VALENCIA. A mediados de los años 90, llegó a los cines una de esas películas que marcan época, Independence Day. Recuperando las historias de invasiones extraterrestres, el film nos narraba cómo el planeta entero era sometido de repente por un ataque del espacio exterior y cómo se organizaba la resistencia mundial, liderada por Estados Unidos, para repeler ese ataque. Además, el presidente del país, para más inri, era un tío valiente, que había sido piloto en la primera Guerra del Golfo. La historia terminaba con la victoria norteamericana, que era el triunfo de todos, en la batalla final librada un 4 de julio, de manera que el día de la independencia estadounidense pasaba a ser el día de la independencia mundial.
Evidentemente, la película tuvo un acogida crítica demoledora en Europa y se convirtió en un icono de la desmesura ideológica del cine de Hollywood, que esta vez se había pasado tres pueblos. Sin embargo, estas disquisiciones ocultaron la verdadera motivación de la película, que era ver las imágenes catastróficas de los espectaculares efectos especiales, entre las que destacaban unos planos de unos rayos láser que hacían volar por los aires la Casa Blanca y el Capitolio. Un auténtico disfrute para la vista, un espectáculo divertidísimo puesto en marcha por el director, Roland Emmerich, alemán para más señas.
Así, mientras en Europa seguíamos recibiendo las siguientes películas de Emmerich con desprecio y con ese atraso mediático-cultural que nos caracteriza, en Estados Unidos cada vez se enfurecían más porque en sus peliculitas no paraba de mostrar una y otra vez, con la excusa de la catástrofe y de alertar sobre el cambio climático, imágenes de la Casa Blanca y los principales edificios de la gran democracia yanqui explotando rabiosamente. La derecha norteamericana se ponía a parir con los excesos de este tío que no sólo es alemán, sino también liberal, gay, defensor del matrimonio homosexual y convencido demócrata que apoyaba públicamente a Hillary Clinton.
Finalmente, para despejar todas las dudas, en 2011 estrenó Anonymous, una excelente película sobre la teoría que atribuye la autoría de las obras de Shakespeare al conde de Oxford. La cinta ofrecía una reflexión muy interesante. Desmontando ese carácter sagrado e intocable que tiene la cultura para la derecha analfabeta (valga la redundancia), Emmerich decía que las obras de Shakespeare tenían una finalidad política muy clara en su momento, y venía a alertar sobre la banalización posterior que se ha hecho después del dramaturgo, de quien tantas veces se ha tomado su nombre en vano para edificar la industria cultural por antonomasia del mundo anglosajón. Emmerich nos decía que todo arte, sobre todos los clásicos, es político y que las obras del pasado aún nos hacen reflexionar sobre nuestro presente. Lo decía, encima, desde una superproducción norteamericana, no desde una película centroeuropea de arte y ensayo.
Puestos en antecedentes, el anuncio de que Emmerich estrenaba una nueva película sólo nos podía traer nuevas sensaciones. Y así ha sido. Asalto al poder (White House Down), como su título indica, no se anda con chiquitas y nos muestra una manifestación más del sueño húmedo del cineasta alemán: cómo sería contemplar por la televisión un golpe de estado militar que empezase por detonar bombas en el Capitolio y la Casa Blanca. Pero la cosa no queda ahí ya que Emmerich ha decidido ir más allá, dejarse de símbolos como la búsqueda de la paz, la defensa del medio ambiente y demás chiquilladas, para elaborar un discurso más evidente y agresivo, ideal para republicanos dummies.
Para empezar, el presidente del país en esta película es negro. Se parece a Obama y podría haber sido Obama, es más, debería haber sido Obama. Porque este presidente va en serio y su política es retirar todas las tropas de Oriente Medio. Eso provoca un mosqueo de la leche en el lobby armamentístico y en la extrema derecha, infiltrada en los altos cargos de su gobierno, que decide tomar el control por las armas para apartar al presidente por la fuerza, dar un viraje a esta política de alianza de civilizaciones y devolverle todo su esplendor al presupuesto de Defensa. Es decir, un golpe de Estado desde las entrañas de un sistema que se revuelve si alguien sale rana y cambia la política exterior hacia un entorno de paz y armonía.
