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CRÍTICA DE CINE

Tan fuerte, tan cerca
La sombra de las torres

16/03/2012 MANUEL DE LA FUENTE

VALENCIA. Hace unos días, Apple presentaba el nuevo iPad. La noticia volvía a situar a esta empresa en las primeras páginas de todos los medios de comunicación y se volvía a con la gasolina que mueve el motor de la publicidad: crear una necesidad para vender un producto. El éxito de empresas como Apple se basa en este principio que explicó también el éxito de la industria musical en los años 80 con la invención del videoclip, un vídeo que no te vende una canción, sino un modelo de vida al mostrar imágenes de gente con pasta, coches caros y mujeres espectaculares. Sin embargo, ahora la música no es la que nos vende estos modelos de vida, sino el hardware. Lo sofisticado no es ya tener el último disco de música, sino el último cachivache avanzado que reproduce canciones, películas y abre documentos de trabajo.

Así pues, la tecnología define nuestra forma de ser, nuestra manera de relacionarnos, del mismo modo en que lo hacen actividades como la música, el cine o el deporte. Hay gente que los lunes comenta cómo ha sido la jornada de fútbol que ha seguido por la radio o la tele. Otros comentan constantemente la última aplicación de nuestro smartphone, y otros hablan de la última película que han visto. Es por eso que tenemos una relación tecnológica con nuestro mundo, ya que la tecnología define nuestras relaciones sociales, y nos guiamos por una serie de impulsos audiovisuales. Lo que vemos y oímos en la televisión, la radio, el cine o internet constituye nuestra principal fuente de conocimiento para el día a día.

Apocalypse Now, una de las primeras películas que se acercó a Viernam de forma críticaEl cine norteamericano entendió desde el principio su potencial como herramienta de comunicación, haciendo que nuestra cultura fuese audiovisual. Todo el mundo ha aprendido cosas de la Segunda Guerra Mundial, de Vietnam o de la época de los romanos porque lo ha visto en las películas, y se imagina que todo transcurrió tal y como aparece en esas películas. Ése ha sido uno de los reproches que, desde Europa, siempre se han dirigido hacia el cine de Hollywood: su manipulación de la historia, dando por sentados en las películas hechos que son discutibles, hasta el punto de que tenemos un puñado de películas sobre la guerra del Vietnam que uno las ve y piensa que, en el fondo, Estados Unidos ganó ese conflicto.

Sin embargo, hay un suceso que el cine norteamericano no ha sabido digerir bien, y es el 11-S. Aquellos atentados ocurridos en 2001 supusieron una de las mayores experiencias traumáticas en la historia del país, generando en sus ciudadanos una sensación de vulnerabilidad ante un enemigo invisible y descontrolado. De repente, el imperio se tambaleó y los ciudadanos estadounidenses se dieron cuenta de que las masacres cometidas por un enemigo exterior podían suceder dentro de sus propias fronteras. El mundo de la cultura también quedó conmocionado hasta el punto de que el cine aún no ha sabido plasmar un relato completo de lo sucedido.

La película Tan fuerte, tan cerca intenta abrir una vía que explore este territorio ignoto, un auténtico tabú que se tiene que romper: hablar de la experiencia del trauma, del dolor que produjeron los ataques de Bin Laden. La historia se sitúa en 2002, un año después de los atentados, y narra los intentos de superación del dolor de un niño de doce años cuyo padre (Tom Hanks) murió aquel día en las Torres Gemelas. Su familia está totalmente descompuesta, e incluso su abuelo es una especie de fantasma mudo que le acompaña por las calles de Nueva York en busca del recuerdo del padre. Un recuerdo que se encuentra en una llave. ¿Qué abre esa llave que ha aparecido en el bolsillo de una chaqueta del padre? Su hijo piensa que abrirá una caja perdida en la ciudad que contiene un mensaje final, y decide ir por la ciudad buscando esa caja.

En su recorrido por las pistas de que dispone, encuentra tristeza, compasión y un fuerte sentido de comunidad. El chaval va puerta por puerta presentándose con una frase que abre cualquier cerrojo: "Hola, mi padre murió el 11-S". Es entonces cuando asistimos a cómo reaccionan esas personas y la reacción, claro está, siempre es positiva, abriéndole la puerta de casa al chaval para intentar ayudarle en su búsqueda. Todo se va intercalando con flash-backs de recuerdos de su padre y con la reconstrucción de aquel día a partir de los mensajes que fue dejando éste en el contestador telefónico del hogar.

La película muestra esos titubeos del cine norteamericano para acercarse al 11-S. Aquí, todos son buenos, comprensivos y dispuestos a echar una mano. Lo peor que te puedes encontrar es una tía que te cierra la puerta porque está un poco pirada. Pero nada más, porque todo en Nueva York es posible, incluso encontrar la caja que abre una llave entre los millones de personas y de cajas de seguridad que hay en una metrópoli como ésa. Las numerosas variantes en que podía derivar la historia (desde el aprendizaje del niño como viaje iniciático hasta el poso de terror que queda en los neoyorquinos) se diluyen en una simple peripecia sin que el director quiera ir más allá. Todo está tan manido como los recuerdos edulcorados con el columpio, los consejos edificantes del padre y demás. Vamos, lo de siempre pero con el 11-S de telón de fondo.

Le cuesta al cine norteamericano desarrollar un discurso más valiente y menos acomplejado, como todo el cine militante que han dado los diversos conflictos y catástrofes. La mayor prueba es Oliver Stone, que en los años 80 se significó como un director tocapelotas que cuestionaba los temas intocables del momento, como Vietnam (en Platoon, por ejemplo) o la mentira del capitalismo (en Wall Street). Para hacerse perdonar los documentales que hizo sobre Fidel Castro, en 2006 realizó World Trade Center, un panfleto llorón, cobarde y beatorro sobre unos bomberos atrapados en una de las torres: uno de ellos hasta consigue ver a Jesucristo.Oliver Stone en el rodaje de World Trade Center

El resto de acercamientos siempre apuestan por temas tangenciales para destacar el heroísmo yanqui (como en United 93, sobre el cuarto avión, el que se desplomó en tierra) o reflexiones supuestamente muy profundas sobre el impacto personal de aquel suceso (como en la película colectiva 11'09''01 - 11 de septiembre). Sin olvidar las maneras de exorcizar demonios, como hace Steven Spielberg en casi todas sus películas desde entonces, con referencias implícitas a los peligros del 11-S (películas como Munich o La guerra de los mundos). Para buscar reflexiones personales interesantes, hay que acudir a otros medios (como el cómic de Art Spiegelman Sin la sombra de las torres), pero Hollywood aún no se ha atrevido a pasar del discurso de lagrimita fácil y de cuánto sufrimos todos. Seguramente teman la respuesta de los sectores de extrema derecha, deseosa de cebarse siempre en los productos de esa industria de entretenimiento, pecado y lujuria.

A la espera de este relato completo que hable de las causas, del impacto profundo y de las consecuencias que trajo el 11-S, a la espera incluso de una mínima reflexión, aún contamos con el acceso a otros medios y a nuestros recuerdos personales. Tan fuerte, tan cerca lo intenta, pero no cumple esa función de instruirnos y hacernos remover las conciencias. Seguimos a la espera de que, esta sociedad de la imagen, la industria del cine mayoritario dé un paso al frente y no actúe como si el 11-S nunca existió. Porque lo sofisticado no es ir con aparatitos por la calle escuchando música inocua, sino reconstruir la memoria de los hechos más peliagudos. Para eso está el cine, también el de Hollywood.

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