X AVISO DE COOKIES: Este sitio web hace uso de cookies con la finalidad de recopilar datos estadísticos anónimos de uso de la web, así como la mejora del funcionamiento y personalización de la experiencia de navegación del usuario. Aceptar Más información
GRUPO PLAZA

La cola española

CARLA VALLÉS. 19/01/2013 "Furiosa ante la brutalidad del acto contra uno de los amores de mi vida me fui directa a la comisaría ubicada en el Paseo de la Alameda a presentar mi denuncia..."

VALENCIA. La semana pasada tuve dos experiencias cercanas a la muerte. Si eso significa encontrarse en un túnel interminable, oscuro y agonizante cuando a punto de estallar de desesperación alguien clama tu nombre. Un rayo de luz esperanzador. Mi salvación. No era mi momento pero sí mi ansiado turno tras tres horas de amarga espera en la sala del ginecólogo.

Después de la lectura de varias revistas caducas, aplacar unos instintos criminales aflorados por el repetitivo hilo musical y agotar la batería de mi Iphone en un abuso desmedido del Whatsapp, Twitter y Facebook, la sola pronunciación de mi nombre fue como levitar hacia el Olimpo desde el sofá estilo rococó de aquella abarrotada antesala vaginal de los horrores.

Superada con éxito la prueba, jamás pensé que al día siguiente los caminos inescrutables del Señor me pondrían a prueba en otro tedioso reto por evitar cortarme las venas. Resuelta con los años en colas de supermercado, tráfico, médicos y baños en discotecas, la vida me volvía a sorprender con un desafío desconocido. Y no. No se trata de la cola española por excelencia. Aquella que haces pero a la que nunca quieres llegar pero emprendes con dignidad, la del INEM. De esa ya tengo hasta pase VIP. Esta ocasión era diferente a todas las demás. Por primera vez me enfrentaba a la sala de espera de la Policía Local de Valencia.

La situación se produjo a las 10 horas cuando al entrar en mi garaje encontré a mi querida Vespa color marfil yacer en el mugriento suelo y en el siguiente estado: maletín forzado, casco robado, dirección jodida y retrovisores arrancados. Permitidme un "¡malnacidos!" antes de proseguir. Así, furiosa ante la brutalidad del acto contra uno de los amores de mi vida me fui directa a la comisaría ubicada en el Paseo de la Alameda de Valencia a presentar mi denuncia. Con el corazón en la boca al describir lo sucedido, un corpulento y parsimonioso policía me indicó que me relajara y me acompañó de nuevo a revivir la gran pesadilla de mi vida: la sala de espera.

El escenario era dantesco: una mujer más pintada que Krusty el payaso, un hombre sin dientes dedicado con esmero a sacar petróleo de sus fosas nasales, una mujer mayor sin complejos que reposaba en su asiento dedicando al resto una sinfonía de sonoros ronquidos y un chico joven cuyo perturbado estado físico indicaba la paliza en la que se había involucrado, entre otros insólitos personajes. "¿Cuántas personas hay delante de mí?" consigo preguntar al policía con voz ahogada. Éste saca una lista interminable en la que mi nombre figura al final.

La reacción de mi cuerpo fue inmediata: sudores fríos y temblor físico. Así, mientras un llanto desgarrado pero disimulado continuaba en mi interior, me acomodé en una silla a esperar mi turno. Dos horas más tarde mi Iphone se había convertido en una especie de santo-mártir por aguantar la tortura al que lo sometí para matar el tiempo. Es curiosa la sensación que se experimenta cuando nombran a alguien que no eres tú. Primero sientes como si se te clavara una daga imaginaria y luego, con los ojos cerrados y apretando los puños, deseas metamorfosearte en esa señora mayor con exceso de maquillaje y olor a laca que está antes en la lista.

También es un misterio el hecho de que cada vez que llaman a alguien, discurridos tan sólo 5 minutos, el afortunado se despida y salga por la puerta de la comisaría ¿No es matemáticamente imposible cuando hay una espera de 28 minutos entre persona y persona? Como los cálculos nunca fueron lo mío dejé de reflexionar en ello y en un intento por serenarme comencé a observar a mi alrededor atentamente.

