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La ÑBA de los discapacitados intelectuales

01/10/2011 ÁLVARO GONZÁLEZ

VALENCIA. La selección española de baloncesto ha vuelto a ser campeona de Europa. Es una gran noticia en un país donde una subida del paro de cien mil personas en un trimestre nos hace exclamar "carambita", pero con un empate de nuestro equipo en casa frente al colista nos vamos a la cama enfurruñados sin cenar y soñamos con la noche de bodas de Alfonso Díez y Cayetana Fitz-James Stuart.

Empieza a haber una generación de españoles a los que esto de ganar enfundados en La Roja o La Eñe les empieza a parecer normal. Corren el riesgo en un hipotético futuro, cuando sin duda llegue la adversidad, de comérselas dobladas como unos pecho fríos.

Por eso, como los mayores que le hablaban de la posguerra a los ye-yés, como los represaliados del franquismo se dirigían a los de 'la movida', como los yonquis de los ochenta a los bakalutis pastilleros de después, entran ganas de recordarle a los jóvenes partidos como El Angolazo, por ejemplo. Momentos ignominiosos en los que a los aficionados españoles nos dolía la cara de llorar. Inculcarles que no todo el monte es orégano. Pero el lamentable suceso de Barcelona 92 contra los africanos ya está muy sobado. No vale. Es inocuo. Sí, pero nuestra historia es fértil.

La mejor y más a mano inyección de memoria histórica deportiva que puede uno meterse ahora en lo referente al baloncesto son los execrables acontecimientos de la Olimpiada Paralímpica de Sidney del año 2000. No suelen recordarse mucho, no se celebra su efeméride. Ni un mísero Informe Semanal lo repasó al transcurso de una década. Parece la canción ‘Al olvido invito yo' del ilustre Alejandro Sanz, pero hoy vamos a darle stop al musicassette.

Aeropuerto de Barajas, Madrid, 31 de octubre de 2000

A las once de la mañana un Airbus de Iberia toma tierra. Lleva a parte del equipo paralímpico español. Autoridades, personalidades del deporte, periodistas y familiares vitorean a los baloncestistas campeones en la categoría de discapacitados intelectuales. Han ganado el oro tras vencer a Rusia en la final 87-63. Sólo hay un detalle extraño. La mayoría de los jugadores llevan barba, gafas de sol y una gorra calada. Son las instrucciones que les ha dado la Federación.

Poco antes de volver de Australia, una inocente fotografía publicada en el diario deportivo Marca hizo saltar las alarmas. En la imagen, los jugadores discapacitados intelectuales lucen su recién conquistada medalla de oro; en Alcalá de Henares, los periodistas del Diario de Alcalá reconocen a dos jugadores de la liga de su localidad que no son discapacitados. Fernando Arias, con varios trabajadores a su cargo en la empresa Aeroquip, y Ángel Prieto, entrenador del equipo de Segunda Nacional femenino de Alcalá de Henares. El ‘garganta profunda' que da el chivatazo es el equipo de discapacitados intelectuales del CB Alcalá. Campeones de España "de forma clara", según Gigantes del Basket, y que ninguno de sus jugadores ha sido llamado a esta Paralimpiada.

Cuando la revista Gigantes, el aludido diario y la Cadena Ser de Alcalá comenzaron a hacerse preguntas con los campeones todavía en Sidney, llegó la instrucción de "barba, gorro y gafas de sol para pasar inadvertidos al regresar a Madrid". Lo sabemos porque uno de esos jugadores era un periodista de la revista Capital y lo relató en diciembre con todo detalle. ¿Por qué en diciembre?

No le digas a nadie que soy paralímpico

En el número 784 de Gigantes del Basket, del 7 de noviembre, los redactores Antonio G. San Martín y Enrique Peinado cogieron con el carrito de los helados a Fernando Martín Vicente, presidente de la Asociación Nacional para el Deporte Especial. Le preguntaron, después de haber investigado el caso, por qué los jugadores de la selección ocultaban que lo eran y antes de partir para Sidney decían que acudían a la cita paralímpica como ayudantes. La respuesta de Martín Vicente no tenía precio: "Hombre, si tú tienes un defecto está claro que no lo vas a ir pregonando a los cuatro vientos".

A continuación, fueron a por el coordinador de la selección, Eduardo García, y le preguntaron cómo se seleccionaba a los jugadores de bajo cociente intelectual si no militaban en equipos de discapacitados y, encima, no pregonaban su "defecto" a los cuatro vientos, en palabras del presidente. El coordinador de la selección argumentó que los discapacitados certificados y en activo, en realidad, no habían podido ir. Gigantes se puso en contacto con uno de ellos, Carlos del Río, máximo anotador del campeonato de España, y lo cierto fue que le habían dejado tirado después de llamarle y de reservar él sus vacaciones -trabajaba en un centro ocupacional- para poder acudir a Sidney.

Entonces apareció el testimonio de Carlos Ribagorda, uno de los jugadores, en la revista Capital. No sólo confirmaba la sospecha de que diez de los doce jugadores que habían arrasado en el campeonato no tenían ningún tipo de discapacidad, él incluido. También denunciaba que en el resto de los deportes había por lo menos quince más. Nadie en esta categoría, discapacitados intelectuales, pasó ningún control médico o psicológico. Había 1.000 millones de pesetas de publicidad en juego, escribió, y en palabras que citaba del seleccionador, Eduardo García, la cosa era así: "Sin medallas no hay dinero".

