VALENCIA. Vive a caballo entre Madrid y Valencia, aunque nació en Valladolid en 1976. Se siente hijo de sus dos ciudades, la natal y la de adopción, pero su verdadera casa es el cine, la cual se la abrieron sus padres, dos médicos cinéfilos que con diez años le dejaban ver películas de Fassbinder. Su primer documental rindió homenaje a Angelopoulos, Pasolini y Erice, una auténtica declaración de intenciones. Su primer largometraje de ficción, ‘Las olas', fue galardonado en el Festival de Moscú (clase A, como San Sebastián, Berlín, Cannes o Venecia) con el premio al mejor largometraje, el de la crítica y el de mejor actor. Si fuera tenista, habría sido como ganar el Open de Australia en individual y dobles. Su segundo filme, ‘Los chicos del puerto', le llevará la semana que viene al festival de Toronto, el segundo más importante del mundo pese a no ser de competición, y se estrenará el 15 de noviembre en salas de toda España. Es más conocido fuera de España que en su propio país donde es visto como un verso suelto y ha pasado desapercibido para la Academia de Cine. Profundo, sensible, serio, culto, familiar, lleva mal las entrevistas, pero tiene tanto que decir que las respuestas le salen solas. Lo suyo es contar historias, crear. La fama le suena a marciano. Para su correo electrónico se ha puesto el nombre de un personaje de ficción del cine clásico norteamericano. No es mitómano, pero no le importaría haber trabajado con Chaplin en ‘La quimera del oro' o haber tenido de montador a Robert Wise y de director de fotografía a Sven Nykvist, la mano derecha de Ingmar Bergman. Si se le tuviera que describir con dos palabras serían talento y sensibilidad.
-Vive en Madrid desde hace 13 años donde mantiene relaciones con una comunidad de cineastas valencianos.
-Somos unos pocos. Mantengo relación habitual con Sigfrid Monleón y su mujer, y con actores como Sergio Caballero. Creo que es un grandísimo actor y una de las figuras más prometedoras de la interpretación española.
-Percibo en sus películas un homenaje a los mayores, desde su repaso a los maestros de la modernidad cinematográfica hasta el abuelo de su último filme, pasando por los prisioneros españoles en Francia durante la II Guerra Mundial.
-Es un homenaje consciente. En el caso de mis personajes de ficción son personas que lucharon una guerra y la perdieron y quedaron en el ostracismo, muchos se quedaron aquí y vivieron años muy grises. La guerra fue una herida abierta que todavía hoy parece que no se ha cerrado. Y en el caso del documental me gustaba plantear que una generación, la mía, la nacida en los setenta, pudiera entablar una relación con otra generación, la de los cuarenta, que a su vez había conseguido entablar un vínculo con los cineastas neorrealistas nacidos a principios de siglo. A mí lo que me interesa del cine es pegarme a la radicalidad de lo real, pero mis películas no son documentales, y entiendo que son duras porque no hay muchos diálogos, no hay una interpretación psicológica muy profunda de los personajes, mis personajes vagan en silencio por paisajes fantasmales.
-Tengo la sensación de que es usted más conocido y respetado fuera de Valencia y de España que en su propia tierra.
-Bueno, mi primera película de ficción fue bien en taquilla en Barcelona, en los cines Verdi, pero sí, puede que sea más conocido en el extranjero que aquí.
-La semana que viene se va a Toronto. Eso es una pica en Flandes.
-Es el segundo festival en influencia después de Cannes y de hecho hay muy pocas películas de cada país. En este caso han escogido cinco películas españolas, entre ellas la nuestra. He tenido suerte.
-Y va a seguir viajando.
-Vamos a ir a Sao Paulo, a Londres, a Rabat... pero bueno, también se va a estrenar en un festival en España, pero no puedo hacerlo oficial porque aún no se ha comunicado públicamente.
-Los festivales siguen funcionando a pesar de todo.
-Mucho. Es muy bonito ver como se llenan las salas en los festivales.
-Decía David Puttnam en los setenta que con el tiempo las únicas salas de cine que quedarán serán las de los festivales. El resto del cine se vería en casa.
