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LA HISTORIA REAL

Don Juan ‘Náufrago de su destino', historia del rey mendigo

ÁLVARO GONZÁLEZ. 28/02/2013 El periodista y escritor José García Abad relata la vida del padre del rey Juan Carlos, un pretendiente al trono que parecía no intentar reinar con demasiadas ganas por si acaso lo conseguía

MADRID. Después de glosar las miserias del PSOE prácticamente desde dentro en el ‘Hundimiento Socialista' y las de José Luis Rodríguez Zapatero en ‘El Maquiavelo de León', ahora José García Abad se ha unido a la oleada de libros sobre la corona que nos invade con un retrato de don Juan, el padre del rey. Parece que al director de El Siglo le atraen las figuras malditas de nuestra historia reciente, pues sólo así puede definirse la curiosa vida de este monarca que finalmente no pudo reinar por lo caprichosa que es la política española. No sería de extrañar, incluso, que el periodista ya esté tomando notas sobre la no menos singular estancia de Mariano Rajoy en La Moncloa.

En este "retrato más íntimo y personal del padre del rey", como reza la portada, don Juan aparece como un blandengue pata negra. No quiso ser Príncipe de Asturias cuando le nombró su padre, pero aceptó a regañadientes. No apoyaba el franquismo, pero había sido voluntario en el bando nacional durante la Guerra Civil y encima no le admitieron. No tuvo determinación para unirse a la oposición a Franco, pero el Generalísimo lo único que quería era quitárselo de en medio. Se puso hecho un basilisco cuando su hijo aceptó coronarse rey, pero abdicó para facilitarle sus objetivos. Claudicación tras claudicación, derrota tras derrota. Todo regado con buena ginebra.

Porque en su favor sólo se puede decir que, al menos, se lo pasó pipa. García Abad cita en este sentido a Indalecio Prieto, quien dijo: "Lo de que don Juan se haya pasado veinte años preparando la restauración de la monarquía es pura fábula; se los pasó divirtiéndose". Algo que parece constatado a tenor de la estrategia del Caudillo, que captó a su hijo, a Juan Carlos, más pensando en ganar tiempo que en las dotes del muchacho y, mientras tanto, corrió con los gastos de don Juan en Estoril. Sus secretarios, su yate, sus vehículos con matrícula diplomática española, etcétera. De Franco se pueden decir muchas cosas menos que era tonto.

La biografía es una sucesión de oportunidades perdidas de don Juan para, al menos, encarnar una reivindicación monárquica en condiciones. Ideológicamente, fue errante. Aparecen sus fotos con el uniforme de falange, sus opiniones tras la guerra cercanas al absolutismo y, finalmente, sus convicciones demócratas de toda la vida. Y peor aún fue su firmeza frente a Franco. Primero, con los militares monárquicos.

El 8 de septiembre de 1943, cuenta Abad, los tenientes generales Orgaz, Kindelán, Dávila, Saliquet, Varela, Monasterio y Ponte estaban decididos a proclamarle rey de España. Le iban a trasladar al aeródromo de Puerta de Hierro, a ocho kilómetros del Pardo, para llevarle al palacio por sorpresa con la creencia de que Franco, in situ, no se resistiría. No se atrevió ni a intentarlo.

Poco después, su asistente José María Gil Robles, en calidad de representante del centroderecha español, e Indalecio Prieto, como ala moderada del PSOE, suscribieron un acuerdo para reconocer sus derechos dinásticos y poder presionar a Franco con la exigencia de un plebiscito, avalado por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, sobre la forma de Gobierno de España.

Cuando todo estaba a punto, don Juan fue citado por el Caudillo para una entrevista, pues estaba inquieto por el plan, y logró persuadirle para lo echara todo abajo desde dentro. Aunque luego, según parece, no es que Franco le mangoneara, sino que don Juan jugó sus cartas: tenía miedo de que el pueblo español votara por la república. ¡Ni con el apoyo del PPSOE se atrevía!

