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OPINIÓN

La quita o por qué el BCE no compra bonos españoles

JORDI PANIAGUA (*). 06/08/2012

VALENCIA. A primera vista, la administración de una empresa y la gestión económica de un país parecen similares. Alimentadas por declaraciones del tipo "no gastar más de lo que ingresamos" parece haber calado en la sociedad el mensaje de la gestión empresarial de la economía. Incluso desde el gobierno se lanzan mensajes para administrar los asuntos públicos como un ama de casa. Es entendible, ya que ambos manejan un léxico común y se tratan asuntos relacionados con el dinero, contabilidad y empleo.

Sin embargo, economía y empresa no son sinónimos. La manera de pensar de un empresario o un ejecutivo es distinta a la de un economista. Los conceptos que se manejan, aunque parezcan similares son fundamentalmente distintos. Un empresario está acostumbrado a moverse en sistemas abiertos y su éxito depende de la estrategia que adopte frente a otros. En cambio un economista vive en un sistema cerrado y la bondad de las medidas depende en gran medida del marco general en el que se adopten.

Alguna de las reglas básicas de funcionamiento empresarial a pequeña escala fracasa cuando se extrapolan al nivel de un país o un espacio económico. Por ejemplo una empresa puede reaccionar reduciendo gastos ante una caída en los ingresos. Un economista sabe que a nivel nacional el gasto agregado es básicamente igual al ingreso agregado. Disminuir el gasto (ahorrar más) significa en gran medida ingresar menos.

Una de las consecuencias de este hecho es que la balanza de pagos de un país (la diferencia entre la venta y compras al exterior), que poco tiene que ver con la contabilidad empresarial, es cero. No quiere esto decir que no se puede incurrir en un déficit comercial exterior, pero éste siempre se verá compensado por otra cuenta como la de capital. Por ello, a diferencia de una empresa, el efecto para una economía de recibir un préstamo o efectuar una venta exterior es sustancialmente distinto.

Un economista, como Draghi que se doctoró de la mano de Solow, también es consciente de que la compra masiva de deuda pública por parte del BCE lleva necesariamente aparejado un déficit comercial exterior. El saldo positivo con el exterior que implicaría la venta de bonos del tesoro al BCE se vería compensado con un déficit comercial equivalente. La entrada masiva de capital vía bonos del tesoro aumentaría la inflación y con ello el déficit comercial manteniendo equilibrada la balanza de pagos. En todo caso, el BCE podría comprar bonos alemanes para reducir el diferencial con el bono español y de paso aumentar la inflación en Alemania para estimular su importación (que es nuestra exportación).

La canalización de la ayuda a través del fondo europeo de rescate tiene una contabilización diferente y un efecto en la economía distinto. Con un préstamo, no nos están comprando nada (bonos del tesoro), por lo que la balanza de pagos nacional no se ve afectada. El dinero volverá a salir de España dentro de algún tiempo, por lo que la inflación a medio plazo no se verá afectada. Nuestras empresas pueden seguir siendo razonablemente competitivas.

Si el gobierno se decanta por la compra de bonos no es por razones económicas. En estos momentos, no es razonable poner en liza las exportaciones a cambio de una liquidez que podría entrar por otras vías. Tampoco es probable teman aun más descrédito político que implicaría un rescata, ya que las condiciones no serán mucho más duras que las que ya se han autoimpuesto. No es comprensible que a estas alturas el gobierno confunda gestión empresarial con económica. Queda una razón tan evidente como oculta. Los bonos presentan una ventaja clara sobre el préstamo: Es mucho más sencillo retrasar o restructurar la deuda en bonos del tesoro que dejar de pagar un préstamo.

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(*) Jordi Paniagua, doctor en Economía e ingeniero de Telecomunicaciones, es profesor de la Universidad Católica de Valencia

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