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Mujeres en el comercio valenciano

ÁNGEL MEDINA. 02/02/2013 "Un día aparece en un bajo 'Los gustos de Clara"' y a los seis meses se denomina 'Mis amigas fáciles..."

VALENCIA. La globalización y la crisis unidas han provocado un cambio muy importante en las estructuras económicas valencianas. Podría escribir de la imparable contracción de la agricultura, que en su momento fue uno de los factores más importantes del PIB valenciano (y español); recordaría con nostalgia la industria del calzado de Elche, los juguetes de Ibi, las alfombras de Crevillente, los muebles... y tantas otras industrias hoy prácticamente desaparecidas. Pero no es mi intención.

Y llegaríamos, después, al contexto actual de crisis, paro, desahucios, pobreza. Pero no, no voy a escribir una tesis de la historia económica hasta hoy, ni una descripción exhaustiva de lo que hay y sus causas. Hay mucha gente (Guindos, Montoro, Merkel, Dijsselbloem...) mucho más preparada que yo, que cada día llena páginas de periódicos y horas de radio con estos temas.

A mi me gustan los asuntos modestos, tangenciales, marginales, pequeños apuntes de cosas insólitas; me gusta investigar lo cotidiano, lo superfluo, lo que pasa desapercibido para la mayoría de la gente. Y ahí surgió uno de ellos: cada mañana me sorprendía la inauguración de una tienda nueva en algunas zonas de Valencia.

Por eso empecé a dedicarme al estudio del pequeño comercio valenciano, a su evolución, a sus parámetros, a sus constantes vitales, a sus problemas y a sus perspectivas futuras. Y la primera cuestión que me planteé era cómo en el Ensanche, en la Milla de Oro y en algunos otros pocos lugares, proliferaban en estos tiempos tan difíciles, tantas y tantas pequeñas tiendas de ropa, zapaterías; locales con artículos de regalo, con bolsos, con ropa de bebé...

Las tiendas de marcas, franquicias, famosas y otras, de ropa y similares están campando a sus anchas estos años por las calles Poeta Querol, Colón, Sorní, Cirilo Amorós, Jorge Juan... Un día aparece en un bajo "Los gustos de Clara" y a los seis meses el comercio se denomina "Mis amigas fáciles".

En un chaflán está "Me voy, me voy..." y en el otro "Ahora vengo". Los caprichos de Mimí" y "Los ahorros de papá". Y así, cientos y cientos de tiendas en todo el entorno, que abren y cierran sin orden ni concierto, con la complacencia de los propietarios de los locales que ven cómo aumentan sus ingresos con alquileres, cambios, juicios por impago, cobros de avales, etc. ¡Esto es movimiento económico! ¡Esto es comercio! ¡Aquí hay riqueza!

Llevaba meses tomando notas de tiempos, de permanencia de las marcas, de número de empleados, horarios, precios, diseño de los locales, políticas de ventas y demás datos que pudieran aportarme alguna luz del porqué de esta proliferación de negocios en estos tiempos de total ruina sin sacar ninguna conclusión. Hasta que, como a Newton, cuando vio caer la manzana y descubrió la Ley de la Gravedad, me llegó la respuesta: casualmente, sin esperarla y por algo que no tenía nada que ver con la economía.

Todas las mañanas mi mujer y yo vamos a andar al antiguo cauce del Turia (algún día hablaré de lo impresionante que es constatar el número de personas que empiezan la jornada haciendo deporte, en contacto con la naturaleza, esperando algo nuevo que nunca llega). Yo aprovecho la caminata para hacerme el programa del día, repasar mentalmente los saldos bancarios para ver donde puedo domiciliar la última reparación del coche, o de dónde sacaré unos euros para el nuevo móvil de mi hija; cómo hacer las paces con el vecino de arriba; la historia que contaré en unas horas para disculpar mi asistencia a la cena de los pesados de los García...

Mi mujer, mientras andamos, me va contando que ha descubierto una tienda de lanas que hacen unas prendas estupendas, que su amiga Chelo se va de viaje a Londres, que el grupo de la universidad ha quedado el miércoles para comer, que se le ha ocurrido un pequeño negocio de muñecos... y habla y habla y habla.

Delante de nosotros van tres matrimonios mayores. Los hombres enfundados en sus chandales, a paso rápido, colorados por el esfuerzo; andan mirando fijamente al infinito, procurando llevar los labios apretados para que no se les cuele el frío en la garganta.

Detrás, las mujeres les siguen con cierto aspecto de respeto, que no es sino cansancio, pero sin parar de hablar. Además gritando, interrumpiendo la paz que reina en los jardines del Turia. Hablando, hablando, hablando...

Esta mañana hemos ido al río como cada día. Hoy era fin de mes y tenía, además de todos los problemas cotidianos, que pagar el IVA, escribir este artículo, reunirme con un socio y no sé cuantas cosas más. Mi cabeza estaba ardiendo. Y mi mujer ha empezado a hablar, a hablar y a hablar.

Fue cuando me vino la inspiración, como a Newton. Me paré, mirándola a los ojos, y lo más cariñosamente que pude, le dije: ¡Si no callas de una vez tendré que montarte una boutique!

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3 comentarios

Angel Cifre escribió
12/02/2013 11:49

Si escuchásemos más a nuestras mujeres probablemente nos iría bastante mejor a todos...

Blanca escribió
06/02/2013 17:24

Ya HABLAREMOS tú y yo...!!!! Fdo. Tu mujer

iphoneluis escribió
02/02/2013 19:01

Lo que los propietarios queremos es que los locales estén alquilados y cobrar el alquiler no esperar un año a que los desahucien. El articulo me recuerda la epoca franquista en que a todas las amiguitas se les montaba una boutique, esto ahora no creo que pase, aunque asi ha acabado el Banco de Valencia dejando dinerito para boutiques

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