VALENCIA. Hace más de dos décadas el cineasta de origen libanés Alek Keshishian dirigió el documental ‘En la cama con Madonna' a mayor gloria de la diva del pop. Sus valores cinematográficos eran nimios, un montaje eficaz y poco más, y su mayor interés radicaba en el hecho de que Keshishian había gozado de total libertad y acceso a la cantante que se mostraba abierta y que no ocultaba, por ejemplo, su interés sexual por Antonio Banderas, hecho que en su día fue muy comentado y que sirvió para popularizar internacionalmente al malagueño.
Al documental 'El Amor Amargo de Chavela', del bailarín Rafael Amargo, le sucede algo parecido. Como película sus valores son más bien contados, sobran los dedos de la mano para enumerarlos, pero ya de entrada tiene una virtud que le hace único para la legión de admiradores de la cantante costarricense y para quienes apenas saben de ella: contiene la última entrevista con esta leyenda de la escena.
Amargo ha tenido ese privilegio por ser su amigo; y una persona solitaria, como lo era Chavela Vargas, si algo apreciaba era a las amistades verdaderas. El bailarín, en ese papel de confidente, la estuvo cuidando durante cuatro meses en México antes de que pensaran que de su relación podría salir una película.
Explicaba en Valencia el ahora cineasta que rodar un largometraje fue idea de la cantante. Durante uno de sus numerosos diálogos en los meses que convivieron juntos, Amargo le indicó que esas historias que ella le contaba en la intimidad tenía que conocerlas "la gente". Y ella le replicó "saca la cámara y graba". Pero no lo hizo a la primera, quizá su mayor error porque el talón de Aquiles de todo el proyecto es el artificio narrativo, y en lugar de limitarse al documento, al poderoso documento, apostó por una suerte de ficción.
En teoría la película propuesta a Chavela iba a mostrar cómo Amargo, en crisis creativa, le lleva a la cantante una carta de García Lorca. La misiva está escrita desde el cielo y se la ha entregado a Amargo su abuelo, cartero y familiar del poeta granadino. Ya con su misión de mensajero, el bailarín, de impoluto blanco, recorre durante tres días México buscando a su amiga hasta que ella le recibe. En la práctica es otra cosa.
El envoltorio con el que se presenta este testamento bordea, cierto es, lo risible. Su espíritu naif se vuelve en su contra aunque también le da ternura; toda una contradicción lógica. Como un boomerang, va y vuelve hasta golpearle. La apariencia que ofrece Amargo todo-vestidito-de-blanco la resume la propia Chavela cuando al verle le dice: "Me lo vistieron de primera comunión". No es que lo que se ve en la película hasta entonces no interese, es que cómo lo dice distrae. Las formas enturbian.
El verdadero interés surge cuando Chavela Vargas habla (y Amargo no la interrumpe). La leyenda se explaya con honestidad, sin temor a hablar sobre su lesbianismo (ese hecho sabido pero nunca dicho de su vida personal), su amor por Macorina, una mulata a la que dedicó una de sus canciones más famosas, o su desprecio hacia quienes mataron a Lorca. Hay momentos como puños. Hay emociones. Hay vida. Es alguien que se va y ese alguien es además una persona que nunca se ha callado, una persona valiente. Pero lo que podría ser un testamento demoledor acaba eclipsado por esa otra historia de amistad entre el bailarín joven y la cantante legendaria, narrada de una forma a veces hermosa, casi siempre caótica.
Amargo, que para esta aventura ha estado acompañado por su hermano y amigos como Ion Collar, explicaba que rodaron ocho horas de entrevista. El proyecto ha crecido desde sus inicios y ha pasado de 52 minutos (el estándar televisivo) a 63 para así poder competir en los Goyas a mejor largometraje documental, donde sólo pueden participar filmes de más de una hora. Pese a estas necesidades, el bailarín no quiso usar todo el material, sobre todo el que muestra más débil a su amiga amada, dijo, por respeto.
Esa discreción no evita que el espectador ajeno pueda vislumbrar la dignidad con la que esta mujer orgullosa y única afrontó la muerte, esperándola como un atardecer, la serenidad con la que habla de su inminente adiós. "Cuando la muerte me dé la mano me despediré de ustedes con algo que diga soy gitana; hasta luego, pueblo mío", murmura. O cuando ella le explica a Amargo que Federico García Lorca le ha hablado en sueños y le ha dicho cosas sobre él. O cuando le transmite su ‘fuerza chamánica' y su peyote en una ceremonia que tiene mucho de testamento, como una cesión artúrica de poderes mágicos, pocos días antes de su fallecimiento clínico en la habitación de la Residencia de Estudiantes donde estuvo alojado precisamente Lorca.
La película esquiva la necrofilia para instalarse en los terrenos más amables de la hagiografía de una amiga sin profundizar mucho. Y es ahí, desde esa perspectiva, desde ese mirador, donde todo tiene sentido. De hecho el filme, en sí, es más un álbum familiar, extremo que el propio Amargo reconocía implícitamente en Valencia cuando hablaba de la génesis del filme. "Ahora se ha sumado mucha gente, pero era una película sólo de nosotros, de mi hermano y mis amigos", comentaba a las puertas de los cines Babel, donde se presentó la película. Una sensación, la de documento familiar, que se percibe desde el principio cuando se descubre el uso de grafismos procedentes de programas de edición domésticos como el iMovie.
Con todo, es esa carencia de medios, esa precariedad, contribuye a incentivar en el espectador la sensación de intimidad, de cercanía, haciendo que las filmaciones en la casa de la cantante se conviertan en un paseo privilegiado por el último escenario de la vida de Chavela Vargas de la mano de su "gitano querido". Porque en el documental pericia cinematográfica no hay mucha, pero amor sí lo hay y a toneladas, hasta el punto que uno sale del cine queriendo ser amigo de Rafael Amargo, con una ola de simpatía hacia su persona y alegrándose de que haya sido él la persona que ha acompañado a Chavela Vargas en los últimos años de su vida porque, por lo visto en la pantalla, por cómo le besa Chavela, Amargo es un buen tipo.
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