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LIBROS

‘El zorro rojo': Santiago Carrillo,
el militante de sí mismo

ÁLVARO GONZÁLEZ. 17/05/2013 La biografía de Paul Preston sobre Santiago Carrillo retrata minuciosamente las malas artes políticas de la primera mitad de su vida. Luego se diluye cual Wikipedia...

MADRID. La biografía que ha publicado Paul Preston sobre Santiago Carrillo, fallecido en septiembre del año pasado, ha venido a meter un poco de bulla en los estantes de las librerías, pues estaban poblados de obras del ex secretario general del PCE en apariencia tan insulsas como lo último de Llamazares, Vestrynge o el mismísimo Hessel.

Este libro es interesante porque se trata de una biografía que elude la tópica adulación póstuma y tampoco está sesgada por la propaganda reaccionaria que generó la figura del histórico líder comunista. Pero también es un libro con errores tipográficos y de edición, lo que supone que, lejos de llevar treinta años preparándose, como sugiere el autor, parece que ha sido empaquetada ágilmente para servirla en bandeja a pocos días de la muerte de su protagonista. O esa impresión deja a los malpensados, que benditos sean.

Porque si algo caracteriza este trabajo es cómo se va diluyendo conforme pasan las páginas. La infancia de Carrillo, su militancia en el PSOE, la República, la guerra, el exilio y los años duros del estalinismo no pueden ser una lectura más apasionante. Pero a partir de ahí, se va esfumando la precisión histórica, la minuciosidad en la elaboración del retrato del personaje, hasta llegar a una narración de la Transición y el resto de su vida, treinta años de nada, que poco tiene que envidiarle a la Wikipedia.

Es una pena porque tan excitante es la historia del PCE en la guerra y en el exilio como sus problemas en los ochenta entre los renovadores, los prosoviéticos o ‘zocolotrócolos', que terminaron con una trayectoria decididamente personalista de Paul PrestonCarrillo, su escisión PTE-UC, que fracasó estrepitosamente y terminó integrada en bloque en el PSOE. El partido al que había ‘traicionado' cincuenta años atrás.

Cuenta Preston que a don Santiago le sacaron sus padres del colegio de curas por los castigos absurdos y desmesurados que le imponían a los alumnos. Pasó a un Centro Obrero de Avilés donde un barrendero jorobado con estudios daba clase a los hijos de los trabajadores. Carrillo, junto a sus compañeros, se burlaba de él. Luego se arrepentiría. Mucho después de golpearse de bruces con la realidad cuando no pudo estudiar Ingeniería porque no podía pagarse la carrera.

Su primer trabajo fue en una imprenta, pero pronto pasó a escribir en el periódico. Como ocurre ahora con las jóvenes promesas, padrinos no le faltaban. Su padre era Wenceslao Carrillo, líder socialista amigo personal de Largo Caballero, que llegó a darle el biberón al pequeño Santiago.

Su guerra civil comenzó en el 17, cuando por primera vez Franco apareció por Asturias con tropas que violaban, saqueaban y torturaban a su paso a los obreros en huelga dejando un reguero de casi cien muertos. Su militancia cobró sentido a partir de entonces, y se endureció como tal cuando fue enviado a predicar a pueblos poco afines de la geografía española, en las provincias de Albacete y Alicante, donde la CNT campaba por sus respetos.

Con todo, su radicalismo siguió al de su padrino en el partido, Largo Caballero. Esta parte hay que tenerla en cuenta. Conforme llegó la República y Largo Caballero se apresuró a redactar una legislación laboral revolucionaria, dice Preston que cada día llegaban a Madrid delegaciones de obreros y campesinos a hacerle saber que el problema no eran las leyes, sino que no se cumplían, ni siquiera las anteriores que sólo eran malas. Un problema que se arrastraba desde la Restauración del XIX, según confirman otros autores. La España más castigada por el caciquismo era una especie de estado paralelo sobre el que el recién llegado gobierno legítimo de la República no tenía soberanía realmente.