-Espero que no. El cine es un lugar mágico, donde mucha gente desconocida se encierra en una sala para ver juntos lo mismo y eso genera un lazo social, de comunidad. Ahora la experiencia cinematográfica es individual, la gente ve las películas sola; antes la belleza del cine radicaba en que era una experiencia popular y colectiva. La irrupción del cine digital da mucha libertad pero por otra parte perdemos sociedad con estos cambios.
-Pero sobrevivirá, como el teatro, siempre en crisis pero ahí.
-Estoy convencido de ello. Al final lo que importa del cine son las historias que se cuentan. Esta crisis, como cualquier otra, exige más a nosotros, los cineastas, porque estamos obligados a dar fe del tiempo en el que vivimos.
-O sea, que su próxima película será más dura.
-Y más viva. Versará sobre un niño que se escapa de los servicios sociales, de todo el mundo, que intenta sobrevivir huyendo de Protección de Menores...
-La tercera es la que da la fama.
-No es algo en lo que piense. No es que me dé igual, es que creo que un cineasta debe moverse por sus propias necesidades creativas, aunque intente llegar al mayor público posible. Para mí todas las películas son industria cultural. Unas películas tienen una vocación de generar una vocación económica pura y otras tienen esa misma vocación, pero a menor escala. Del mismo modo creo que todas las películas son culturales. Por eso considero necesario que existan el ICAA [Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, del Ministerio de Cultura] y el IVAC [el Instituto Valenciano del Audiovisual, ahora incluido en Cultur-Arts]. Gracias al IVAC hemos podido viajar a festivales internacionales, hemos podido ganar premios...
-Como con Los chicos del puerto, que es una película valenciana.
-Sí, claro. Se ha rodado en Valencia, en Nazaret, en Campanar, donde yo me crié...
-O sea que cuando usted viaja al extranjero con ella es una forma de vender ciudad.
-Cierto. Y eso genera Cultura, genera identidad y genera también cohesión social. Para mí todo lo que incentive la Cultura ayuda a generar país, en el sentido puro y duro, y el mejor ejemplo es Francia que incluso asume como propios a cineastas extranjeros.
-¿Quiénes son Los chicos del puerto?
-El filme narra la historia de Miguel, un niño que vive desescolarizado y sus padres no se preocupan por él. Tiene un abuelo que se escapa constantemente, y que quiere llevar una chaqueta militar al entierro de un amigo. Miguel, con dos amigos que viven solos, sin su madre que trabaja en Castellón, se escaparán de casa e irán a llevar la chaqueta. La película de algún modo es un viaje y para mí ha sido un viaje volver a los lugares de mi infancia. Es un viaje de niños muy silencioso, calmo, y que está vinculado al concepto de abandono. Como Pasolini he trabajado con actores no profesionales pero mi lenguaje visual es diferente.
-La ciudad de Valencia, como escenario, es muy importante.
-Los personajes están ‘vaciados' sobre el espacio porque Valencia es un personaje más, pero no la Valencia oficial, sino sus márgenes, los no-lugares, carreteras en las afueras, cerca de los cementerios. Es una película muy vinculada al neorrealismo porque está planteada desde un humanismo no sacro.
-Con un viaje que conduce a la nada.
-Creo que es una película insertada en su tiempo porque está atravesada por una crisis, con paisajes muy agrestes, espacios duros, que no invitan a la reconciliación con el personaje. Los espacios hablan, los lugares hablan.
-Y su película, pese a que tiene un argumento intemporal, retratará mejor nuestro tiempo que otros filmes con más vocación testimonial.
-Todas las películas son un reflejo de su época. El espíritu de la colmena de Víctor Erice que fue rodada en los años setenta [1973], aunque se ambienta en los años cuarenta, realmente retrata el tardofranquismo.
-Y más recientemente, en el lado opuesto, determinados éxitos como ‘Jungla de cristal', por ejemplo, sólo se podrían haber filmado en los años ochenta. Pero aunque sus películas son duras, la dureza no es espectacular como los filmes ambientados en Bombay o algunas películas supuestamente realistas.
