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EL LENGUAJE DEL CINE

Los amantes pasajeros Almodóvar y el cainismo cañí

MANUEL DE LA FUENTE. 16/03/2013 "Todo se queda en un chascarrillo porque lo importante es, de nuevo, celebrar lo divertida que es la vida. Que está muy bien, ojo, pero que resulta insuficiente"

VALENCIA. El estreno de una película de Pedro Almodóvar siempre supone un acontecimiento. Esto es algo innegable que le reconocen tanto sus admiradores como sus detractores. Su visión para saber anticiparse a los tiempos e ir adaptando su discurso cinematográfico, unido al talento para el marketing de su hermano Agustín (productor de sus películas), ha afianzado una carrera que une dos mundos dispares: el cine de autor europeo (con un cineasta empeñado en reivindicar la coherencia de su obra) y el cine de Hollywood (con unas campañas publicitarias que crean esa necesidad de pasar por taquilla siempre que estrena un film).

Este punto de encuentro entre dos modos de plantear el cine lo halló Almodóvar en su principal influencia, el cineasta alemán surgido en los años 60 R.W. Fassbinder. Se trata de una influencia bien conocida, ya que las primeras películas del español (especialmente, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, de 1984) plantean una visión de la sociedad muy próxima a la de Fassbinder, con unas clases medias-bajas que viven constantemente engañadas en la mentira capitalista, luchando sin cesar por salir de ese nicho al que les ha condenado, y les seguirá condenando de por vida, el sistema.

Sin embargo, la influencia de Fassbinder va más allá, porque el cineasta alemán admiraba el sistema de producción de Hollywood, y creó un equipo técnico y artístico estable, proveniente de su compañía de teatro. Así conseguía hilvanar proyecto tras otro con suma rapidez, aprendiendo de Estados Unidos cómo hacer una producción en serie, de estudio, adecuándola a sus inquietudes como cineasta, es decir, sin someterse al dictado de la taquilla.

Almodóvar ha seguido este camino pero separándose en un punto importante: para Fassbinder la lucha ideológica era irrenunciable. El objetivo de sus películas era, según sus palabras, "advertir al público de la derechización de la sociedad para que no la acepte de manera estúpida e inconsciente como sucedió en el pasado". De este modo, hasta su fallecimiento en 1982, usó el cine como una herramienta de reflexión, concienciación y acción, alertando sobre los peligros de una sociedad, la de la República Federal Alemana (y la de Europa al fin y al cabo) que ocultaba bajo su consumismo desaforado un nuevo tipo de fascismo.

Este discurso también aparecía apuntado en las primeras películas de Almodóvar. Pero, a diferencia de Fassbinder, el español sucumbió a esta ola de frivolidad consumista, y su cine pasó de denunciar esa situación a ensalzarla. El punto de inflexión se produjo en su película de 1988 Mujeres al borde de un ataque de nervios, una loa al desarrollismo de Felipe González, a esa España feliz llena de colorido, chicas jóvenes de profesión liberal preocupadas sólo por sus amoríos y por la decoración de sus casas.

Una visión de las cosas que caló muy hondo, con nominación a los Oscar, entrada de Almodóvar por la puerta grande de Hollywood, meses de éxito en la taquilla y, sobre todo, un discurso naif y supuestamente sofisticado que reducía movimientos como el feminismo o la lucha de clases a un envoltorio de celofán. Años después, la serie estadounidense Sexo en Nueva York reproduciría punto por punto los personajes, planteamientos y situaciones de una película que no por casualidad llegó a adaptarse como musical de Broadway.

Pero no todo es traición y sonrisas vacuas en el mundo Almodóvar. Porque si bien su compromiso político ha desaparecido de su obra (salvo pequeños detalles que va soltando en cada film), su figura no se ha domesticado en absoluto. Pedro Almodóvar no ha utilizado sus premios, reconocimientos y millones para convertirse en un futbolista con cerebro de mosquito, sino que sigue posicionándose como un artista lenguaraz y peligroso para las clases más conservadoras. Si

n ir más lejos, la semana pasada le dio la respuesta más inteligente a la payasada filonazi pronunciada por el ministro de interior español de que los homosexuales no garantizan la pervivencia de la especie. El cineasta le contestó que precisamente las parejas homosexuales han salvado a miles de niños.