Para Preston, mientras que Largo Caballero entonó, en consecuencia, un discurso radical como arma propagandística más que programática, Carrillo continuó por esa senda hasta que, en un viaje a Moscú, tuvo su epifanía con el comunismo. Luego, jugando a dos bandas, durante la guerra consiguió sustraer las Juventudes Socialistas al PSOE para ponerlas bajo la órbita del PCE, de las cuales se nutrió el Quinto Regimiento, cuerpo del que surgiría el Ejército Popular Republicano. Con ese mérito en el curriculum salvó la cara ante Moscú tras la derrota, sobre todo después de que su padre se uniera al golpe anticomunista de Casado dentro de la zona republicana. Traición al presidente Negrín que arruinó cualquier esperanza de resistencia para empalmar la contienda civil con la II Guerra Mundial.

Carrillo rechazó públicamente a su padre en una carta, dice Preston, más destinada a sus jefes de Moscú que al atónito y profundamente dolido Wenceslao. Décadas después, aconsejado por Pasionaria en el contexto de la unidad antifranquista, buscó una reconciliación que su padre nunca le había negado. En el funeral de Wenceslao, los camaradas socialistas de su padre le dieron la espalda a Carrillo de forma ostentosa. Podría ser éste el resumen de su vida en todos los órdenes, excepto el estrictamente íntimo y personal, por supuesto.

Sobre la etapa más polémica, los asesinatos de Paracuellos, Preston deja claro que es imposible que fueran una ocurrencia de Carrillo, que tenía sólo 21 años. Sin embargo, su responsabilidad, por su cargo en la Junta de Defensa, sí debería ser históricamente compartida con el resto de los encargados de la defensa de Madrid. Preston sostiene que desde Vicente Rojo a los asesores y servicios secretos soviéticos veían conveniente "aplastar" a todos los presos susceptibles de formar una quinta columna en la capital. Aquello se llevó a cabo con la complicidad efectiva de las autoridades de guerra en la ciudad. Otra cosa es que Carrillo eludiera esta cuestión toda su vida dando, encima, versiones contradictorias cuando habló del tema.

Antes, en la posguerra, Santiago Carrillo tomó parte en los años del estalinismo como un engranaje más de aquel tétrico mecanismo. Aunque su intención, cuenta el historiador, no era la de la supervivencia, sino única y exclusivamente la de trepar dentro del partido. Para ello utilizaba la mentira, la denuncia y la exageración a conveniencia. Un ejemplo, la invasión del Valle de Arán, en la que no tomó parte ni en su preparación ni retirada de España, pero en la que se reivindicó como salvador de las tropas interviniendo en el último momento.

Del mismo modo, desde el exilio mantuvo una línea política completamente alejada de la realidad que contradecía a los dirigentes del partido en la clandestinidad dentro de España franquista. Ganó todas estas batallas a ojos de Pasionaria y Moscú hasta lograr, de forma oscura, imponer sus criterios -que con los años se demostraron equivocados- y acabar con los camaradas que por su acción sobre el terreno pudieran hacerle sombra. Los nombres de todos los comunistas a los que purgó con acusaciones infundadas a imitación de las malas artes estalinistas del Kremlin, a algunos interrogándolos personalmente con toda dureza, no dejan de desfilar en el capítulo de su biografía dedicado a aquellos años.

Le ocurrió a Carrillo lo mismo que al resto de los líderes estalinistas de los países del Este. Cuando habían seguido ciegamente a Stalin en sus políticas represivas brutales sobre sus propios cuadros, la llegada de Jruschev al poder en Moscú y un giro radical con denuncia incluida de estas prácticas les pilló a contrapié. Sin ningún tipo de consistencia ideológica más allá de la obediencia, Carrillo queda retratado como alguien que no cesó de seguir la estela pasase lo que pasase en la URSS. Ya fuera en este supuesto aperturismo, como denunciando a los chinos, los titoístas o su monigote particular dentro del PCE, los quiñonistas.

La parte más patética de su trayectoria es la de la purga de Claudín y Semprún. Ambos le advirtieron de que en España el capitalismo se hallaba en expansión, que mantenía una mentalidad analítica propia de los años treinta cuando el régimen de Franco ya no era la autarquía falangista que se hundiría por sí misma. Instaron al partido a buscar una línea de encuentro con la burguesía que pronto iba a encontrar en el régimen, anticipaban, un impedimento para, por ejemplo, entrar en la CEE.

