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Volveremos a asomarnos a los volcanes

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 08/06/2013 "Estábamos exultantes por haber abandonado la hucha del Domund de nuestra infancia..."

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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VALENCIA. Según la Real Academia Española, la palabra "solidaridad" se empleó 41 veces en 17 documentos distintos entre 1970 y 1975. De esos 41 casos, solo 19 fueron publicados en España, el resto en países latinoamericanos. Y de esas 19 ocasiones, 9 aparecen en dos novelas absolutamente perdidas -quizás por algo- ("Carne apaleada", de Inés Palou y "El pájaro africano", de Víctor Alba) y 10 en un único tratado sobre sanidad, titulado "La encrucijada de la Seguridad Social Española" (1975), escrito por Bernardo Cremades. La solidaridad, mientras Franco se moría y no se moría, era cosa de tres. Literalmente.

La democracia llenó las plazas, los periódicos y las playas de la Costa Brava de "libertad" (confundida con el libertinaje), pero ahí estaban Jarcha y María Ostiz para reconducir los estímulos carnales hacia el buenrollismo, la elegancia y el decoro. Su paz, su hembra y la fiesta en paz, y qué más quieres si la cantaban a tres voces. Fue un periodo demasiado ocupado en sí mismo, como para pensar en la solidaridad de los demás: un pueblo es, un pueblo es, un pueblo es... cuántas veces hizo falta repetirlo para que Fraga firmara. Entre 1975 y 1980 el empleo de la "solidaridad" apenas alcanzó los 599 casos, en un total de 306 documentos.

Los años 80, tan de melena felipista, tan de Otan No, tan deOtan Si y tan de Unión Europea con pana socialista, no fue mucho mejor. La RAE documenta el empleo de la "solidaridad" únicamente en 709 casos hasta 1985 y en 845 casos hasta 1990, en 364 y 476 documentos respectivamente. Y todo ello a pesar de Solchaga y del liberalismo social.

Los 90, querido, fueron otra cosa. Unas Olimpiadas con el príncipe llevando la bandera y un sombrero panameño, con Roldán robando la Copa del Mundo de Estados Unidos del 94, según un libro de Vizcaíno Casas que guardaba mi abuelo en la estantería, y el codazo de Tassoti a Luis Enrique en los cuartos de final. Lo que hemos llorado de dolor, tú, yo y todo este país, tendidos sobre el césped, o sentados en los parques. España todavía entonces se limpiaba la sangre de la camisa blanca de su esperanza, mientras la "solidaridad" solo se leía en 1.135 casos y en 611 documentos. Hasta 1995. Luego, como todo el mundo sabe, vino la locura.

Del mismo modo que multiplicamos parques temáticos frente a la costa, las viviendas de renta libre y los programas de televisión en los que salía Jesús Gil en jacuzzi, multiplicamos la "solidaridad" en los periódicos y los libros hasta un total de 2.902 casos en 1.482 documentos. Una burbuja más, lingüística y real a la vez. La RAE es precisa hasta con nuestras miserias.

No lo es tanto a partir de los años 2000, pues sus bases de datos no están actualizadas. Tampoco nosotros entendemos qué nos pudo haber pasado en esa década prodigiosa. Sin embargo, es fácil de adivinar: escribimos la palabra "solidaridad" por encima de nuestras posibilidades y tuvo que venir el FMI, el BCE, Lagarde, Trichet, Draghi, Merkel y Dominique Strauss-Khan en calzoncillos a decirnos que la fiesta se había acabado hacía años. Y así estamos, querido, recogiendo los platos sucios de la tarta de otros y sin música. Limpiando las manchas de champagne sobre el parqué. Contando las botellas vacías y recelando porque han desaparecido otras tantas.

Acariciamos la "solidaridad" como una burbuja mientras fuimos aquello que los historiadores llamaron "clase media". ¿Lo recuerdas, cariño? Estábamos exultantes por haber abandonado la hucha del Domund de nuestra infancia, pero sobre todo por haber domiciliado los pagos de Médicos Mundi y de Unicef en la cartilla que compartíamos. Daba gusto ver cómo nos entregábamos, ay, por trimestres, desgravando de la declaración de la renta y recibiendo los catálogos con los nuevos pozos del África negra. Nunca hemos sido mejores.

Hicimos camisetas, loterías, rifas, cenas, mercadillos, ferias y todo lo que pudimos para dar de comer a niños en Niquía (Colombia). Volamos hasta Nicaragua con una maleta repleta de medicamentos, y le rogamos durante 19 horas a la policía federal del aeropuerto de Miami que nos dejara continuar hasta alcanzar la pobreza. Pasamos una semana escuchando marimba en medio de la selva y regalando libros. Nos hicimos fotos asomados a un volcán. No se nos ocurrió llorar delante de un niño hinchado por las paperas, y ni mucho menos abrazar de pena a Giovanni, otro niño que ganaba algo de dinero transportando sobre su espalda la compra de toda la semana.

Ahora no somos los mismos de entonces, hemos reducido el pago de las cuotas de ONG a la mitad, los jueces investigan a Tauroni y a Blasco y hace tiempo que nos cansamos de salir a la calle a vender pulseras. Por eso esta semana fue como un flash encontrar el Magatzem dels llibres solidaris en pleno corazón de Valencia. El local se escondía en una calle apartada, frente a la persiana se extendía un descampado cuadriculado con vallas, pero su interior resplandecía como aquellos años. Y por un momento volví a creer que la solidaridad no eran sensaciones sino un trabajo pausado y constante. Pasé la mañana mirando libros como aquellos días en que nos asomábamos al cráter humeante del volcán. Y fue maravilloso.

Qué poco queda de entonces, cariño. Ahora que nada es como era, la solidaridad se desinfla, y ni siquiera la RAE nos dice en qué proporciones. De aquella mañana me llevé varios libros, y un poema de Cardoza y Aragón que deberíamos repetir los días de angustia. Como siempre. Como hoy mismo:

Podríais enterrarme en la voz de cualquier niño

si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.

Mis ojos siempre se abren sobre la luz primera,

y al cerrarlos, sobre mí cae siempre la sombra de mi infancia.

¿Y todo lo que he vivido,

me pregunto, toda el agua escurrida entre mis dedos,

todo lo bailado, no es un sueño?

No he tenido tiempo para soñar, amigos.

Apenas si he tenido para no morirme.

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José Martínez Rubio

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