X AVISO DE COOKIES: Este sitio web hace uso de cookies con la finalidad de recopilar datos estadísticos anónimos de uso de la web, así como la mejora del funcionamiento y personalización de la experiencia de navegación del usuario. Aceptar Más información
GRUPO PLAZA

Sólo para blancos

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 01/12/2012 "Se lamentaba Pedro Lemebel de que el arcoiris gay tenía, en realidad, un solo color: el blanco..."

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
Artículos anteriores

Comparte esta noticia

VALENCIA. Se lamentaba Pedro Lemebel de que el arcoiris gay tenía, en realidad, un solo color: el blanco. Cuando lo invitaron a Nueva York a la celebración de los veinte años de los sucesos de Stonewall Inn, la redada (y paliza) policial de 1964 en el conocido bar de ambiente del Village neoyorkino, declaró que tenía poco que ver con ese altar homosexual dedicado al culto del gay blanco, rubio, tan joven como para llevar una vida divertida y tan acomodado como para llevar una vida despreocupada. Al gimnasio en patines. A la oficina en corbata.

Lemebel era un chileno oscuro y atrevido, muy inteligente. No sé si volvió alguna vez al Village; desde luego, no para a ponerle velas a ese altar.

Yo pasé una noche en Stonewall Inn, con una cámara de fotos y una cerveza, y tuve una sensación de extrañamiento, de exilio sentimental, de ausencia de importancia, como cuando uno está en una iglesia y no conecta con dios o con algo. No permanecí durante mucho tiempo. Me bebí la cerveza, saludé y me metí en la noche de Nueva York, grande e iluminada como un musical.

Hace poco más de una semana, en otra noche mucho más cercana (en Valencia), La Nau inauguraba una exposición pequeña y bonita, "La força dels somnis", que conmemoraba los 25 años de existencia del Col·lectiu Lambda en Valencia. Era un viernes, ya tarde, y el centro estaba secuestrado por el tráfico y el frío. Me habían invitado a la inauguración y casi como un refugio, me acerqué al edificio histórico de la Universidad, crucé la entrada y atravesé el claustro. Los cuerpos se movían entre las sombras y las cabezas de los asistentes serpenteaban a contraluz. Había parejas. Había niños. Carritos de bebé.

Cuando terminaron los discursos, saludé a algunos amigos y nos metimos en el barullo para acceder a la sala inundada de luz y de gente. Intentamos pasear por la exposición pero, como ocurre en estos casos, siempre hay mucho de qué hablar, muchos abrazos, muchas miradas (algunas sonrisas), por lo que fue imposible fijarse en nada.

El bullicio enerva, así que veinte minutos después, saludando amablemente me deslicé con discreción hasta alcanzar la puerta y salí a la calle para recuperar el aliento, y quedarme solo contra el frío.

Pensé durante unos días que debía obligarme a volver y no dejar el asunto en manos del azar. El azar no organiza, crea acontecimientos.

Volví pocos días después, esta misma semana, pero esta vez por la tarde. Insistió en acompañarme un amigo y yo le insistí para que fuera a la hora de comer. Tal como había previsto, el claustro estaba desierto y en silencio. Al llegar a la sala de exposiciones cada uno tomó su rumbo. Actas de las asambleas, documentos con posiciones políticas, revistas, folletines informativos, carteles, fotografías... todo en un intento de reconstruir 25 años de reivindicación de la igualdad. 25 años amenazados por el enanismo intelectual de nuestra historia. 25 años amenazados por el estigma del Sida. 25 años de lucha contra todas esas amenazas. ¿Cómo dar cuenta? "No queremos cuerpos sin amor, ni amor sin cuerpos", se lee en algún sitio.

No existe ni un solo reproche en toda la exposición. Sí existe mucho de militancia y mucho de burla. "Mira qué guapo está Aznar", me dijo mi amigo mientras me señalaba a un efebo en calzoncillos con la cara del expresidente en brazos, ¡atención!, de Jordi Pujol. Carteles con tacones, peras con manzanas. Condones.

Los que nacimos por la misma época que el Col·lectiu, él y yo, nos encontramos en un camino turbulento pero optimista. Y uno sabe que la dignidad nace del trabajo, de la organización y del reconocimiento. En aquella sala, los dos solos, también recorríamos 25 años de historia particular.

"El arcoiris no acontece, José, se construye", me dijo al salir. Y yo le conté que Lemebel tenía la sospecha de que, en realidad, el único color que defendía el arcoiris era el blanco. "Aquí seguro que no", me respondió. Y estuve de acuerdo. Efectivamente, aquí no. Y salimos a la tarde agradecidos, dispuestos a celebrarlo.

Las teorías del caos

José Martínez Rubio

Becario de investigación en la Universitat de València
Artículos anteriores

Comparte esta noticia

comentarios

Actualmente no hay comentarios para esta noticia.

Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.

Escribe un comentario

Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.

publicidad