Eso se une a que, con todo, sus películas sí muestran, dentro de ese estilo naif, un modo de vida despreocupado en el que asuntos tan graves para estos pequeños reaccionarios de medio pelo como el sexo aparece totalmente naturalizado. Es una lástima que esto sea lo mejor que se puede decir de su última película, Los amantes pasajeros, en la que la narración transcurre en la clase preferente de un avión, que se dedica a practicar sexo, drogarse, emborracharse y soltar coñas para aliviar una situación tensa: la búsqueda de un aeropuerto para efectuar un aterrizaje de emergencia.

La película se plantea como una vuelta al mundo de Mujeres al borde de un ataque de nervios, con situaciones y personajes similares: la pérdida de la virginidad, el intento de suicidio tirándose desde un balcón, el personaje de la portera, las conversaciones privadas que todo el mundo oye por megafonía, los grupos violentos como contrapunto humorístico (aquí, sicarios mexicanos y allí, terroristas chiitas) o la comicidad de los cócteles imposibles (agua de Valencia con mescalina o gazpacho con somníferos).

Se ven en el film, además, unas ganas de intervenir, con personajes que son un retrato del momento actual, como el banquero que huye tras cometer una estafa o la mujer perseguida por el CNI por amenazar al Rey de España con publicar sus vídeos sexuales. No obstante, todo se queda en un chascarrillo porque lo importante es, de nuevo, celebrar lo divertida que es la vida. Que está muy bien, ojo, pero que resulta insuficiente.

Y es una lástima porque Almodóvar podría ser otro tipo de cineasta. Podría posicionarse en la vanguardia del cine mundial, porque es más listo que cualquiera, y demostrar que muchos de los que van de genios por la vida (Lars von Trier y compañía) no son más que unos papanatas. Podría también profundizar en lo que se vislumbra en esta película: un particular revisión de La diligencia, de John Ford, con personajes dispares unidos por un viaje que no saben si podrán culminar debido a una amenaza exterior. Pero prefiere pasarse de frenada, hacer una comedia locuela y poco divertida donde no acaba de cristalizar ninguna de las líneas que traza. Pero claro, si cambiase no sería Almodóvar.

Mientras, en España, seguimos mirando con lupa cada estreno de Pedro Almodóvar y seguimos inmersos en esa dinámica de detractores y admiradores: o te encanta o le odias. Por eso, todo el mundo intenta subirse a la chepa de su éxito, desde críticos ególatras que usan las páginas de los periódicos para disfrazar de reseñas los ataques personales, hasta politicastros empeñados en lanzar a Almodóvar como un enemigo conveniente al que hay que atacar, a ver si así la gente se mete con él y deja de dar la paliza con la crisis. Puede que en algunas cosas Almodóvar sea menos fassbinderiano pero, en otras, sabe incomodar como pocos. Y eso merece todos los reconocimientos del mundo.

Ficha técnica
Los amantes pasajeros
España, 2013, 90´
Director: Pedro Almodóvar
Intérpretes: Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Antonio de la Torre, Hugo Silva, Guillermo Toledo, Carmen Machi, Paz Vega, Antonio Banderas, Penélope Cruz.
Sinopsis: Un avión que se dirige a México sufre una avería en el tren de aterrizaje y se ve obligado a sobrevolar España en busca de un aeropuerto disponible. Mientras, la tripulación y los pasajeros de la clase preferente deciden soportar la angustia con alcohol, sexo y risas.

 

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2 comentarios

jose escribió
20/03/2013 11:22

Manuel ¿Por qué el arte tiene que ser subersivo? Todos tenemos que serlo, no especialmente los artistas. A mi Almodóvar no me gusta, no por ser o no ser reivindicativo, sino porque su cine está destinado a un público femenino y/u homosexual movidófilo. Almodóvar tiene idealizada la sociedad rural manchega cuando salió de allí en cuanto pudo echando humo. Por mucho que los ponga de cerrados, sus personajes rurales parecen poseer una sabiduría atávica forjada por años y años de pasear/apedrear cabras y recoger uvas... La verdad cada vez que intento pensar sobre las pelis de Almodóvar me recuerda más al cine psicoanalítico de Woddy Allen donde los traumas y fantaseos varios del director son escupidos a la cara de los espectadores. Es como si, en lugar de estar viendo una película, estuviésemos escuchando a un argentino al que su novia acaba de dejar. Un saludo. Saludos

Álvaro González escribió
16/03/2013 13:56

Me ha encantado la reseña. Tengo a Almodóvar abandonadito, dejé sin ver Los Abrazos Rotos, pero me han entrado ganas de ponerme al día. Sobre todo porque soy uno de esos seres extraños a los que La mala educación les pareció una maravilla.

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