Lo más gracioso es que la peli acaba bien, es decir, que Emmerich le da la vuelta al final feliz hollywoodiense. Porque el típico héroe consigue salvar la situación, repone en su cargo al sosias de Obama y le deja claro una cosa al espectador que se irá a casa cuando acabe la película: que la derecha militar y violenta son los malos de verdad, que no creen en la democracia y que están dispuestos a todo para utilizar la voluntad popular en beneficio de sus amigachos y sus intereses económicos. Que mucha palabrería sobre la democracia, los pactos de Estado y la "pax americana", pero, en realidad, son unos golpistas que nos han llevado a todos a la situación actual, un caos absoluto del que sólo se puede salir con coraje.
Coraje que, lamentablemente, es el que le falta al Obama de verdad. Por eso el Obama de Emmerich es de ficción, es el Obama que le habría gustado al director alemán, defensor de Hillary. ¿Cómo nos iría a todos si hubiese ganado Hillary o si Obama no fuese un cobarde plegado a los lobbies de extrema derecha? Pues mucho mejor, sin duda, según nos dice Emmerich en su película. Simplemente hay que atenerse a las consecuencias, que te vuelen la Casa Blanca y demás lindezas porque así son los corruptos extremistas, pero, una vez pasado esto, por lo menos viviríamos todos en un mundo más sensato.
Al final, Roland Emmerich es un idealista que demuestra que, para él, el cine de catástrofes no es un fin, sino un medio para la reflexión política, para que nos sintamos implicados en lo que estamos viendo en la pantalla. Porque el cineasta perfectamente podría haber elegido a unos malos diferentes para su film (terroristas árabes, excomunistas o independentistas catalanes, por ejemplo), pero opta por éstos para señalar con el dedo, y desde el lugar privilegiado del cine de Hollywood, a los auténticos responsables de la porquería en la que estamos metidos. Porquería de la que nos puede alertar el cine estadounidense cuando le da la vuelta a la tortilla usando sus propias armas y consigue que disfrutemos como enanos viendo a la vez cómo derrumban la Casa Blanca y cómo se masacra a la derecha más radical y asquerosa. Un placer que hace que las palomitas entren mucho mejor y que soñemos con una nueva temporada cinematográfica llena de gamberradas y diversión.
FICHA TÉCNICA
Asalto al poder (White House Down)
EE.UU., 2013, 131'
Director: Roland Emmerich
Intérpretes: Channing Tatum, Jamie Foxx, Maggie Gyllenhaal, Richard Jenkins
Sinopsis: Los altos cargos del gobierno de Estados Unidos, hartos de la política pacifista del presidente, deciden reclutar a un grupo de mercenarios de extrema derecha para dar un golpe de Estado financiado por el lobby armamentístico.
Otras películas de Roland Emmerich: Soldado universal (1992), Stargate: puerta a las estrellas (1994), Independence Day (1996), Godzilla (1998), El patriota (2000), El día de mañana (2004), 2012 (2008), Anonymous (2011)
típica peli americana, superheroe salva al presidente, superheroe y presidente derrotan a los malos golpistas, tipico final hollywodense
pues no se donde ves tu que no se trata de la clásica peli americana donde un superhéroe salva al presidente y acaba con los golpistas final típico hollywoodense donde los haya
Todo correcto, pero a Rolando Emmerich habría que preguntarle qué misterio de la existencia le permite apoyar a un candidato a ocupar la Casa Blanca dichosa esa (a un candidato cualquiera), como si no estuviese más que comprobado que para ascender hasta esa altísima cumbre de poder tiene uno que estar provisto de la fe necesaria, ciertamente no poca, para que solamente sea posible hacer lo que está ya hecho.
Al margen de la película. Tengo la impresión de que gran parte de la izquierda que acusa a Obama de cobarde padece un grave problema de "wishful thinking" (confundir los deseos con la realidad). ¿No es más lógico que Obama sea como es y no como soñábamos que fuera pero no le dejan ser?
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