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Liderazgos, ideas y vendedores de crecepelos

JOAQUIM CLEMENTE. 03/06/2013

VALENCIA. En no pocas de las brillantes columnas que escribió bajo el título de El dardo en la palabra, Fernando Lázaro Carreter cargó contra el uso indebido que se hace en castellano de la palabra líder. Un anglicismo que, explicaba el filólogo y académico, llegó a nuestra lengua y ocupó un hueco con sus matices que la hacían oportuno para hablar de las personas que, en virtud de su prestigio, conducen o dirigen el comportamiento de otros.

Las pegas que ponía Lázaro Carreter no eran, por tanto, a su incorporación al castellano. Sus críticas llegaron por el abuso que se hacía de esa palabra. Así, en uno de aquellos dardos, publicado en 1994, decía: "Es muy lógico que un elegido pueda ser o llegar a ser un líder; pero no es cierto lo contrario: los líderes, en un uso plausible del vocablo, no resultan serlo por ganar unas elecciones. O por llegar al mando porque les ha tocado en turno, como al vecino que este año preside la comunidad".

No sé qué pensaría Lázaro Carreter de los cursos de liderazgo, tan de actualidad estos días en nuestra comunidad, esta vez si quieren con mayúscula. Pero mucho me temo que no estaría muy conforme con el título.

Pero dejemos al que fue académico revolverse en su tumba con el destrozo que tantos hacemos del lenguaje, pese a que nos da de comer, y adentrémonos en el fondo de una cuestión que esta semana ha centrado parte de la actualidad valenciana. Porque si la forma ya nos provoca reparos, y la superficie nos genera dudas -¿quién debe pagar los cursos de formación del presidente de la Generalitat, él o la institución?- el fondo deviene en inquietud.

Y éste es el siguiente: ¿Necesita un presidente autonómico cursos para ser un líder? La respuesta a esta pregunta, en un análisis superficial, podría llevarnos a pensar que mal elegimos -o eligió en este caso quien nombró a Alberto Fabra sucesor del dimitido Francisco Camps- si resulta que no tiene la capacidad de dirigir a nuestra comunidad hacia un futuro siquiera algo mejor que el actual.

Pero retomando las palabras de Lázaro Carreter, permítanme que vaya algo más allá. ¿Necesitamos que Alberto Fabra sea un líder? Es aquí donde me surgen las dudas. Porque en esta comunidad de líderes mesiánicos ya hemos tenido y fíjense dónde nos han llevado.

El liderazgo no es una cualidad que uno pueda otorgarse. Recuerdo, aunque no logro encontrarlo -si le dejé a alguien El nuevo dardo en la palabra, por favor, que me lo devuelva-, otro dardo en el que Lázaro Carreter cargaba contra un político que pronunció un "nosotros, los líderes...". La condición de líder no se la da uno mismo; la otorga la consideración como referente por parte de aquellos que siguen una doctrina o que forman parte de un colectivo social.

Podríamos pensar, creo que de forma errónea, que necesitamos líderes para avanzar como sociedad. Que un referente fuerte al que agarrarnos, especialmente cuando las cosas vienen mal dadas, es fundamental para no cejar en nuestro empeño por mejorar nuestra calidad de vida. Pero en una coyuntura como la actual, con esta grave crisis económica y también institucional -esos líderes imputados que pueblan nuestras instituciones dan fe de ello- mi sensación es que me conformaría con dirigentes con sentido común.

Alberto Fabra llegó a la presidencia de la Generalitat procedente de la alcaldía de Castellón. Fue un salto considerable al que le auparon las circunstancias y que él aceptó. Precisamente su perfil era casi el opuesto al de su predecesor. Frente la soberbia y la altivez de Camps, Fabra se presentó como un exponente de cierta sencillez en el trato y las formas que algunos menospreciaron. Y de hecho siguen haciéndolo. Tal vez por esa razón a Fabra o alguien de su entorno se le ocurrió la idea de apuntarle a ese curso de liderazgo.