Más adelante, en los albores de la Transición, contó con el apoyo de otro socialista, Tierno Galván, pero el resto de fuerzas estaban más por garantizar la llegada de la democracia que por unos derechos dinásticos que les importaban más bien poco. Por eso, Felipe y Carrillo apoyaron a Suárez y Juan Carlos.

Y entretanto, fiesta; fiesta y una relación epistolar con Franco que el autor describe como una ducha escocesa, alternando agua fría con agua caliente. Pero la jarana tuvo que ser notoria porque llegó a la agenda del mismísimo Papa. Este pasaje es para enmarcar:

"Su promiscuidad en los tiempos del exilio en Lausana fue de conocimiento común, hasta el extremo de que Pío XII llegó a expresar su preocupación al respecto. El 3 de agosto el Papa recibió en audiencia a José María Gil Robles, quien le entregó una carta de don Juan en la que éste le llamaba la atención sobre los peligros que para la Iglesia Católica representaba la colaboración de la institución romana con el régimen franquista. Pero Pío XII deja la carta en la mesa sin abrir y centró su conversación con el representante del conde de Barcelona en los desvaríos amorosos de éste".

"Le gustaban todas las mujeres menos la suya, claro", sentencia García Abad. "No le hizo ascos a ninguna, para él todas tenían algo". Hasta rozó el divorcio después de enamorarse de Greta, una aristócrata griega. Una amante por la que no terminó abandonando a su esposa cuando advirtió que podía perder sus derechos dinásticos. En su descargo hay que decir que, desde que ocurrió el accidente en el que Juan Carlos sesgó la vida de su hermano, su esposa cayó en una depresión clínica y empezó a darle a la ginebra.

En cualquier caso, el lado menos dulce de la más alta institución del Estado también queda reflejado. Según cuenta el relato, don Juan no disfrutó la vida palaciega cuando era niño. Tenía envidia de los hijos de sus criados, que también vivían en su residencia, a los que veía jugar desde la ventana. Tal vez ahí brotase un afán aventurero que le llevó, en el exilio de su familia por la II República, a ingresar en la Royal Navy.

Allí hizo la mili como uno más y se comió marrones como tener que hacer tareas de limpieza que, si bien en España se consideraban indignas de la oficialidad, en el ejército británico estaban a la orden del día para todos por igual pues era, tal y como señala el autor, mucho más democrático que el nuestro. Lo que no indica es si fue ahí donde se hizo, surcando los mares del Sur, el tatuaje taleguero de un dragón que lució toda su vida en el antebrazo.

También es muy divertida la anécdota del nacimiento de Juan Carlos. Mientras venía al mundo, su padre había pasado de toJose García Abad, el autordo y se había ido de cacería y llegó tarde a la clínica. Entonces Alfonso XIII quiso gastarle una broma. Pidió un bebé negro para cambiárselo. Como no lo encontró, tuvo que conformarse con ponerle uno chino. "¡Este no es mi hijo!", gritó don Juan al cogerle en brazos. Aunque igual le hubiera ido mejor, a la vista de lo sucedido, quién sabe, si lo hubiera reconocido en el acto.

En cambio, la parte más deprimente es cuando aparece en la historia Mario Conde. El banquero, a la hora de diseñar una estrategia para acercarse a la corona, se dio cuenta de la soledad y tristeza del padre del rey en la España democrática. No pintaba nada, como no lo pintó nunca, y trató de sacar partido de ello. Su plan fue digno de encomio. Puso tanto interés en hacerse amigo de don Juan que nadie podría decir que, echándole tantas ganas, se tratase aquello de una conspiración. Al menos porque era demasiada molestia. Así, Conde se iba a su casa a jugar largas y tediosas partidas de cartas. O le llevaba en su yate, donde bautizó a un camarote con su nombre, mientras ya iba enviándole regalos al rey, los cuales Sabino Fernández Campo devolvía puntualmente uno tras otro.

