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crítica literaria

‘El puño y la letra': ¿hay vida inteligente en el rock and roll después de Internet?

ÁLVARO GONZÁLEZ. 27/09/2013 La llegada de la Red ha dinamitado los cimientos de la música cuando más fácil lo tiene un chaval de clase media para comprarse un instrumento

MADRID. No hay que confundirse. El rock and roll nació como engañabobos. Una fórmula para sacarle el dinero a los adolescentes. Es cierto que durante los convulsos años 60 sirvió de altavoz para aquellas revoluciones juveniles, pero a partir de ahí, desde los 70, la norma fue una profesionalización de los músicos y el desarrollo imparable de la industria que explotaba sus creaciones.

La llegada de Internet ha dinamitado los cimientos de ese negocio. Y lo ha hecho, precisamente, en el momento en el que más fácil lo tenía un chaval de clase media para comprarse un instrumento. En consecuencia, das una patada y salen mil grupos. El 99% no interesará más que a sus amigos. El 1% triunfante, tendrá que trabajar los conciertos de forma estajanovista si quiere pasarse toda la vida sin pisar una oficina, que siempre ha sido la idea central de quien se interesaba por el rock and roll, al margen de hacerse con una abultada agenda sexual.

Si seguimos fijándonos más en la norma que en la excepción, también podríamos colegir que el rock and roll se ha convertido en una especie de deporte propio de domingueros. Autorreferencial hasta la nausea, con estar en el momento y en el lugar atendiendo a las señales -el solo para vibrar, en el estribillo sentir, mucha distorsión viene a ser un cómo se nos va la olla tíos- mucha gente expía su conciencia en la ilusión de que está huyendo de la mediocridad.

Así llegamos a algunas de las ideas expuestas en ‘El puño y la letra: Creación literaria y rock & roll underground' (Editorial 66 Revoluciones) cuando su autor, el periodista Luis Boullosa, entrevista a Kim Warsén, cantante de Ginferno, que resume así el estado de la cuestión:

"...subimos cinco a un escenario para gritarle a doscientos o decir lo que pensamos a doscientas personas que pagan la entrada para escuchar cómo les gritas a la cara. Me sigue pareciendo un tema bastante curioso. Es curioso y es absurdo, entre comillas, supongo que tenemos un padre y estamos acostumbrados a eso: a que alguien nos grite lo que tenemos que hacer, y por eso seguimos yendo allí".

Julian CopeEso trata de averiguar este ensayo apoyado en entrevistas a músicos como Julian Cope, Pete Simonelli o Grant Hart. ¿Qué están gritando esos cuatro tíos sobre un escenario? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Son ideas aleatorias? ¿Lo hacen porque no pueden hacer otra cosa? ¿Tiene algo sentido?

No hay nada concluyente en el libro. Brendon Humphries, por ejemplo, desmitifica el valor literario o intelectual de las letras:

"A nadie le importan un carajo las historias más ambiguas. Los componentes intelectual y narrativo de la escucha vienen tras la elección empática de escuchar o no la música, la melodía, la vibración. Así que en ese sentido no tiene nada que ver con la literatura, en principio, y nunca deberían tenerlo. Sigur Ròs son un buen ejemplo de un lienzo en blanco de melodía y voz. La gente buscará sentido en ello, pero sólo porque les conmueve".

Y en un sentido contrario, por otro lado, está Julian Cope. Considera que el rock no es sólo música, sino que la gente necesita que le "recuerden que el mundo no es como ellos piensan que es". En su caso, él carga las tintas contra las religiones organizadas, especialmente el radicalismo islámico. Está preocupado por conservar un modelo de sociedad en el que los gais o las mujeres que van por ahí en ropa interior no son atacados. Sus versos son un ejemplo de incorrección o, al menos, de no asistir a las contradicciones del mundo contemporáneo silbando con las manos en los bolsillos:

"Nena, nosotros somos del futuro
Y ellos son del pasado
Tienen estrictamente verboten
Echarse unas risas
Nena, es divertido
Cuando escuchamos las cosas en las que creen
Pero ya no es tan divertido
Cuando nos hacen llorar"