No son pocos los retos a los que debe enfrentarse el presidente de la Generalitat en esos momentos. Debe tomar decisiones importantes que le pueden generar fuertes tensiones en su partido, como la obligada de apartar a los sospechosos de corrupción de sus cargos públicos. Igualmente debe negociar con firmeza asuntos tan vitales para la supervivencia del autogobierno de los valencianos como el déficit y la mejora de la financiación.

Frente a él, en esos trances, Fabra tiene a auténticos profesionales de la política en muchos casos. Políticos que conocen los resortes de la actividad orgánica de los partidos, o las puertas a las que hay que llamar para ser tenidos en cuenta, por no hablar de la habilidad mediática precisa para ganarse unos minutos en un telediario nacional, en algunos casos esencial para llamar la atención de quien debe tomar la decisión última.

Quizá la falta de experiencia de Fabra en estos territorios le obliguen a esforzarse más que a otros. Y es posible que precise de cierta instrucción y asesoramiento para hacer rentable su trabajo. Pero si el presidente quiere definir esa nueva forma de hacer política con la que llegó a la calle Cavallers hace un año y medio, lo que debería es de tomar decisiones firmes.

El respeto institucional de los ciudadanos -comulguen o no con sus ideas-, el de sus correligionarios en el Partido Popular o el de los miembros del Gobierno central, del que tanto dependemos, se gana por la vía de los hechos, no de la pose.

Los discursos vacíos, por muy aparentes que sean, no son muestras de liderazgo. Las decisiones a medias, tampoco. Y las posiciones débiles en negociaciones esenciales, menos aún. Todo estas situaciones las ha vivido Fabra en los últimos meses. Y si bien en las últimas semanas se han apreciado ciertos cambios en su discurso, especialmente en lo que respecta al déficit y a la financiación autónómica, el presidente debe perseverar en ello para hacerse fuerte.

No necesitamos líderes. Los valencianos, hoy por hoy, lo que precisamos son dirigentes con capacidad para afrontar los problemas desde el sentido común, la honradez y la fortaleza que da el tener el convencimiento de que se trabaja por el bienestar del conjunto. Todo lo demás son fuegos de artificio. Fabra no necesita reforzar su yo interior -la palabrería del coacher (Lázaro Carreter me reprendería por no usar entrenador) merece capítulo aparte- sino su discurso político. Desde ese convencimiento es desde el que debe afrontar los problemas de su presidencia. Las ideas superan siempre a las teorías de cualquier vendedor de crecepelos.

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3 comentarios

Guerau escribió
05/06/2013 08:42

No entiendo el porqué de la polvareda que se ha levantado por el tema del "coacher". A fin de cuentas, ¿un "coacher" no es un profesional similar a un asesor de imagen? Y todos sabemos desde tiempos inmemoriales que todo político que se precie hace uso de los servicios de un asesor de imagen. Otra cuestión es quién ha da pagar la factura. Por otra parte, los valencianos sí que necesitamos líderes. Me refiero a auténticos líderes, no a "mesías". Ha sido precisamente la falta de políticos de talla, los llamados "hombres de Estado", la que ha conducido al País Valenciano a la mediocridad. ¿En treinta años de democracia, qué hemos aportado los valencianos a la construcción política de España? Absolutamente nada. Tenemos instituciones de autogobierno, pero vacías de contenido. Los grandes partidos valencianos son meras delegaciones que reciben sin rechistar las instrucciones de las sedes centrales de Génova y Ferraz en Madrid. Alguien tendrá que liderar las aspiraciones de los valencianos, si no queremos disolvernos como pueblo, condenados a representar el papel de una comunidad anónima sin proyecto. Sin identidad, sin ambiciones, en definitiva, sin liderazgo.

buey escribió
04/06/2013 17:32

My God, Ximo!!!! De impertérrito azote de la derecha a redactor alformbra de Fabra!! Qué cosas tiene que leer uno. Estos escritos tan esforzados y tan cursis perduran, Ximo (la hemeroteca, ya sabes). Y recuerda una cosa, querido: de todo se sale, menos del ridículo. Esto no lo dijo Láraro Carreter.

Boro Inot de las Marismas escribió
03/06/2013 07:00

El problema es que ni auctoritas, ni potestas, ni imperium, ni sentido común; solo partido.

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