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EL LENGUAJE DEL CINE

'Prisioneros'
Secuestros y corrupción social

MANUEL DE LA FUENTE. 19/10/2013 De entre toda la basura que se puede rastrear en las carteleras, a veces sobresale alguna película que vale la pena. Prisioneros es una de ellas

VALENCIA. Se trata de una película policiaca sobre secuestros de niños dirigida por Denis Villeneuve y protagonizada por Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal. A lo largo de más de dos horas de metraje, el espectador se va sumergiendo en la podredumbre social que refleja la película a partir del retrato de una pequeña ciudad y en el terror que se esconde en lo más profundo de la cotidianeidad. La cinta lleva una semana en cartel, eclipsada por otros estrenos con mayor renombre y mayor inversión publicitaria.

Para empezar, habría que preguntarse por qué escasean las buenas películas policiacas. La respuesta es bien sencilla: porque se trata de un género que se ha trasladado a la televisión. El negro es un género que supuso una ruptura desde que, en 1929, Dashiell Hammett publicara la novela Cosecha roja. Siguiendo una corriente que venía fraguándose en Estados Unidos, Hammett concibió una historia violenta en la que los personajes principales eran policías, periodistas y mafiosos que acababan enfrentándose entre sí. No había distinción entre buenos y malos, y los hechos que se relataban lejos estaban de ser modélicos. Hammett estableció que la literatura, con el género negro, era el único espacio para llegar a territorios a los que ni siquiera el periodismo podía aspirar.

Casi un siglo después, seguimos en la misma situación, con un orden social dominado por mafiosos y corruptos y con un relato institucional, establecido por los medios de comunicación y por una cultura oficial, que pregona que aquí no pasa nada. Que bueno, sí, hay algunos casos de corrupción, pero esto se soluciona con pactos de Estado, con una conversación con los amigos en el bar, y mañana a poner las noticias de nuevo a ver qué nuevo escándalo salta a la luz. Todo bien controlado, sin llegar nunca al meollo de la cuestión, sin realizar trabajos de investigación independientes que desvelen la porquería que se esconde debajo de los recortes sociales.

Evidentemente, casi un siglo después, la literatura no tiene ya ese lugar dominante en el espacio público, pero tampoco el cine. A partir de la novela de Hammett, el cine fue asumiendo los parámetros del género policiaco y empezó a producir películas que denunciaban sin cesar las cloacas del sistema. Las películas de John Huston o Raoul Walsh, aquellas cintas protagonizadas por Humphrey Bogart, John Garfield, los policías corruptos, los políticos sobornados y las mujeres fatales, mostraban algo inédito: los héroes de las películas eran auténticos perdedores que anteponían su sentido del deber, dando la cara por una sociedad que no les agradecía nada.

Durante décadas, este género cinematográfico funcionó a la perfección, ya que era un mecanismo que combinaba los elementos más importantes que dan sentido al espectáculo: por un lado, ofrecer historias entretenidas y, por el otro, realizar una reflexión social para que el espectador se fuese a casa dándole a la cabeza, pensando que la función de la cultura va más allá de la mera evasión. No obstante, en los últimos años, al cine le ha acabado sucediendo como a la literatura: tal y como ha quedado ahora, ha dejado de tener relevancia, derivándose esta importancia hacia otros formatos.

La gente sigue yendo al cine, sí, como sigue yendo a la ópera, pero hace ya años que las películas no sientan cátedra. Ahora eso pasa en otros sitios, como la televisión. Así, es en la ficción televisiva donde vemos lo que antes veíamos en el cine o en la literatura policiaca, esas historias poco edificantes que hablan de corrupción y de la frontera difusa que define la legalidad. De eso tratan, de hecho, tres de las series televisivas más populares del último decenio: Los Soprano, The Wire y Breaking Bad.

