X AVISO DE COOKIES: Este sitio web hace uso de cookies con la finalidad de recopilar datos estadísticos anónimos de uso de la web, así como la mejora del funcionamiento y personalización de la experiencia de navegación del usuario. Aceptar Más información
GRUPO PLAZA
CRÍTICA DE CINE

'Mi semana con Marilyn'
Con faldas y a lo loco

02/03/2012 MANUEL DE LA FUENTE

VALENCIA. Hay fechas que marcan nuestras vidas. Acontecimientos históricos que, en su momento, pasan inadvertidos pero que, vistos en retrospectiva, suponen el punto de inflexión, un antes y un después por el que dibujamos nuestras biografías particulares. La crucifixión de Jesucristo, la publicación del Quijote o la construcción de la primera línea de ferrocarril son pequeños hitos cuya importancia, vista con la perspectiva del tiempo, resulta crucial para definir quiénes somos en el presente. Uno de los últimos grandes acontecimientos sucede, sin ninguna duda, en 1991, con la llegada a la alcaldía de Valencia de Rita Barberá.

En aquel entonces, pocos se dieron cuenta de la relevancia del hecho. Parecía más bien una contrariedad, un accidente, una anomalía que se resolvería cuando la izquierda (bueno, dejémoslo en el PSOE) se rehiciera de sus cuitas internas, que eran pasajeras, faltaría más. Como Rita Barberá tenía que apoyarse en los votos de un partido verbenero como Unió Valenciana para gobernar, no iba a durar más que un intervalo en el infinito mar del tiempo que aún les quedaba a los socialistas de gobierno de la Valencia roja, la ciudad que fue capital de la Segunda República. Pero se equivocaron.

¿En qué falló el fino análisis? Básicamente, en los procesos de identificación. Todo lo que parecía negativo de Rita Barberá conformaba, en realidad, su razón de ser, lo que constituiría su activo electoral. La alcaldesa se convirtió a sí misma en una marca, en un icono: una imagen fija, siempre con el mismo peinado, el mismo timbre de voz y el mismo color rojo para vestir, su color de la suerte, el color de los socialistas. Rita Barberá construyó lo que significa ser valenciano en la actualidad: espontaneidad y desparpajo en sus declaraciones, diversión en la celebración de las distintas fiestas de la ciudad, buen humor a todas horas, y, en definitiva, un torrente de naturalidad regado de un carácter afable. ¿Qué valenciano no se definiría a sí mismo, hoy en día, con todas estas características?

La alcaldesa se convirtió, poco a poco, en todo un mito de alcance erótico. Miente aquel valenciano que diga que no piensa recurrentemente en su alcaldesa. Porque es una presencia tan destacable que toda una generación de ciudadanos no saben lo que es vivir sin Rita Barberá, hasta el punto de que consideran que no existe otra vida posible en una Valencia distinta y, de hecho, todos acabamos por imitar esa mezcla de calidez y chabacanería (bien entendida, ojo) que ella nos ha enseñado que tienen que ser nuestras señas de identidad como pueblo. Este estilo tan irresistible ha seducido incluso a la pijería madrileña, que viene acudiendo en masa a las playas valencianas desde 1991 a imbuirse del espíritu de esa pulsión irresistible que genera la alcaldesa.

Es el mismo proceso que sucedió en Estados Unidos, en los años 50, con Marilyn Monroe. Esta actriz provocó en su momento un impacto similar, erigiéndose en icono que define a toda una colectividad, la de Hollywood, gracias a una serie de características. En primer lugar, a la confusión entre actriz y personaje. No hay nada que nos permita distinguir a la Marilyn persona de la Marilyn estrella, ningún rasgo que nos lleve a pensar que fingía o actuaba cuando había una cámara enfocándola: era sensual, espontánea y natural fuera y dentro de la pantalla, a la par que divertida e imprevisible. Su manera de coquetear, de mover las caderas, de provocar ensoñaciones eróticas, son conocidas tanto en sus personajes en el cine como en los aspectos que sabemos de su vida privada (sus múltiples romances, por ejemplo). Vamos, que no tenemos una imagen de Marilyn "seria" que sea opuesta a su imagen como personaje.

