VALENCIA. Un fantasma recorre la ilustrada cinefilia española. Se le conoce como "síndrome de Vicky Cristina Barcelona". El síndrome es fácil de detectar pero resulta incurable. Si acude Vd., querido lector, a un cinefórum o foro de prensa o universitario, o si se pone a hablar de cine con los amigachos en un bar, siempre hay una serie de películas que, con solo mencionarlas, provocan esputos y convulsiones en ciertos encefalogramas planos.
Si en este debate al que Vd. asiste sale a colación la película Vicky Cristina Barcelona, siempre aparecerá algún nacionalista catalán que, con la barretina calada hasta las cejas y con una incapacidad manifiesta para articular una mínima oración subordinada, irrumpirá en el debate diciendo que la película es una porquería porque sí, que Woody Allen no tiene ni idea de cine y que ha atacado las esencias catalanas.
Han pasado ya cinco años desde el estreno de esta película, pero los odios catetos que generó en amplios sectores cinefilico-nacionalistas no han cesado. Todo lo contrario, Vicky Cristina Barcelona se ha convertido en un icono del imperialismo anticatalán, a la altura del Real Madrid Club de Fútbol o de Federico Jiménez Losantos.
Ha quedado instalada en el imaginario la idea de que el film es mala de calamidad porque no refleja la realidad catalana y presenta una ciudad idealizada donde hay conciertos de flamenco, como si géneros como la rumba catalana fuesen inventos madrileños y como si Woody Allen se dedicase a hacer documentales sobre la lucha de clases en lugar de comedias sentimentales. Si el cine norteamericano idealiza ciudades como París en lugar de retratar la Banlieue, está bien. Pero si se acercan a Barcelona y hablan de una historia de amor en vez de retratar el hecho diferencial catalán, a la hoguera de inmediato.
Porque antes, desde los cánones cinefílicos, Woody Allen molaba. Era un tío dinámico, divertido y profundo también, que te cogía las relaciones de pareja y te las diseccionaba pero con sentido del humor. Así, películas como Annie Hall o Hannah y sus hermanas nos situaban en un entorno urbano de clase media-alta para hablarnos de los conflictos cotidianos de unos personajes en los que el espectador se sentía reconocido de inmediato.
Woody Allen representaba el humor inteligente neoyorquino de un cine norteamericano que suponía un respiro al cine de Hollywood, más centrado en apelar a nuestras emociones más primarias: mientras el cine de la Costa Oeste (Hollywood) apela a tus impulsos y te anima a que cojas una metralleta y mates a negros, chinos, moros, gitanos y feos en general, las películas de la Costa Este (Woody Allen) se dirigían al intelecto, sin renunciar a pasar un buen rato.
Todo esto también se percibía así en España. Hasta que llegó Vicky Cristina Barcelona y cierta cinefilia empezó a criticar a Allen por los mismos motivos por los que le había reverenciado. No era ya, por ejemplo, un cineasta prolífico sino un tío coñazo que insistía en hacer películas como churros, una al año, casi sin respirar.
También había dejado de ser un cómico gracioso para pasar a ser un cineasta que va racaneando dinero allá donde le financian una película, una especie de prostituta que se vende al mejor postor para ambientar sus films en aquellos sitios donde conseguía la pasta. Los cinéfilos paletos descubrían que el cine era una industria y que el cine norteamericano se adapta a las realidades económicas de cada caso.
Como Woody Allen ya no es el tío que mola, ahora el estreno de cada nueva cinta genera recelo, incomprensión y una cierta desazón. Porque, claro, hizo Vicky Cristina Barcelona y muchos se sintieron traicionados. ¿Cómo es posible que hiciera una película sobre Barcelona y los personajes no fueran por la calle bailando sardanas y comiendo pa amb tomaca? ¿Cómo se atrevía a que la película fuera en inglés y no en catalán?
Algo de esto ha pasado con su último estreno, Blue Jasmine, con la cinefilia kulta pillada a contrapié. Unos dicen que es una comedia, otros que es un drama. Hay quien dice que la película está bien, otros que es una porquería. Woody Allen ya no es aquí un cineasta de consenso, sino de enfrentamiento. Si te gusta Woody Allen, te pueden mirar con gesto complaciente, con paternalismo displicente, como diciendo "eso es muy, muy carrozón, o sea".
DOS MUNDOS CONTRAPUESTOS
Blue Jasmine es una comedia que sigue muchas de las pautas del cine de Allen. Su estilo de escritura consiste en presentar dos mundos contrapuestos y ridiculizar sus estereotipos precisamente a través de la exhibición de ese contraste. La historia gira en torno a dos hermanas adoptadas, una pjia y casada con un pedazo de cabrón especulador inmobiliario que ha enviado a la ruina a muchas familias (ejecutivo agresivo de preferentes sería su nombre técnico), y la otra, pobre de clase baja, víctima de los movimientos especulativos con los que funciona el sistema económico.
La primera, la pija se llama Jasmine y es una enferma neurótica totalmente insatisfecha, repudiada por su hijo y su entorno. La hermana pobre, Ginger, no tiene esos problemas y busca a su modo la felicidad, pero sin las estridencias ni altibajos de Jasmine. La pija es infleliz y la pobre es feliz.
