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Espuma en la boca del becario

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 09/03/2013 La vida universitaria, como toda burbuja, se caracteriza principalmente por dos...

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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MADRID. La vida universitaria, como toda burbuja, se caracteriza principalmente por dos rasgos: uno, es en esencia efímera, frágil y vuela llevada y traída por el azar; dos, tiene mayor consistencia (y mejor vuelo) cuanto más jabón contiene. Siendo becario, lo del jabón adquiere múltiples significados, la mayoría de ellos completamente inverosímiles y absolutamente ciertos.

No hay mejor burbuja que el circuito de congresos a los que debemos acudir periódicamente a presentar las investigaciones en las que estamos trabajando. Y no hay mejor jabón que el que se reparte en estos encuentros. Ceremoniosos. Solemnes. Graves. Pomposos.

Esta semana estoy de congreso. Yo encantado, aviso. Como becario, me veo obligado a participar en sesiones maratonianas, a no perderme ninguna recepción con café y bollería y a aguantar hasta la última copa. "No tienes opción", me dijo una vez mi jefe. Y le hago caso.

Confieso que son importantes. No digo interesantes, digo importantes. Sin embargo, es difícil que a la tercera conferencia uno no haya sucumbido ante el sopor de las abstracciones. Una vez, después de una presentación, coincidí en el ascensor con un profesor de Trinidad y Tobago. Era un señor enorme, llevaba una gorra y una chaqueta de los New York Knicks y hablaba con gracia, aunque lo que decia no la tenía en absoluto. "Joven, debió de ser muy importante lo que usted expuso, porque no entendí nada", me dijo exagerando su sonrisa. Yo, en cambio, entendí con él algunas cosas más. Prácticamente lo entendí todo.

Cada disciplina tendrá en los congresos sus momentos estrella. En los de literatura, sin duda, ocurren cuando llegan los escritores.

No diré el nombre (por cobardía, no por prudencia), pero en aquella misma ocasión dieron una conferencia conjunta un par de escritores españoles muy de moda por entonces (me temo que durarán de moda algunos años mas). A mitad de la conferencia, anunciaron que iban a interrumpir el acto para poner un vídeo musical. Videoarte. Apagaron las luces, encendieron los cañones y agarraron los micrófonos. 

Los gestos de horror de los asistentes se dibujaron en medio de la oscuridad en el momento en que uno de ellos se puso a rapear. El otro, de un salto, se subió a bailar a la mesa. A bailar, o lo que fuera. "Para desarrollar nuestra estética", explicaron luego. Detrás de mí, una profesora entrada en años, una argentina regia envuelta en un abrigo de piel dorado y mulliso, exclamó al señor de corbata (probablemente argentino también) que la acompañaba: "¿Pero qué broma es esta?".

Tras el espectáculo: "¿Cómo ha sido recibida su obra por parte de la crítica, dentro de los círculos académicos?". "Bien", respondió uno de los autores sin más. "Bueno", insistó la profesora, "personalmente he notado cierta molestia en el auditorio, ¿ustedes no?".

Pero las burbujas protegen, nos enseñan un exterior y un interior enjabonado y aparentemente transparente. Distorsionado, como un sample videoartístico. Los autores negaban las críticas y hablaban del desarrollo de su estética. Buena parte de los asistentes se mostraron a favor y recriminaron la insolencia de la profesora como un atentado contra la creación, que provenía, sin duda, de su ignorancia.

A la salida algunos comentaban los sentidos que interpretaban en la música, en las imágenes, en el escritor bailando sobre la mesa... A la argentina no se la vio más del brazo de su acompañante. El resto enjabonaba la burbuja hablando de lo sublime de la performance.

A mí nadie me pregunó, pero tampoco lo había entendido. Así que abandoné la sala en silencio. Sin embargo, al salir a la calle noté un sabor amargo en la boca. Amargo. Viscoso. Juraía que era espuma. Propia o ajena, no lo sé. Pero espuma. Y era real.

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José Martínez Rubio

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