En segundo lugar, Marilyn Monroe destacó como una actriz de comedia. Desarrolló un registro a la perfección y quedó grabada en nuestro imaginario colectivo por su imagen fija: antes que Rita Barberá gritando y saltando con su vestido rojo en el balcón del ayuntamiento, Marilyn ya contorneaba sus caderas vestida de blanco en películas como La tentación vive arriba o Con faldas y a lo loco. La actriz norteamericana también trabajó un tono de voz reconocible que sabía modular a la perfección para crear el efecto deseado en el espectador. Tenía, en resumen, un carisma que resulta difícil de explicar a quienes vivieron su época de gloria.

Todo esto lo explica la película Mi semana con Marilyn, una cinta que narra los días de rodaje de la estrella en Inglaterra, protagonizando El príncipe y la corista (1957). Evidentemente, el impacto que provoca la presencia de la actriz cambia la vida de todos los que la rodean, incluso del director, alguien tan estirado como Laurence Olivier que, por lo visto, realizó la película sólo para ver si podía cepillarse a la estrella norteamericana. No lo consiguió, encaprichándose ella del tercer ayudante de dirección, un chavalillo que es el que cuenta la historia. Se nota que es un tío inglés serio y razonable, un gentleman, porque en la película cuenta que se acostó con ella, pero en plan abracitos de amigo gay y con mucho mundo interior. Sin sexo, para entendernos. Si en lugar de inglés hubiera sido valenciano, habría fardado con los amigotes de la falla de que se había pasado noches de lujuria con ella. Escupitajo en el suelo y pasemos a otra historia, che nano.

El inglés tontolaba es el narrador de la historia porque escribió unos diarios de rodaje. Sucede aquí como en la película de Clint Eastwood Cazador blanco, corazón negro, donde el guionista Peter Viertel relataba cómo había vivido en primera persona el rodaje de La reina de África y las excentricidades del director John Huston, más empeñado en cazar un elefante de safari que en hacer la película. Aquí las excentricidades corren también a cargo de las estrellas: por un lado, Laurence Olivier, a quien sólo le interesa cómo acercarse a Marilyn; por el otro lado está la actriz, que sólo quiere vivir experiencias divertidas, ir por ahí y corretear como una niña traviesa, como si la ciudad fuera toda suya. Es todo un terremoto: por allí por donde pasa, no deja a nadie indiferente, repartiendo besos, sonrisas, chascarrillos y abrazos.

Al final, llega el final del rodaje, se da el último golpe de claqueta y admite el director: "Aquí se acaba la fiesta". Todos vuelven a sus casas, se ha terminado el jolgorio y el huracán que ha supuesto el paso de Marilyn no deja más que rutina, vuelta a la vida gris. Ya no corre el champán, ya nadie conduce coches caros, ya nadie se emborracha para celebrar que se quieren todos un huevo y que lo suyo es muy bonito. Adiós a los regalos caros, a los bolsos y oropeles... así de desolada se queda toda Inglaterra cuando se va Marilyn Monroe. Pero fue tan bonito el sueño que, dicho con la mano en el corazón, valió la pena.

Las resacas son duras. A Marilyn Monroe aún la añora todo un país y una cohorte de cinéfilos. Hay actrices que mola recordarlas. Uno puede decir por ahí que le encantan Marilyn Monroe o Audrey Hepburn y queda de tío sofisticado. Pero ninguna chica moderna de hoy en día imita el peinado de Greta Garbo ni tiene pósters de Katharine Hepburn en casa. No queda conjuntado con los azulejos del baño. Ahí está la fuerza de un icono como Marilyn, en su invulnerabilidad al transcurso del tiempo, en el empuje de un legado que aún permanece en nuestro recuerdo, en conseguir que su paso por este mundo quede como una huella indeleble. Dicen que no hay un "star system" similar en nuestro país. Lo hay, pero no en el cine, sino en la política. El ejemplo lo tenemos ante nosotros desde 1991.

Comparte esta noticia

1 comentario

tabalet i dolçaina escribió
02/03/2012 11:09

Bravo, don Manuel no creía que se pudiera realizar una semejanza con puntos de unión entre Rita Barbera y Marilyn Monroe. Esto es periodismo y no lo que escribe Boyero.

Escribe un comentario

Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.

publicidad
publicidad