Esto podría parecer un cuento de hadas. Podría parecerlo porque, de hecho, lo es. Woody Allen no está interesado en hacer un drama social sino una comedia a partir de personajes antagónicos. Al igual que sucedía en Granujas de medio pelo, la comedia arranca por las distintas circunstancias económicas. Por eso, el cineasta no trata de hacer una reflexión sobre la crisis financiera ni la filma con afán realista.
La justicia funciona con los especuladores y los pobres son felices porque la película se inserta en esa tradición de comedia que realiza un retrato social sin violentar los códigos de la comedia norteamericana, es decir, sin intentar moralizar con un discurso evidente.
Su cine opera aquí de modo similar al de Midnight in Paris, en el que nos ofrecía un pasado idealizado a través de los ojos del protagonista. Aquí nos plantea un presente idealizado, en el que al final los pobres son, en una pirueta final imposible en el mundo real, felices a pesar de los pesares. Algo similar a lo que con toda la intención del mundo hacía Aki Kaurismäki en Le Havre y cuyo antecedente fundacional se encuentra en la película El último, de F.W. Murnau.
Por eso, resulta muy divertido el espacio en el que sitúa Woody Allen al espectador. La comedia funciona a la perfección y con mucha sutileza mientras vemos un mundo en el que los malos son los que se dedican a los "chanchullos inmobiliarios y fraudes bancarios", como se dice en la película. Además, esos malos pagan del todo por sus excesos, los pobres siguen viviendo a su modo y pese a las penurias, y se nos permite soñar con una realidad que nos desmienten a diario los periódicos.
A eso juega Woody Allen en Blue Jasmine, y no a un choque de realidad que haga que nos vayamos deprimidos a casa. Todo siempre tan sutil como inteligente resulta un cine que actúa con mucha sencillez y plagado de detalles sutiles, de esos que se les escapan a los burros que lo someten todo al canon nacionalista, sea catalán, español o andorrano. Pero ese síndrome es incurable mientras no se vean las películas de Woody Allen con las neuronas necesarias.
Ficha técnica
Blue Jasmine. EE.UU., 2013, 98'
Director: Woody Allen
Intérpretes: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Sally Hawkins.
Sinopsis: Jasmine es una pija estadounidense que vive del cuento y de su marido, un especulador inmobiliario y tiburón de las finanzas. Cuando se entera de que la engaña con otras mujeres, decide vengarse denunciándolo al FBI. En España, tras la denuncia, le habrían dado al emprendedor un puesto en un consejo de administración de una eléctrica.
Puesssssss, voy a comenzar diciendo que es la primera película de Woody allen que me deja frío. Soy un absoluto fan de su obra, he discutido mil veces con amigos sobre las llamadas "obras menores" de Allen, porque a mi sus películas, unas más otras menos, siempre me han parecido sustanciales, y muy disfrutables, diría casi que sin excepción. No quiero convencer a nadie de nada, sólo os comento mi impresión, y es que en esta cinta la tragicomedia (para mi Manuel, sí que hay parte de drama y muy obvio) no está nada conseguida. Ni siquiera la comedia me hace descojonarme. Las risas y el drama se mezclan para mi demasiado bruscamente, el uso del flashback se me hace cansino. No sabéis cuantas veces se me ha hinchado la vena oyendo a alguien decirme que hace las películas con el piloto automático, que para mi es como decir sin alma ninguna, como quien ensobra propaganda electoral. Bueno, pues eso he sentido viendo esta película. Me da la sensación de que es un esbozo. La idea está bien pero ni frío, ni calor. Hay risas, hay drama pero no me emociona. En fin, es mi opinión.
No soy nacionalista andorrano y lo cierto es que la pachanga parisina me resultó infumable. ¿Cómo diría un crítico? Plana. Yo lo resumiría, mejor, en mierdecilla semiculta (y el problema no esta en el semi-).
Hola auskalo: Muchas gracias por tu comentario. Permíteme unas preguntas. ¿Cuándo he resumido yo el rock entre Frank Zappa y Lou Reed? ¿Crees de verdad que Frank Zappa no nos dice que "somos héroes de nuestras propias miserias"? ¿Crees de verdad que Frank Zappa no me resulta divertido? ¿Qué parámetro aplico entonces de manera distinta a uno o a otro, a Frank Zappa y a Woody Allen? ¿Dónde está la incoherencia ahí?
Es curioso que una persona que resume el rock entre Frank Zappa y Lou Reed, elogie a Woody Allen como cineasta. En el cine sabe divertirse, al parecer, con un desgarramantas neoyorkino salado que además de plagiar es repetitivo y cansino, en recordarnos que somos heroes de nuestras propias miserias. Curioso el cambio de visceralidad. ¿Has entrevistado a Diane Keaton? Veo que para ti woody domina la “expresión” y además te resulta divertido. OK. Un amigo mío escribía: La vida que yo veo anhela los extremos confines, el Desierto, la Selava y nada más. Tu lo aplicas en música, pero no en cine, ni en Canal 9. Algo huele, ¿no?
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