Pero Carrillo y el resto del Politburó acabó con ellos para, en pocos años, paradójicamente terminar haciendo suyo este análisis. De hecho, también había rechazado antes la sugerencia de Breznev de encontrar puntos en común con los monárquicos españoles en el exilio, como intentó hacer el PSOE.

Hasta este punto la obra no puede ser una lectura más estimulante, pero no hay continuidad. Conforme se aproxima la Transición, el relato pierde profundidad hasta quedar en nada. No obstante, es relevante que el Carrillo de la ortodoxia ciega pasase a enarbolar las ideas que antes le habían propuesto los compañeros que terminaron purgados. Encima, tras la muerte del dictador, su postura negociadora para que el PCE fuera legalizado terminó ofreciendo más de lo que le hubieran pedido.

La cultura de la Transición ha elogiado, y lo sigue haciendo -en las reseñas y opiniones de este libro en El País se critica todo de la figura de Carrillo excepto este episodio- el desarme ideológico del partido a cambio de ser legalizado.

Se considera un bien a la democracia haber renunciado a sus ideas. Algunas tan inofensivas como el referéndum sobre la forma del Estado u otras más sorprendentes como que pusiera sobre la mesa eliminar el leninismo de los estatutos del partido en un próximo congreso. Para Preston, la experiencia de Salvador Allende en Chile le había vuelto muy cauto y precavido. El consabido "ruido de sables". Ya antes, de hecho, con el asesinato de Carrero, había temido, con fundamento, una ‘noche de los cuchillos largos'. Detrás de aquel atentado estaba la ‘errática' Eva Forest ¿Una doble agente?

Al final, su contribución a la llegada de la democracia es innegable. Pero el precio, que su partido quedó varado en un supuesto viaje a la socialdemocracia de la que Felipe González era el amo y señor, para disgusto e incomprensión de Moscú. En los años posteriores, siguió reinventado su vida, personalizando sus ataques, hasta llegó a calificar a los que votaron contra él en su último congreso en el PCE de "marionetas de los servicios de inteligencia occidentales".

Su valiente actitud la noche del 23F y su perfil de comentarista político despasionado acabaron confiriéndole una imagen simpática, si uno no andaba abducido por el sambenito de Paracuellos. Pero su trayectoria, detallada en estas páginas, al margen de cualquier ideología, le describen justo como la figura que más detesta la sociedad actual: el político militante de sí mismo.

Carrillo pudo excusarse en la contienda civil, la clandestinidad, la guerra fría y la necesidad de traer a la democracia a España. Siempre tuvo un motivo para mantenerse él, y no otro, en el poder, a cualquier precio, aunque las circunstancias le quitaran la razón; aunque la realidad fuese tozuda. Otros lo hicieron después en aras de la modernización, el progreso, la competitividad. Ahora es la crisis. Mañana será otra situación excepcional.

Pero los que apoyaron las ideas que defendía Carrillo al final siempre vieron que sólo terminaban defendiéndole a él. Un problema más viejo que la tos. Por cierto, un dato, dijo siempre que su longevidad, pese a su pertinaz tabaquismo, se debía a un consejo que le dieron en la URSS: tomar una aspirina cada día. Puede que ésta sea la mejor de sus enseñanzas vitales hoy en día.

EL ZORRO ROJO
PAUL PRESTON
Nº de páginas: 416 págs.
Editoral: DEBOLSILLO
Precio: 24 euros.

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2 comentarios

varo escribió
18/05/2013 10:49

Eso que defines paradójico: Purgar por desviacionistas a gente que defiende una posición que años después será asumida por el partido, tarde mal y en fuera de juego, creo que define la historia de todo el invento. Buen artículo,

Nemigo escribió
17/05/2013 15:47

carrillo recuerda en muchos aspectos personales a fraga. Vividor, amigo de sí mismo, sectario, vengativo, ególatra y falto del más mínimo gesto humano con los que consideraba sus enemigos

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