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Yale, un viaje de ida y vuelta

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 12/01/2013 "No habla mal de Estados Unidos, pero le molesta comer delante del ordenador y que le salga un aviso en la pantalla si pone futbol online: Inappropiated..."

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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VALENCIA. Conocí a Luis hace cuatro años. En aquel tiempo, yo empezaba a el programa de doctorado a trompicones, mientras él ya estaba perdido con una tesis interminable sobre las secuelas teóricas del Romanticismo alemán a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX. Se había apuntado a clases de filosofía, me dijo, por lo que nombraba a Hegel, Husserl y Levinas con cierta ligereza.

La primera conversación que entablamos tuvo lugar en el despacho que compartiríamos durante meses. Nos había tocado tutorizar unos pequeños ensayos sobre Niebla, y ya entonces me dijo: "Esto es fácil, tú les mandas que lean a Ortega y Gasset, a Schopenhauer y a Nietzsche, y Unamuno se entiende a la primera".

Mi admiración creció al ritmo que marcaba mi ignorancia, pero sobre todo su humor. Vestía jerseys oscuros, de lana y (naturalmente) excesivamente anchos. Una gabardina de tres cuartos con las solapas plegadas. Unos zapatos Camper abombados y granates. El pelo desordenado, porque quería confundirse con la gente lista, decía. Unas gafas de varilla que se ajustaba con el dedo índice.

Pasamos juntos el verano en el que España ganó el Mundial de fútbol de Sudáfrica. Por la tarde nos encontrábamos en el despacho. Ya no quedaba casi nadie en la facultad, por lo que poníamos por internet algún partido de Honduras, de Camerún o de la Argentina de Maradona. Leíamos las crónicas del Marca, pero sobre todo leíamos las de L'Équipe, que pedía resucitar la Bastilla ante la sublevación en pleno campeonato de la Francia de Anelka frente a la Francia de Raymond Domenech. Es una lucha racial, como lo que pasa en el país, pensaba en voz alta. Es una pelea de ricos y de blancos contra el resto. Cuando Zidane ganaba, todo iba bien. Ahora está claro que no se aguantan.

Luis lo observaba todo, y absolutamente todo podía leerlo. "Mira", me dijo días después enseñándome una foto de Nicolas Anelka en internet. Aparecía con el pecho descubierto, la cabeza inclinada y los ojos cerrados mientras le caía un hilo de agua cristalina por la cabeza rapada y el rostro sereno. "Lo están bautizando", le contesté. Para Luis todo era legible, y casi todo ridículo y peligroso.

Había estudiado en Toulouse, en Bruselas, en París, en Óxford y en la Universidad de Standford. Siempre becado. Llevaba, como él mismo decía, desde los diecinueve años metido en una biblioteca. Mórdor, la llamaba. "Estados Unidos es una autopista", así que volvió a Standford, desde donde me enviaba mails con pdf de Zizek y Badiou, y noticias de que había conocido a Chomsky en un seminario.

Hace menos de un año, estando ya en el paro, apareció inesperadamente por el despacho. Quizás fue la tarde más emocionante que recuerdo. Nos abrazamos y comenzamos a inventar. Me anunció casi de pasada que tenía tres ofertas de trabajo. Una en España, 400 euros al mes. Dos en Estados Unidos, 3.000 dólares. "¿Qué hago?", me dijo con una resignación parecida al miedo.

En Navidad lo llamé por teléfono. Me contestó diciendo que estaba en Valencia, pero que con el cambio horario el 24 de diciembre por la noche aún no era festivo en Yale, así que tenía que aprovechar para trabajar. A la semana siguiente le fui a buscar al centro. Avisé a David, otro compañero, y lo estuvimos esperando durante más de una hora en el bar de chinos al que solíamos acudir cerca de Plaza de España. Chez Lili, lo llamaban entre risas por las exquisiteces de fritanga que servían. Y finalmente entró con su gabardina, su pelo más largo y desordenado de lo normal, una sonrisa y los brazos abiertos.

"Es que allí la gente es muy lista", nos resumió. "Éramos cinco, pero ya han echado a M.M.M. (lo nombraba con siglas) porque el tipo era infame. Se enzarzó en una disputa hegeliana con un profesor sin tener ni puta idea", y las carcajadas resonaban en todo Chez Lili. "Dicen que si superas el segundo semestre, acabas acostumbrándote".

Luis fue aceptado en un programa de doctorado en Yale. Cinco personas. Ahora cuatro. Cada semana presentan un paper, leen tomos que ya nadie lee y discuten disciplinadamente sabiéndose una de las mejores universidades del mundo. Vive en un piso alquilado de la universidad, a 1.000 dólares el mes. Solo ha ido un fin de semana a Nueva York, pero de Manhattan solo salvaría Central Park, dice. No habla mal de Estados Unidos, pero le molesta comer delante del ordenador y que le salga un aviso en la pantalla si pone futbol online: Inappropriated. Bebe cervezas a 1 dólar en el campus. Escribe sobre Galdós, Clarín y Severo Sarduy. Y ya casi no contesta a los mails.

"¿Qué vas a hacer tú ahora que acabas la investigación?", me preguntó Luis. "España es un país que está triste, pero no os vayáis de España", nos aconsejó a David y a mí. "Están suprimiendo plazas, están dejando menos alumnos... Hasta puede que quiten la financiación estatal del Campus de Excelencia de las universidades en Valencia", contesté. "¿Qué posibilidades ofrece este país?", le devolvimos la pregunta.

"Si yo pudiera, me prepararía unas oposiciones y me pondría a dar clases en un instituto de Rascanya. Sería curioso el cambio, pero el resto es todo mentira". "Ni siquiera salen oposiciones, Luis", le comentó David dejándolo en un callejón sin salida. "Joder, es que eso sí que es grave", respondió.

Y salimos de Chez Lili a beber cerveza a otro sitio. A fantasear con irnos o con volver. Con que las cosas nos fueran bien. O nos fueran mejor. No tan provisional. No tan incierto. En verano nos volveremos a ver. Y a evaluar. Quién sabe de qué forma.

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
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1 comentario

14/01/2013 04:18

Buenos días: no deseaba marcharme sin dejarle una "reflexión" (que no un comentario).- El pasado solo sirve como, experiencia para no volver a cometer los mismos errores. Si, uno se pasa pensando en el pasado nunca saldrá adelante ni en el presente ni en el futuro.- Si,uno prefiere ser profesor en Mislata y no en Yale (yeil) toma las maletas y lo intenta porque vivir pensado en lo "que haría" lo coge a uno con 70 años y sin "gasolina".eso espero yo de los jóvenes de espíritu.- Un saludo y buena suerte con su "blog" le desea un blogger "senior" Alejandro Pillado Rio Verde 2013

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