La culpa es de Portugal, país del cual es oriundo José Mourinho

Todo este fraude había comenzado tiempo atrás. Gigantes logró el testimonio de Jordi Clarens, seleccionador en el Mundial de Brasil de 1998: "Mi historia comienza en la Copa Ibérica frente a Portugal antes del Mundial del 98. Históricamente, siempre habíamos ganado a los lusos, pero en ese partido tenían a un 2.06 metros, que tampoco era discapacitado, que les hizo vencernos por 15. Al día siguiente me llamó Jesús Martínez, vicepresidente de la Federación y con cargo en el CSD, y me dijo que me iba a buscar unos chicos que estarían al límite de la legalidad y que nos subirían el nivel para meternos (...) Me di cuenta de que ni eran discapacitados ni nada, que ellos me podían dar lecciones de basket a mí (...) Lo triste de esto es que mis chicos de siempre, discapacitados de verdad, no han visto ni un duro de todo aquello y estos personajes, los de Sidney, se han embolsado medio millón de pesetas de la beca".

Las cifras que había en juego las completó Ribagorda: "La consecución de una medalla supone para el deportista una gratificación de la ONCE por el oro de 150.000 pesetas". En cuanto a la Federación, había fabricado una selección de ‘normales' que era campeona de Europa y campeona del Mundo... en discapacitados. Antes de la Paralimpiada había recibido la copa Barón de Güel a manos del S.M. el Rey, el trofeo que acredita a la mejor selección española -este año, por ejemplo, la ha recogido Casillas por el Mundial de 2010- era la primera vez que se concedía a un equipo de discapacitados intelectuales. Y la pasta entró a mansalva. Según Ribagorda: "Telefónica puso 300 millones, ONCE, 150, el CSD, otros 150 y el BBVA, 25. El resto de 1.200 millones salió de los Presupuestos del Estado. El Comité diseñó un sistema para becar a los paralímpicos con mejores resultados...".

Con todo este parné por medio, los jugadores ‘fichados' estaban a cien. Ganaron a Portugal por 50 puntos en el Europeo de Polonia y en Sidney, en el descanso, contra Japón ya iban 30 arriba. El entrenador tuvo que ordenarles, según recordó Ribagorda en su artículo: "Defended con menos intensidad y dejadles tirar".

Lo gracioso del tema es que Carlos Ribagorda, el supuesto periodista de investigación infiltrado en la selección de discapacitados, también recibió buena candela en otro número de Gigantes del Basket a pluma de su director, Paco Flores: "Qué mala suerte, pícaro Ribagorda, que hayas tenido que esperar un mes para contar lo mismo que Gigantes (...) esta revista lo denunció cuando tú aún te estabas tostando en las playas de Sidney (...) intentas vender como primicia algo publicado ya queriéndote colgar otra medalla tan falsa como la primera (...) ¡Que llevabas ya dos años en la selección, pillín! (...) Quieres sacar partido del engaño del que has sido partícipe y protagonista. Una vergüenza".

Pero fue el testimonio de Ribagorda el que forzó las dimisiones después de que los directivos llevasen tiempo negándolo todo. "Ya ven señores, dónde tenían ustedes la china que les iba a joder en el zapato", concluyó Flores.

Y ya en el último número de Gigantes de aquel año infausto, aparecieron los testimonios pata negra. Los de los dos únicos jugadores que sí eran discapacitados en ese equipo, los de Ramón Torres y Juan Pareja. El primero, el capitán de la selección, jugador del Aderes Burjassot de Valencia, que llevaba diez años como internacional: "Empecé a ver gente nueva y pregunté a Eduardo García quiénes eran. Me decía que jugadores del Campeonato de España, o sea discapacitados también, pero yo llevo mucho tiempo jugando y conozco a todo el mundo y a estos no los conocía, pero confiaba en la Federación". Pareja, del Pingüi de Terrassa, añadió: "En cada concentración había gente diferente".

Aunque lo más relevante fue su descripción del ambiente de la concentración en Australia: "Quedaron con unas chavalas y se fueron con ellas a sus casas mientras nosotros nos quedábamos durmiendo en el hotel. Nuestra relación con los demás fue mala. Algunos eran muy pasotas. Siempre hablando entre ellos. Muchas noches se iban de juerga sin decírnoslo". Ramón sentenció: "Soy discapacitado, vale, pero jamás haría algo así, prefiero ser discapacitado a ser como son esos personajes".

Como epitafio del culebrón, el mandamás Martín Vicente dijo en Capital: "En España el periodismo tiene que ser efectivo, eficaz y veraz, y no sacar porquerías. Los periodistas os creéis que sois Dios. Y yo, como presidente de la Federación, sólo respondo ante Dios". Tal cual.

Los jugadores ‘normales' que eran entrenadores de categorías inferiores del Estudiantes dimitieron para no manchar la imagen del club. ESPN Sports calificó el incidente como el tercer mayor escándalo de la historia del deporte -de 25- después del caso de Ben Johnson y el del equipo de béisbol Chicago White Sox en 1919. Sports Illustrated recibió el escándalo escribiendo: "Yeee-ha! ¡Qué divertido es estafarle la gloria a los discapacitados!".

El movimiento paralímpico expulsó a todos los discapacitados intelectuales de la competición. No fueron ni a Atenas 2004 ni a Pekín 2008. Carlos Ribagorda continuó con su carrera como periodista y no abandonó la senda de las grandes revelaciones. Escribió un libro, Los PPijos (La esfera de los libros, 2004) donde investigó que a Alejadro Agag en 1990, antes de ser yerno, no querían admitirle en Nuevas Generaciones... ¡por pijo!
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