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Hoy es la víspera de siempre

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 01/06/2013 "En la calle donde vivíamos un hombre entró hace años con una escopeta y mató a otros dos hombres..."

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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VALENCIA. Desde un cuarto piso se observan los esqueletos verticales de los árboles que cubren la plaza. Ahora en primavera, sus hojas y sus flores tiñen el paisaje de verde y de violeta, y dejan caer sobre la arena del parque, como los árboles de Nairobi sobre las aceras africanas, una serpentina de colores mezclada con resina. Así es la belleza desde esta ventana, pegajosa sobre las manos y sobre el capó de los coches. Belleza morada. Efímera. Circunstancial. Polvorienta las tardes de poniente.

La resina es aquello que nos amargó la infancia. Arañábamos la arena con las uñas, hacíamos hoyos con los dedos, nos colgábamos de las ramas con las piernas enlazadas, bocabajo, y dejábamos que la sangre bombeara hacia las sienes. Buscábamos el dolor y el peligro, las únicas manifestaciones auténticas de lo real según los psicoanalistas, pero eso nosotros no lo sabíamos entonces. La resina, en cambio, manchaba todos aquellos momentos inmaculados, nos hacía culpables del placer y de la nada. Los polos blancos con cuello de pico amarilleaban como estos recuerdos.

Desde un cuarto piso observo la fila de coches aparcados cubiertos de resina. Sobre los bancos del parque se juntan cada tarde chicos con cara de niños, y chicas con cara de mujeres. Se fuman las horas encorvados esperando que pase algo, o que pase el tiempo. Existe una actitud incierta que es la de esperar. En esa actitud no acontece nada. Uno se sienta, o camina, o sale a la calle, y sus gestos carecen de trascendencia. Uno vive provisionalmente, exactamente así. Espera la noche. Espera el fin de semana. Espera el verano. Y la plenitud solo existe en un futuro al que hay que esperar bajo los árboles morados, viendo cómo caen las hojas por el calor. Del calor, en cambio, solo nos daremos cuenta cuando haya sido arrasado por el invierno. "Qué tal tú. Hoy es la víspera de siempre, da igual...", cantaba Silvio, adelantándose a nuestra decepción. A esta parálisis.

En aquellos años, la resina se quitaba con aceite de oliva. El óxido de los baños, con salfumán. Y la pintura, con disolvente, pero cuarteaba las manos. Nosotros, tú y yo, hemos crecido quitándonos las cosas de encima con veneno puro. Entre ellas la inocencia. (De Ángeles Herranz)El salfumán lo metíamos en botellas de coca-cola, llenas de papel de aluminio. Salíamos corriendo y explotaban. Eran años de explosiones, de quitar el radiocasette del coche todas las noches, de acudir a los descampados a patear balones.

En la calle donde vivíamos un hombre entró hace años con una escopeta y mató a otros dos hombres. Aún me cuentan esa historia como una leyenda. El bar en el que bebían quintos todas las tardes, y adonde íbamos a comprar chicles a duro, se llenó de policías pero el asunto estaba resuelto de antemano.

De la policía no podíamos correr, pero de los gitanos sí. Los gitanos de nuestra edad no sabían cantar, pero sus abuelos domaban caballos y tocaban la guitarra con las uñas largas. Entonces, querido, pasaban cosas trepidantes. Pasaban los trenes, por ejemplo, aplastando las piedras que poníamos en las vías. Y aplaudíamos eufóricos cuando se alejaba con todo su estruendo a cuestas. Teníamos la impresión de estar vivos, y era emocionante. Igual de emocionante que la impresión de estar creciendo.

Desde este cuarto piso, observo cómo mueve el viento las hojas y las flores moradas de los árboles. Bajo ellos no se ha sentado aún nadie. Los niños juegan en el parque de tierra. Dos mujeres toman cerveza en la terraza del bar. Y la tarde se desliza sobre el dorado de las paredes ensuciadas con grafitis y pintadas azules. Frases contra todo. Contra el rey. Contra la iglesia. Contra Cataluña. La esvástica en negro. Una cruz tachándola.

Esas pintadas no se borran con disolvente, solo cubriéndolas con más pintura. Esa es la diferencia entre aquellos años y estos: que ya no podemos borrar las cosas como entonces, que solo somos capaces de acumularlas. "Ay, la vida, que se llena de instantes, que se llena de gente, que se llena da igual...", cantaba Silvio. Entonces ni lo conocíamos. Ahora ya no podemos ni descubrirlo.

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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