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Las memorias de Aznar y el retrato de Franco

ÁLVARO GONZÁLEZ. 13/12/2012 "Las memorias del expresidente José María Aznar prometían mucho pero se han quedado en nada. No hay grandes revelaciones, ni vivencias. Ni siquiera el autobombo resulta muy consistente..."

MADRID. Las memorias del expresidente José María Aznar prometían mucho pero se han quedado en nada. No hay grandes revelaciones, ni vivencias. Ni siquiera el autobombo resulta muy consistente. El expresidente, al abrigo de las voces que actualmente culpan a las Autonomías de la crisis, se marca un "yo-ya-lo-dije" presumiendo de sus críticas en los setenta al "delirio autonómico" que se estaba fraguando en España -"cargos a gogó" lo denominó en un artículo titulado ‘Vientos que destruyen" (La Nueva Rioja, 9-5-1979)- cuando en el programa electoral que le llevó al poder en 1996 la primera propuesta sobre política territorial era "Completar el proceso de transferencias a las Comunidades Autónomas". Por no citar la reforma del Senado para convertirla en una "auténtica cámara de representación territorial", que también recogía ese programa y que ejecutó con el mismo entusiasmo que su sucesor en La Moncloa.

Valga lo de las Autonomías como muestra de que esta obra no llega a los escaparates de las liberarías para ofrecer una explicación de sus posibles contradicciones, ni justificaciones por su errores, por no ser es que ni siquiera reconoce fallos en su carrera. No le pone ni peros a la llegada del euro, dice que aquello fue jauja, como se nota en Grecia, Eslovenia, nuestro propio país... Hasta le hace gracia que el presidente de un país periférico fuera elegido por el BCE, siempre sensible al bien común, para convencer a franceses y demás de las bondades de sus políticas, la consabida austeridad.

Pero bueno, los programas electorales están para pasárselos por salva sea la parte, las palabras se las lleva el viento y a la hemeroteca no va ni dios. Si Aznar no ofrece ni siquiera un retrato nítido de sí mismo y de su etapa, ya que su libro tiene menos chicha que la propia Wikipedia, es peor para él porque tenderemos a fiarnos más de nuestra memoria, lo que nos dicen o lo que han visto nuestros impenitentes globos oculares.

Al margen de lo que dijera que iba a hacer y no hizo, lo que llevó a cabo y lo que pasó realmente -es memorable cuando el expresidente revela en su obra que Mayor Oreja se ofreció personalmente para negociar con ETA- lo que queda de relieve es el absurdo del día a día del político en pleno proceso propagandístico. En este caso, los años del "centrismo liberal".

Por ejemplo, cuando en 1993 acudió con Celia Villalobos al congreso de la UGT como un hombre atento a los problemas de los trabajadores. Aznar narra que cuando los sindicalistas se pusieron en pie con el puño en alto a cantar La Internacional, a Villalobos le entró el pánico por no saber qué hacer. El ex presidente le dijo: "Ponte de pie, pero no cantes". Pudiera parecer que doña Celia no era muy hábil, pero la realidad es que en aquella época no era fácil ser del Partido Popular sin resbalarse.

No viene en las memorias, y es una pena que no dejara poso en sus recuerdos como para publicarlo en el libro, pero en 1996 Aznar también viajó a Cádiz para reunirse con Rafael Alberti. No era un acto político, lo hizo sólo para hablar de poesía, pero sí tuvo la suficiente relevancia para el diario ABC, que lo llevó a la portada el 16 de febrero por delante de ‘temas menores' como el entierro de Tomás y Valiente, asesinado por ETA dos días antes. Aznar le llevó ejemplares de ‘Marinero en tierra' y ‘Rafael Alberti para niños' para que se los dedicara. Hubiera sido interesante poder ver qué le escribió el poeta. El líder del PP, a cambio de las dedicatorias, le regaló a Alberti sus libros ‘La España en la que yo creo' y ‘La segunda transición', aunque, según cuenta el diario, "sin pretender, siquiera, que se los leyera".

No obstante, el expresidente sí es sensible a las dedicatorias: en sus memorias aparece en una página la fotografía de la carta que le escribió el académico Pere Gimferrer por ser el primer político desde el siglo XIX que, llegado de Madrid, había hablado catalán en un acto en Cataluña, en este caso el congreso del partido en esa comunidad. De hecho, sabido es que también dijo que el catalán era una de las lenguas "más completas" que conocía y que le gustaba emplearla de vez en cuando para deleitarse con su perfección.

Este Aznar conciliador con los rojos -el ABC hacía hincapié en que su reunión con Alberti era la de "dos compatriotas" unidos por el amor a la poesía- y cosmopolita con los catalanes, ahora resulta cómico, aunque no debería ser minusvalorado.

