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ANÁLISIS

Jean-Claude Trichet fracasa ante la 'masa enfurecida'

JOAQUIM CLEMENTE. 05/08/2011 Los mercados ya no se fían de la capacidad del Banco Central Europeo para aplicar medidas que paren las tensiones y reaccionan con una estampida global

VALENCIA. La comparecencia del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, tras la reunión en Fráncfort del Banco Central Europeo tuvo el peor efecto esperado, si es que alguien preveía una reacción tan visceral como la que tuvieron los mercados tras meditar durante no más de media hora sobre su discurso. La crisis que ya afecta a la eurozona más allá de la periferia y que tensiona cada día más la deuda soberana de una, también cada vez más, larga lista de países, requería de una decisión firme de la autoridad monetaria europea para poner fin al bucle. 

Es cierto que los mercados -ese ente abstracto que al final componen quienes tienen dinero para prestar y los que lo necesitan- miran con creciente escepticismo desde hace ya demasiado al BCE y a su capacidad para tomar medidas firmes que frenen el descalabro. En las filas de los que recelan del poder del eurobanco ya descontaban el discurso hasta cierto punto etéreo y críptico que acompaña a cada comparecencia de Trichet.

Compensaba, sin embargo, esa resignación el creciente grupo de los que querían creer. La sensación, ampliada en los últimos días con cotas históricas en las primas de riesgo de varios países europeos, era que, esta vez, el BCE no podía quedarse a mitad de camino. Un mensaje diáfano para auyentar a los especuladores, para suprimir de raíz el margen que los que tienen el dinero siguen viendo para exigir más por dejarlo. Lo que esperaban que saliese de la boca de Trichet es que iba a comprar deuda soberana de quien lo necesitase y a precios razonables sin que le temblase el pulso.

Pero el discurso que aplazó tantos almuerzos este jueves no solo no cumplió las esperanzas de los más necesitados, si no que también pilló desprevenidos a los escépticos. Como cuando la gente frunce el ceño y acurruca los ojos para ver una figura escondida dentro de un dibujo críptico, los analistas, inversores, dirigentes políticos y, por supuesto, periodistas, trataban de desentrañar las palabras de Trichet.

El trazo grueso, el que aseguraba que se mantenía el programa de compra de deuda soberana por parte del BCE, animó a los creyentes necesitados. Una intervención en toda regla en el mercado, acompañada por una barra libre para los bancos durante los próximos meses. Pero la línea fina, la que debía dibujar a qué países se dirigía el mensaje, nunca se trazó, dejando en el aire a España e Italia, de los que el presidente del eurobanco vino a decir que se pueden apañar solos.

Media hora duró la euforia. El tiempo necesario para que todos empezaran a ver el dibujo escondido: un BCE dividido, más preocupado de no romper los frágiles equilibrios políticos y territoriales que lo sustentan (¿acaso no perciben que lo que está en riesgo es hasta la moneda que le da sentido?) que por imponerse con medidas drásticas, contundentes, capaces de hacer comprender a los que ganan con la crisis que han hecho todo el negocio que podían hacer.

Si a esa imagen de debilidad institucional se sumaba el lacónico mensaje de que lo que está pasando -lo que el BCE no es capaz de parar- va a lastrar el crecimiento económico, Trichet parecía estar disparándose en el pie. En el del organismo y en el de muchos mercados, países, Gobiernos y, al final de esa lista, ciudadanos.

El pastel se descubrió y cundió el pánico. La 'masa enfurecida' comenzó a inundar de papel las bolsas de toda Europa, que se apuntaron pérdidas históricas (el Ibex 35, que luchaba antes del discurso por aguantar los 9.000 puntos, los tiró sin miramientos por la borda). El rojo tiñó los índices. Y para una vez que es Wall Street quien miraba a Europa con esperanza, el tsunami de ventas y de subidas de primas alcanzó la costa este de Estados Unidos en cuestión de minutos. Un drama.

La reunión de este jueves en Fráncfort es la historia de un fracaso colectivo de consecuencias aún por definir. Es posible que el cariz que están tomando los acontecimientos -contagios, primas insostenibles o urgencias de liquidez para evitar bancarrotas (el famoso defalult)- obligue a los gobiernos de la eurozona a sentarse, pese a las evidentes diferencias. Y también es posible que, visto lo ocurrido tras la escenificación del fracaso, en el BCE reflexionen y empiecen a dibujar con pulso firme las líneas que esbozaron borrosas e incluso torcidas.

Pero un asunto queda claro. El mercado (sí, los que tienen el dinero y quieren más dinero por dejarlo) ya le ha perdido el respeto a las palabras y frases más o menos voluntariosas pero insuficientemente cumplidas. Ahora, si el Banco Central Europeo quiere intervenir deberá mostrar el dinero. Si no, los que aún ven negocio en que la crisis siga, ¿qué creen que harán?

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