Es curioso el tema de los regalos ahora que se ha puesto de actualidad en España por la trama Gürtel y sus trajes o sus bolsos. Don Juan en una ocasión desairó a un individuo en Ibiza sólo porque pretendía hacerle un regalo caro, recoge el libro. Sólo por ese gesto sintió que le estaban insultando. Se conoce que nuestra clase política ha llegado a estar más degradada que un aristócrata bon vivant que si no puso mucho empeño en reinar fue porque, como él mismo dijo, le resultaba "más cómodo seguir de pretendiente, sin preocupaciones ni peligros". Lo que sirvió para que tanto Franco como un PSOE despechado en el exilio se quejaran de que su estrategia para lograr el trono era, literalmente, mendigarlo. Y así está el nivel ahora mismo, que convierte en un ejemplo al bautizado como ‘Rey mendigo'.

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6 comentarios

Sra. Segui escribió
01/05/2013 17:46

...Pues yo opino que iriamos muy mal viendo al Infante D. Felipe, que gracias a una 'Ley Salica' que ya no deberia de aplicarse, es 'Principe' yendo a hacer el ridiculo en Venezuela representando a España el dia del duelo por Chavez! ...... Larga Vida al Rey!

Lluís escribió
02/03/2013 10:19

Quizá en eso era algo más inteligente que su hijo. Descubrió que la vida de "rey en el exilio" es mucho mejor que la de jefe de Estado en ejercicio, puedes ir y volver de casa a la hora que te da la gana, sin dar cuentas a nadie, o que por un "accidente de caza" te quedes con las vergüenzas al aire. La cuenta corriente la tendría bastante peor que el actual inquilino de la Zarzuela, pero gracias al Caudillo y a unos cuantos monárquicos que creían hacer lo correcto pagándole los gastos, tampoco le faltó nunca alcohol en el armario, fulanas en la alcoba o un par de billetes en la cartera. Y eso de preocuparse por conseguir dinero es, en el fondo, muy de plebeyos. Tanto o más apropiado que "rey mendigo" sería "rey gorrón". Su hijo, en cambio, no parece compartir su espíritu. Por un lado, alguien parece haberle inculcado la responsabilidad suficiente como para agenciarse una buena fortuna y colocarla a buen recaudo por si las cosas van mal, que no sería el primer Borbón al que obligan a fijar su residencia fuera de España. Y por el otro, se aferra como una garrapata al poder, cuando podría vivir mucho mejor y más tranquilo abdicando y dejando que su hijo fuese que el que tuviese que ir a aguantar el tipo en desfiles, inauguraciones, recepciones y actos diversos, a cada cual más tedioso, con la ventaja respecto a don Juan que ni siquiera tendría prohibido residir en España. Y sin la presión de la corona, podría devolver a la reina a su familia, que eso de que le gustan todas las mujeres menos la suya parece que si que lo ha heredado de su padre.

emigrante escribió
01/03/2013 10:43

El Rey Mendigo es Viserys Targaryen de Juego de Tronos. Haste ese título le han quitado al pobre Juan.

Álvaro González escribió
28/02/2013 21:07

Gracias por el comentario, Fernando. A mí también me llamó la atención. Te paso lo que pone literalmente: "Aprovechando la circunstancia favorable, el coronel de Aviación Ansaldo se prestó para llevar a don Juan desde Estoril al pequeño aeródromo que había en Puerta de Hierro, a ocho kilómetros de El Pardo, donde le esperarían los generales monárquicos dispuestos a llevarle en cinco minutos al palacio por sorpresa, en el convencimiento de que Franco no se resistiría".

Guerau escribió
28/02/2013 20:51

Es significativo el hecho de que el actual monarca Juan Carlos, cuyo nombre completo es Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, si siguiese la tradición debería utilizar únicamente el primer nombre de pila, Juan, y sería por tanto Juan III. Precisamente éste hubiera sido el nombre regio de su padre si hubiera podido reinar, quien, por cierto, también tenía como segundo nombre Carlos (nombre completo: Juan Carlos Teresa Silvestre Alfonso de Borbón y Battenberg). Un Juan Carlos le usurpó el trono a otro Juan Carlos.

Fernando escribió
28/02/2013 18:21

¿Aeródromo de Puerta de Hierro? ¿Había entonces alguna pista aérea por esa zona? ¿se refieren a "Cuatro Vientos"? ¿Es un error del libro? Un saludo

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