que luego se volvió en su contra cuando el árbitro Juan José Neyro, en el partido decisivo de la final de la liga contra el Barcelona, expulsó a todo el quinteto inicial del Madrid. Todo, según Romay, porque Petrovic le había escupido años atrás.

EL ADIÓS A LA SELECCIÓN

El idilio con la selección se rompió después de que en el Mundial de Argentina el gallego se rompiera la mano dándole un golpe al banquillo. Ya no fue a Barcelona 92, lo cual no se sabe si es bueno o malo después del papel que desempeñó la selección en el torneo del ‘angolazo', pero Romay reconoce que dejó de hablarse con el seleccionador, Antonio Díaz Miguel, por dejarle fuera.

Al salir también del Madrid fue a Ferrol. Este club terminó hundiéndose por motivos económicos, pero Romay deja un detalle curioso de cuando volvió a jugar contra su ex equipo. Le hicieron un homenaje y le regalaron una camiseta antes de empezar. Hecho un mar de lágrimas, hizo un partido desastroso y su entrenador José Antonio Figueroa le dijo: "parece mentira que te dejen fuera del partido regalándote una camiseta". ¡Pero es la del Madrid!, replicó él enfadado. El míster tuvo que darle la razón.

La siguiente versión de Romay la hemos visto todos en la tele. Desde presentador del ¡Qué me dices!, por lo visto siempre le interesó el mundo del corazón -compraba revistas del ramo en las concentraciones con sus equipos- hasta ‘Mira quién baila'. El jugador dice que prefiere arrepentirse de hacer algo que de no hacerlo. Y sobre las retransmisiones que ha locutado de baloncesto se queja de que las críticas se las han hecho "una minoría que tiene mucho tiempo libre y escribe mucho en Twitter". Él se excusa reconociendo que si tiene un lenguaje simple es porque trata de hacer el baloncesto entendible para todos los públicos.

Pero lo realmente relevante de su personaje y lo que mejor capta el libro es que, como explica el propio autor Jacobo Rivero, con la incorporación de Romay España empezó a ser competitiva. Para empezar, en centímetros. Porque antes de su generación, estaba el desierto y fue él, y no otro, el que le puso un tapón a Michael Jordan.

FICHA TÉCNICA 

Altísimo. Un viaje con Fernando Romay

Autor: Jacobo Rivero

Páginas: 166

Editorial: Turpial. Colección: Mirador

Precio: 18 euros.

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3 comentarios

Caliban escribió
21/11/2013 20:22

Hombre, el valor que tuvo Romay, ya lo has dicho, fue hacer visible que en este país había gente muy alta y que podía dedicarse al basket. Y punto. Dedicarse. Hacer carrera aunque fuese a base de rebotes y hacer bulto. Poco más. El demostrar que había gente muy alta y además buenos, fue cosa de algunos que vinieron detrás, como Ruf, Ferran, Dueñas, etc... Y que los había muy altos y además muy muy buenos, pues ya fue cosa de los Gasoles. Y como comentarista era nefasto. Que sí, que intentaba hacerlo ameno para aquellos que no conocían mucho el deporte. Vale. Lástima que esos, a la hora de la verda,d eran un porcentaje mínimo de los que seguían las retransmisiones. Y los demás a sufrir...

Morcila escribió
20/11/2013 08:59

Pues en su momento a mi no me parecia tan, tan malo. De hecho la diferencia de altura era tan abrumadora que muchas veces recuerdo que cuando hacia un tapón sorprendente... simplemente le pitaban personal. Como si estuviera jugando con niños y le dijeran "va... no abuses..." Me llamaba mucho eso la atención.

Marcos escribió
19/11/2013 10:17

Hola, voy a discrepar. Como baloncestista, fue mediocre, muy mediocre. Os invito a re-visitar imágenes de aquella época. La diferencia, lo siento, la marcaron Fernando Martín, Epi y Corbalán. Romay no. Como comentarista de televisión es mediocre, muy mediocre. No hace "un lenguaje simple". Cuenta chistes malos y chorradas que, al menos a mi, me sacan (sacaban) de quicio. Parece mentira que un jugador que ha jugado en ese nivel, sea incapaz de aportar absolutamente NADA en ninguno de sus comentarios. Por cierto de Delibasic puedes escribir todo lo que quieras. Este sí fue un fuera de serie a todos los niveles. Gracias por escribir de baloncesto. Marcos

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