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‘Vivir después de morir’, por J. A. Vela del Campo

05/04/2012 La memoria afectiva y el tiempo que pasa son temas capitales de la música y del fenómeno de la escucha. (El chupito, abril de 2012)

VALENCIA. La memoria afectiva y el tiempo que pasa son temas capitales de la música y del fenómeno de la escucha. No son cuestiones exclusivamente ligadas a la evolución interpretativa o a pinceladas históricas del tipo que sean. Implican también al sentimiento frente a los creadores o al recuerdo en su concepción más amplia. El pasado mes de marzo he tenido dos sacudidas emocionales que tienen bastante que ver con lo que les estoy contando. La primera de ellas fue en Lecce, teatral ciudad barroca de la región italiana conocida como Puglia.

Allí nació el tenore di grazia Tito Schipa, uno de los ídolos absolutos de nuestro Alfredo Kraus. Pues bien, en Lecce, en la plaza de San Oronzo, patrono de la ciudad, todos los días a las doce del mediodía, la hora comúnmente asociada al Angelus, se puede escuchar a todo volumen una canción del mítico tenor. Unas veces es un aria de ópera, otras una canción popular. Cada día es distinto. El que yo estuve sonó aquel famoso fox-trot de los años treinta: Vivere, cuya letra contiene frases tan oportunas hoy como “Vivere, senza malinconia. Vivere, senza più gelosia” antes de aconsejar en un musical juego de palabras y sonoridades, “Ridere, delle follie del mondo”.

Siempre es maravilloso volver a escuchar algo de Tito Schipa, pero lo que más me emocionó es el homenaje diario con que le obsequia su ciudad natal. Muy cerca de la plaza, en la Via dei Fedele, está el café Tito Schipa, lleno de evocaciones personales. Ni siquiera cuando he estado en Recanati, tras las huellas de Beniamino Gigli (y las del poeta Giacomo Leopardi), he tenido una sensación de “vivir después de morir” como la que he experimentado con Tito Schipa en Lecce. La leyenda se hace así cotidiana. Y el mito más cercano.

La segunda de las sacudidas es de signo muy distinto. A principios de marzo falleció, a los 79 años de edad, en Venecia Pier Luigi Petrobelli, director del Instituto Internacional de Estudios Verdianos de Parma desde 1980, y uno de los musicólogos más atentos a la condición humana y al sentido moral de la existencia que he tenido el privilegio de conocer. Su pasión por Verdi era conmovedora. En el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en los cursos de la Universidad Carlos III, recuerdo una conferencia memorable sobre “Verdi, ese desconocido”, como también fue de una extraordinaria lucidez su última charla en la Universidad Complutense, y no digamos la que pronunció en la primera de las Semanas Verdi en la Universidad de Deusto en Bilbao en 2006 sobre “El aspecto visual de las óperas de Verdi”, una especie de prólogo a la exposición que el Museo de Bellas Artes de Bilbao dedicó al compositor italiano en el marco del proyecto Tutto Verdi organizado por la ABAO.

Recuerdo la emoción que le embargaba cada vez que pisaba la villa del Nervión. En el café Iruña, con María Mercedes Carrara Verdi; en el restaurante Arbola Gaña un día de su cumpleaños, con un plato monumental de setas recogidas y preparadas por el cocinero Aitor Basabe, ante las que el maestro Petrobelli llegó al éxtasis gastronómico. Curiosamente estaba en ese restaurante cuando me llegó la noticia de la trágica pérdida. Estuve totalmente aturdido en la comida. También, y tal vez por eso que Verdi señala como la forza del destino, Petrobelli ha escrito el ensayo introductorio a Nabucco, la próxima ópera de Verdi que se representa en Bilbao dentro de Tutto Verdi –será ya el 16º título–, con la orquesta del Teatro Regio de Parma y con una función para públicos jóvenes en la serie Opera Berri.

La ópera del popular y reivindicativo coro “Va pensiero” se colocará después de estas representaciones de mayo en el segundo lugar de la lista de óperas más vistas en las temporadas de ABAO, siendo solamente superada por Rigoletto. Petrobelli no estará. Pero qué estoy diciendo. Sí estará en Bilbao, aunque de otra manera. Estará en el recuerdo fértil y entrañable de sus textos, de sus palabras, de sus gestos. Ha sido, y es, uno de los grandes conocedores y amigos de Verdi del último siglo. Tal vez los dos juntos, desde el más allá, nos obsequien de cuando en cuando a sus admiradores con una mirada llena de complicidades.

Juan Ángel Vela del Campo, abril de 2012

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