Y en otra canción que cita Boullosa de Cope, ‘These things I kwno', deja un mensaje incendiario dedicado al cristianismo:

"Un sacerdote celoso es un enemigo mortal
y un enemigo mortal te sirve mejor muerto"

En cambio, mucho más constructivo resulta Gareth Liddiard, cuya entrevista abre el trabajo. En su canción ‘The radicalisation of D' comenta la peripecia de David Hicks, un australiano recluido en el campo de concentración de Guantánamo tras ser hecho prisionero luchando con los talibanes. Es un relato sobre una historia real, donde el artista introduce también experiencias propias. Se pregunta por el racismo y el embrutecimiento de una sociedad que da lugar a ese fenómeno. No obstante, Liddiard confiesa luego que escribe porque está "jodido de la cabeza" y que todo se trata de una especie de "celebración del pensamiento", no una militancia.

Y caben aun más visiones complementarias. Ryan Sambol, de los Strange Boys, también entiende el rock es un proceso en el que no hay que dejar que nada coarte tu pensamiento. Pero lo hace desde un alto concepto del trabajo. Cita el blues, a esos obreros del campo que después, el fin de semana, se iban a tocar. Su arte venía de lo real, del mundo que pisamos. Por eso hace suyo el manifiesto de la generación beat, de que cualquiera puede ser un artista en cualquier momento, pero no, nunca, un pataslargas.

"Fumar maría, no trabajar... eso no te convierte en artista. Ni siquiera escuchar música"

Porque, si dejamos las letras y nos centramos sólo en las canciones, Boullosa luego insiste en que generalmente a los músicos no les gusta regalar la fórmula de la Cocacola. Supone o desvelar el secreto o reconocer que no tienen ni idea de cómo han llegado ahí. Ya lo dijo Keith Richards, que sus riffs no eran suyos, estaban flotando ahí fuera. Lo que explica la inseguridad que sienten algunos artistas cuando acaban una gran obra, dice el autor, porque no saben a ciencia cierta cómo la han hecho.

Siempre se ha dicho que el rock and roll no hay que tomárselo ni demasiado en serio ni demasiado en broma. De ahí tal vez que su parroquia, fetichista a más no poder, sea pasto de las obsesiones, las contradicciones, el desencanto y las pasiones  retomadas. Así es como hay que entender este libro. No es más que una conversación que no se sabe cómo ha empezado ni concluye en ninguna parte, es como las habituales entre copas y tugurios poco recomendables. Aquí Boullosa comparte sus reflexiones en voz alta y se apoya en firmas de excepción. Un trabajo válido para volver a escuchar de nuevo todos tus discos, pero de otra manera, que no es tan fácil.


EL PUÑO Y LA LETRA Creación literaria y rock & roll underground

Luis Boullosa

Editorial 66 rpm

Primera edición: Julio de 2013-09-20

271 Páginas

20 euros

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3 comentarios

kap escribió
04/10/2013 08:37

Brendon Humphries tiene toda la puta razón, literatura es literatura y rock es rock. Es como la peña a la que le mola, por ejemplo, Serrat y les digo: 'No jodas, eso es un coñazo insoportable" - "Ya, sí, pero es que es un poeta y sus letras son la caña", -"OK, pues que escriba libros y no de la brasa con esa voz que me da 'repelusco' y esa música para echar a dormir hasta encontrarse con la muerte misma, hosti". Bueno, y mucho más tendría que decir pero tengo sueño. Por cierto, uno de mis temas favoritos es uno de los Ramones llamado "I don't wanna be learned, I don't wanna be tamed" Y esa es justo la letra, repetida durante minuto y pico. En fin...

Piotr escribió
29/09/2013 23:57

Brian May, astrofísico. Gracias.

pau escribió
28/09/2013 18:43

En el mismo saco Keith Richards, Sigur Ros, Julian Cope... o falta contexto o esto es hablar por hablar

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