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Sin colorantes ni conservantes

CARLA VALLÉS. 29/03/2013 No puedo evitar sonrojarme en mi hazaña y pensar que sería más cómodo comer una lasaña...

VALENCIA. Tras el reciente fraude de la carne de caballo no etiquetada, una pareja conocida me informó hace poco que había decidido sumarse a la corriente ecológica que tan de moda se ha puesto últimamente para evitar comprar alimentos que no pasen controles sanitarios adecuadamente. Me invitan a comer a su casa en una bonita residencia de Calpe un día de fin de semana donde han cultivado un huerto repleto de productos sostenibles.

Lejos de volver a pisar un supermercado, me cuentan que desde que su vida se ha impregnado de sabores "bio" sus apetencias han cambiado y han sustituido para siempre los productos de ganado. Rodeada de espárragos, tomates, calabacines, cebollas y otros alimentos frutales me doy cuenta de mi ausencia de compromiso en el consumo de recursos naturales.

Además de tratar de llevar una dieta equilibrada, soy consciente de que esta nueva predisposición hacia lo vegetal surge como consecuencia de una crisis global que afecta, a parte de a la bolsa, hipotecas y pensiones, a las costumbres de muchos ciudadanos que intentan frenar unos hábitos depredadores. Así pues, muchos han encontrado la salida en la nutrición de unos aromas saludables, que si bien no logran la desintoxicación de un mundo contaminado por culpa de unos ajustes tarados y un personal en su mayoría imputado, depuran nuestro interior impidiendo la indigestión que produce el malestar por la desidia gubernamental y su pésima gestión.

"Desde que nos hemos pasado a lo verde nuestro huerto nos pierde" relatan entusiasmados. Esa soleada tarde de sábado disfrutamos de abundantes platos caseros y encuentro a mi cuerpo mucho más ligero. Integrados absolutamente en la naturaleza y lejos del bullicio de la ciudad, siento envidia por ese estilo de vida campesina que, a diferencia de la cultura urbana, contribuye a un futuro sostenible, al cultivo de alimentos de calidad para una sociedad desanimada y sensible, y que apuesta por un medio rural exigente que no engaña ni entiende de artimañas.

Una tierra que se presta en estos tiempos dolientes como una alternativa de lo más decente. Vital, franca, castiza. Alejada de cualquier versión artificial. Cual Santo Grial que alimenta a una población amenazada, tentada, devorada por lo banal.

"Somos lo que comemos", dice ella acercando entonces una bandeja de calçots. Inexperta en ingerir el vegetal, la pareja me indica que debo mojar la punta de la verdura en sala romescu, retirar la cabeza hacia atrás y recibir el alimento con la mandíbula considerablemente abierta. No puedo evitar sonrojarme en mi hazaña y pensar que sería más cómodo comer una lasaña. Observo a la pareja tragar la hortaliza con destreza y experiencia. Ambos cierran los ojos mientras engullen uno detrás de otro sin parón repitiendo el citado patrón.

Compruebo entonces que acabo de ser comensal de una bacanal gastro-vegetal. A parte de hacer gala, mis maestros de orquesta, en abogar por una agricultura tradicional como pilar de una cultura excepcional, percibo en cada plato cuidadosamente elaborado una suerte de fruto o verdura de dimensiones coincidentes al de la virilidad masculina ¿Quién duda que además de poseer una huerta con productos de calidad, gozamos de un plantío que refleja parte de nuestro poderío? Y es que cuando nuestro pueblo no utiliza colorantes ni conservantes ostenta excelencia autóctona.

Porque nuestra l'horta valenciana, con o sin crisis, nos recuerda su abundancia y dureza. Sin flaqueza. "Somos lo que comemos, pero también cómo lo hacemos, por lo que efectivamente somos muy verdes", añado divertida en mi mente.

Ataviados con camisas a cuadros y botas campestres, la agradable pareja ha decidido hacer de su reciente inclinación vegetal un tántrico ritual. Pues conscientes de la estepa desértica que deja un panorama desolador, rinden homenaje al vergel afrodisíaco y fértil de nuestra naturaleza. Destinada a edulcorar nuestra vida. Una opción 100% natural sin fecha de caducidad (donde pueden ahorrarse las etiquetas terratenientes de "consumo preferente"). Un lugar donde mis amigos, cual tortolitos, disfrutan de sus bienes y corralitos sin la necesidad de sembrar incertidumbres ni rescates a maltrechas raíces.

De vuelta a la ciudad y muerta de hambre me acerco a Mercadona. Acorralada por costillas envasadas a la miel, pollos asados y todo tipo de deliciosos fiambres surge un instinto carnal. Frustrada en mi intento por volverme vegetariana me doy cuenta que yo soy y seré siempre de hamburguesa norteamericana. Cojo entonces un enorme pavo trufado salivando por unos prácticos y enlatados ingredientes Hacendado. "Es fácil corromperse", pienso. Quizás lleva tiempo saciar apetitos depredadores. Una consigna para mí es clara: aunque la tendencia en la cocina abogue por la industria verde, donde se imponga un trozo de solomillo que se quite la ensaladilla de pepinillos.

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1 comentario

Colorincolorado escribió
30/03/2013 21:23

Querida.....jajaja....nosotros plantamos una huerta,con tomatitos,lechugas,habas,calabacines Da mucho gusto ver crecer tu propia huerta y luego comerte tus verduritas que ricas y con un sabor exquisito ....te sientes muy comprometida con la tierra es como una gran unión ....y satisfecha de hacerlo bien ....jajaja una experiencia emocionante y gratificante.... Felices pascuas...¡¡¡¡ tómate un buen panquemado con longaniza y a volar el cachirulo...

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