Mientras en televisión proliferan las historias de policías, mafiosos y de ciudadanos que quebrantan la ley, en cine cada vez aparece más limitado el alcance del género pese a los intentos (como la terminología de "neo-noir") por mantener esa vigencia de antaño. Pero en 1994 Quentin Tarantino estrenó Pulp Fiction en la que venía a decir que hasta aquí hemos llegado, con un elogio fúnebre del género y muchos realizadores lo entendieron al revés, pasando a confundir policiaco con baños de sangre y música rock. El último que sigue esta moda es el chico malote del momento, Nicolas Winding Refn, el que dirigió Drive y que está a punto de estrenar en España su último producto, Sólo Dios perdona. Amén.

UN NIDO DE VÍBORAS

A la espera de ese próximo estreno, no hay que perder de vista Prisioneros, vestigio de ese cine policiaco llevado a cabo en un tiempo en el que sólo se puede insistir en que las injusticias siguen formando parte del entramado social. Aquí, la apacible vida en un pueblo muy normal y aburrido, con sus cenas familiares y sus fiestas del Día de Acción de Gracias, se ve alterado por el secuestro de dos niñas. Uno de los padres, Keller Dover (Hugh Jackman) es el típico pringao violento, que saca su mala leche yéndose de caza y dándole la tabarra a su hijo con sus lecciones de vida. Por su parte, el policía encargado del caso, el agente Loki (Jake Gyllenhaal) se va obsesionando poco a poco con un suceso que no logra resolver y que no para de enmarañarse.

Los conflictos saltan a raíz del secuestro y el pueblo que parecía tan apacible se revela como un nido de víboras donde todo son reproches y sospechas. Porque una cosa está clara: el secuestrador es alguien de la comunidad y, para abrir boca, el policía empieza su investigación encontrando, en el sótano de la casa de un cura, a un hombre muerto, un pederasta al que el mismo cura había torturado como expiación de sus pecados. Según avanza el caso, vamos sobrepasando ese mundo de apariencias para adentrarnos en la intimidad de las familias de la comunidad, un microcosmos tan helado y áspero como el clima atmosférico que vemos (nieva y llueve durante toda la historia) y como la sociedad a la que representa la película. Al final, esa comunidad en la que las tensiones están a flor de piel puede ser cualquier pueblo, cualquier ciudad o vecindario con una violencia soterrada.

Eso es lo mejor del film, cómo va atrapando al espectador a través del juego de implícitos. Podemos adivinar la caracterización de los personajes por sus rasgos (los tatuajes y los tics del policía, por ejemplo), pero nada aparece de manera explícita. Tampoco sale nadie liándose a tiros, quemando todas las casas y cagándose en el pueblo entero, como haría cualquier otro cineasta. Para hablar de violencia, suele ser mejor mostrar lo mínimo posible. Es el camino que han optado, en los últimos años, películas como Zodiac o El intercambio: historias absorbentes que reivindican otros modos de hacer cine, que recuerdan cuando no todo estaba sometido a las urgencias de la sangre y de la explotación comercial rápida de las películas. Películas que, en definitiva, nos hablan de los aspectos más turbios de nuestra sociedad desde historias aparentemente menores y cotidianas.

 

Ficha técnica
Prisioneros (Prisoners)
EE.UU., 2013, 153'

Director: Denis Villeneuve

Intérpretes: Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard

Sinopsis: Dos niñas son secuestradas en un pueblo. Tras liberar la policía a un sospechoso del secuestro, el padre de una de las niñas decide raptarle y torturarle para obtener una confesión.

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3 comentarios

de ventre escribió
21/10/2013 13:49

no puedo más que recomendarles "gone baby gone", la primera, creo, peli dirigida por ben affleck y auténtica maravilla negra. j

jose escribió
20/10/2013 23:56

me refiero a "Adelantado" por error. Quiero decir "de la Fuente". Gracias.

jose escribió
20/10/2013 23:44

sin desmentir a Adelantado, que está más enterado pues es lo suyo, me parece que el detective de los inicios del cine negro es un antiheroe que no pretende ninguna transcendencia en su trabajo del que no recibe, aparte de unos cientos de $, mas que palos y algunos favores (siempre contradictorios) de bellas mujeres. Así Bogart, Nicholson o Mitchum. Al lector o espectador no se le exige ningún posicionamiento más allá de una mirada lúcida de la época. Gravras o Loach introducen un sentido moral, otra cosa. Respecto del cine actual ahí me pierdo.

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