Fue entonces cuando el señor sin dientes salió de la sala a preguntarle al policía cuándo era su turno. "El siguiente", respuesta que escuchamos todos desde aquella especie de cuarto de los castigos. "¿Cómo?" volvió a preguntar el anciano, "¡He dicho que el siguiente!" le bufó el policía. Valió la pena ver volver al hombre con una amplia sonrisa sin dentadura y decirle a su mujer "Somos los siguientes". "Ya lo he escuchado" le contestó ella medio adormilada cogiéndole de la mano, y a lo que él le respondió "¡Qué suerte tienes! ¡Qué gran oído!". Cómplices los allí presentes de haber presenciando un momento único, lo sucedido consiguió arrancarnos a todos una sonrisa. Y eso alivió nuestra angustia.

Supongo que el tiempo y el ritmo acelerado de nuestro mundo está sobrevalorado. La rapidez se ha incrustado en nuestra cultura para inculcarnos que así somos más eficientes, productivos y profesionales. Las colas nos repelen. Y cada vez que nos encontramos en una sala de espera se despierta un monstruo hostil en nuestro interior dispuesto a morder a quien se cuele, maldecir a quien ose perturbar nuestra avanzada posición o rugir a esa señora quejica que insiste en lo mucho que le queda por hacer esa mañana.

La espera nos inquieta y desalienta. Lo cierto es que erramos al pensar que "el no hacer nada" es sinónimo de perder el tiempo. Sin embargo, son esos momentos de pasividad obligada los que nos invitan a reflexionar en nosotros, percibir mejor lo que nos rodea, y, por qué no, a dejar la mente en blanco, lo que es reparador y necesario.

Prometo que a partir de ahora seré menos gruñona y haré del Carpe Diem mi lema. Cada minuto es aprovechable y ninguno desechable. Porque el tiempo es oro, valioso y siempre beneficioso. Porque pasar el rato significa ser testigo de instantes para el relato (como el que este me ocupa). Porque hay colas que sí merecen el esfuerzo y pueden cambiar el mundo, como las de ir a votar. Porque para convertirse en un anónimo más al final de una riada de votantes es preciso detenerse y hacer un paréntesis en una realidad donde impera la celeridad. Tomarse un receso para una meditación sosegada en pro del sentido común y participar en nuestro derecho al pluralismo no es tontería. Tampoco lo es soñar por un mundo mejor, lo que es lo mismo.

Comparte esta noticia

3 comentarios

24/01/2013 19:54

Buenas noches Carla: hoy recién he podido leer tu artículo.¡Bienvenida a la realidad NO VIRTUAL¡ Un saludo desde el SUR donde sin pase VIP para el INEM salimos adelante.- Un saludo no tengo mas tiempo pero te sigo.- Alejandro Pillado Marbella 2013

Amparo escribió
21/01/2013 16:04

Yo en las colas, aparte de machacar el móvil suelo tomar notas mentalmente para personajes de historias, fantaseo, la forma de vestir de una señora, el aspecto de otra, la voz de una abuelita... El caso es entretenerse y como bien dices nuestra vida diaria esta llena de salas de espera. Siento lo de tu moto. Un abrazo

colorincolorado escribió
20/01/2013 21:40

Querida ...... me alegra que la revisión haya ido bien , siento lo de la moto...." que ganas de fastidiar..." las salas de espera , sean de lo que sean , son muy vario pintas , observas, estudias al de enfrente, siempre está el que te pregunta ¿ a que hora le tocaba a usted...? el que hace cálculos por paciente a la entrada y cuanto tarda en salir , haciendo números de cuanto debería de durar su visita....los que no paran de quejarse ....como dice una amiga , tendríamos que llevar una " cinta precinto ..." en el bolso.... como bien dices, son momentos de espera en la que tenemos que relajarnos , pues no tenemos otra cosa que hacer, mas que esperar a ser llamados, gracias ...que nos van a atender ..... es mejor hacer una cola que no poder hacerla , sea donde sea....

Escribe un comentario

Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.

publicidad