En la historia-ficción todo es posible y siempre es verdadero el argumento que resulta de una premisa falsa, pero si Aznar hubiese seguido en esta línea, abriendo él por ejemplo las fosas de la Guerra Civil y dando una sepultura digna a las víctimas, su legado sería recordado de un modo muy diferente por mucho que hubiera firmado la Ley del Suelo o los estropicios eléctricos. Sobre todo teniendo en cuenta que los socialistas no se dieron mucha prisa en corregir estas políticas en los ocho años posteriores, cuando no forman ellos parte de los propios interesados, como Solbes y González en Endesa o Solana en Acciona.

Ceder en aspectos que deberían ser de sentido común, como el recuerdo de la II República o el reconocimiento del sentimiento nacional catalán, no eran ni son ningún impedimento para implantar -él o sus sucesores- políticas neoliberales que llenen las arcas de los sectores a los que defiende su partido. Pero él no sólo optó por el revival franquista, con más fuerza cuando le vinieron peor dadas, también se adscribió a la causa de George Bush Jr. sin que en ello le fuese la vida a los intereses de España, más bien al contrario.

Aznar en gran medida es un ‘pudo haber sido y no fue'; pudo haber resuelto el problema guerracivilista y articulado una política identitaria en la que cupieran más ciudadanos en unos tiempos en que el furor ultraderechista en España era marginal y/o de risa. Por lo menos podía haberse ahorrado el auto de fe por la reunión de Carod Rovira con ETA, que todavía nos estamos limpiando de su repercusión en los medios. Hubiera sido bueno para el país, para él y para su partido; para su legado histórico, todo ello privatizando a diestro y siniestro, que era su principal objetivo, pero no, no fue.

Capítulo aparte merecen otras imágenes públicas que tampoco recuerda el presidente, como su encuentro con el presentador del Lingo, Ramoncín, "uno de los máximos exponentes de la Movida madrileña" destacaba el aludido diario tras una reunión de Aznar con la malvada SGAE, u otras que no fueron públicas, como el retrato que le hizo Juan Gyenes antes de ser presidente.

Hace unas semanas la Biblioteca Nacional de Madrid acogió una muestra de la obra de este fotógrafo húngaro afincado en España desde los años cuarenta. Quizá no suene mucho, pero basta decir para ubicarle mínimanente que fue quien sacó la foto de Franco que aparecía en los sellos de correos. Además, Gyenes también hizo un retrato al Caudillo que luego empleó el diario ABC para la portada de su óbito, el día en que casi todas las cabeceras titularon igual: ‘Franco ha muerto'. Esa imagen tenía un tratamiento muy particular, una técnica sello de autor de este fotógrafo.

Pues bien, en la exposición, también estaba el retrato que Gyenes le hizo a Aznar en 1994. Exactamente igual que el de Franco. Y encima una foto enfrente de la otra. Resulta curioso que el expresidente tuviera tiempo en aquellos años, entre reunión con sindicalistas cantando la Internacional y tertulias en catalán, para dejarse hacer esta fotografía que podría haber arruinado la carrera de sus asesores de imagen de haber caído en manos de los propagandistas del rival político. Ahora, a años vista, parece como que la verdad quisiera abrirse paso.

Y también había un recuerdo para el coartífice de la victoria del PP en el 96, Pedro Jota Ramírez. A dos metros de las del Generalísimo y Aznar, estaba colgada una fotografía de la boda de la Duquesa de Alba con Jesús Aguirre, un exjesuita de izquierdas. Ese enlace lo celebró el sacerdote José María Patino, en primer plano de la imagen, amigo personal de Xabier Arzallus y religioso dedicado a administrar sacramentos en situaciones peliagudas, como la de esta viuda con alguien que había colgado los hábitos. Años más tarde, fue el encargado de bautizar a Cósima Ramírez, hija de Pedro Jota y Agatha Ruiz de la Prada, puesto que ambos estaban ‘arrejuntados', y ahí no querían implicarse los curas ‘de bien'. Detallitos...

Cuanta más relevancia adquiere un personaje público, en esta era de la información, más se le ven las costuras. Tal vez por eso, el Aznar actual, ese que gusta de conducir sin que nadie le diga cuántas copas se puede tomar antes, que presume de abdominales y está orgulloso de cómo su esposa y alcaldesa de Madrid gestiona una crisis municipal desde un spa, aún tiene muchas deudas que saldar consigo mismo como para ser capaz de escribir unas memorias que no sean otro vulgar juego de espejos como su carrera política.

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1 comentario

asertus escribió
14/12/2012 09:23

Lo que puede hundir a Aznar para la posteridad no es la guerra de Irak ni la foto "franquista" frente a la de Franco, sino esa foto que habéis sacado de él con Ramoncín..., ésa sí que es de mala leche...

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