-Mi dureza es sobre la dureza del vacío de algunas existencias. Parto de la base de que no hago cine social. No me sitúo desde una atalaya generando una moralina sobre los personajes. Me ubico horizontalmente sobre esa realidad y miro a los personajes, su mirada y su contramirada. No me gustan las moralinas ni las etiquetas como cine social. No establezco esos criterios. Son películas que la gente va a ver al cine y salen reconfortadas. No me interesa que la gente salga reconfortada del cine; me gusta que se queden con una pequeña sensación de angustia.
-Vamos, que el rollo ese de los cineastas americanos del ‘life-afirming' no le interesa. Eso de salir del cine diciendo: ‘¡qué bonita es la vida a pesar de todo!' no va con usted.
-Efectivamente. Creo que no es real. Quizás soy más determinista en algunos aspectos.
-Y la actual coyuntura a usted le angustiara.
-Vivimos el desmantelamiento del Estado de Derecho, la Sanidad, la Educación, la Industria, la Cultura... Estamos ante el desmantelamiento del trabajo que hicieron nuestros padres y nuestros abuelos, ante la pérdida de derechos, que ahora curiosamente los llaman privilegios...
-Siguen existiendo las clases.
-Existen. Hay una frase que se le atribuye a Warren Buffett que retrata perfectamente lo que sucede. Él aseguran que dijo: ‘Por supuesto que existe la lucha de clases y por ahora la nuestra está ganando'.
-¿No tiene miedo de que su cine no llegue al público que retrata?
-Todo filme intenta llegar al mayor público posible. El cine para mí ha sido siempre un arte popular, un arte del pueblo, desde que nació en una barraca de feria. Buscar el solipsismo cinematográfico, la masturbación artística no me interesa. Lo que pasa es que obviamente los canales de distribución de determinadas películas son menores.
-De usted se dice que es un cineasta que filma viajes.
-Eso dicen. Mi documental ‘Un lugar en el cine' era un viaje. Mi primera película también, el personaje viajaba al campo de concentración de Argelès-sur-Mer donde había estado, y en esta los niños viajan a la ciudad desde las afueras. Pero no son viajes homéricos, no hay cambio en los personajes, no hay transformación, sino que, como en Emile Zola, como en el naturalismo, los personajes nacen en un entorno y mueren en él. No hay una redención. Me interesa retratar la incapacidad del ser humano para cambiar porque están condicionados por el ambiente en el que se mueven, en el contexto en el que nacen. Es más el número de gente que no consigue alcanzar sus objetivos porque el sistema no se lo permite, que la gente que logra cambiar su situación de partida, prosperar.
-Pero en el caso de su última película, Los chicos del puerto, los niños sí intentan cambiar. Inician el viaje para hacerlo.
-Pero el viaje que efectúan no es sólo para huir sino también porque el protagonista tiene una cierta ligazón histórica con el abuelo, intenta hacer algo que el abuelo no pudo hacer.
-Por cierto, la protagoniza un niño de origen magrebí, Omar Krim Alapont.
Él es valenciano pero su padre es argelino. Es un ejemplo de la riqueza que ha supuesto la inmigración. Hicimos un casting entre 600 niños y le elegimos porque tenía la mirada del personaje.
-¿Ha sido difícil trabajar con niños?
Ha sido el menor de mis problemas; cuesta pero es reconfortante. Han sido muy aplicados y aunque no eran profesionales me han dado mucho más de lo que yo he podido darle a ellos.
-Hitchcock estaría encantado con su película porque también sale un perro.
(Ríe) Teníamos que rodar una noche con él y no sabía dónde me metía. Cuando ahora veo películas con animales me sonrío mucho.
PROUST NO PREGUNTARÍA ESTO
"Toda película es industrial".
-¿Pan o circo?
Pan, sin duda.
-¿Angelopoulos o Erice?
No puedo elegir.
-¿Cine o Industria?
Toda película es industrial; yo no diferencio.
-¿Valencia o Valladolid?
Las dos.
-¿Sol o playa?
Ninguna de las dos.
-¿Héroes o Antihéroes?
Gente corriente.
-¿Celuloide o digital?
(Duda) Me quedo con el celuloide.
-¿Youtube o Vimeo?
Youtube.
-¿Palomitas o Coca Cola?
Ninguna de las dos.
-¿Mirar o dirigir?
Ser director tiene algo de ‘voyeur', de mirar.
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