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Grandes, medianos y pequeños eventos

JORDI PANIAGUA SORIANO (*). 05/07/2011 "Como en la Galia de Asterix, hay una pequeña inversión irreductible que incluso ha puesto de acuerdo a gobierno y oposición locales: los grandes eventos. Se ha generado un amplio consenso: los grandes eventos han de ser rentables..."

VALENCIA. "Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos?", se preguntaba extrañado el Jefe Seattle ante la petición de compra de sus tierras por parte del Gran Jefe Blanco de Washington. Hoy traduciríamos sus palabras asegurando que no todas las inversiones públicas son necesariamente rentables. Con la cultura, el deporte popular, incluso con la sanidad, no se obtienen beneficios directos, pero elegimos llevarlas a cabo a pesar de ello. Es el criterio de la rentabilidad el que califica la inversión pública y la hace merecedora o no de discusión y batalla política.

Como en la Galia de Asterix, hay una pequeña inversión irreductible que incluso ha puesto de acuerdo a gobierno y oposición locales: los grandes eventos. Se ha generado un amplio consenso: los grandes eventos han de ser rentables. La discusión estriba, dejando de lado gustos personales, en si son rentables o no. Tanto promotores como detractores se esfuerzan en demostrar que se recupera la inversión en un caso y que se despilfarra en otro.

La oposición argumenta, atendiendo a un criterio de caja (cuesta tanto y vendo tantas entradas), que no salen las cuentas. El Consell aduce que estos acontecimientos generan un impacto económico que supera con creces la inversión realizada. Sin embargo, ambos razonamientos son en esencia el mismo, en uno se busca la rentabilidad a corto plazo y en el otro a largo plazo.

Quedan por tanto fuera los argumentos culturales, ya que por el camino de la estricta rentabilidad tampoco deberían celebrarse, atendiendo a las cuotas provinciales, las Fallas ni las hogueras de San Juan, ni la Magdalena. Tampoco los museos, exposiciones o conciertos de ópera. Tampoco se alude al interés general, ya que los coches, los caballos y el tenis no son fútbol, donde curiosamente sí se ponen todos de acuerdo. Queda patente en su discrepancia que ambas bancadas también se ponen de acuerdo en la naturaleza de estos eventos. No se busca transmitir unos valores o unas emociones (ni cultura ni deporte), son una inversión. Más o menos rentable, pero una inversión.

Merece, ya que en algo se ponen de acuerdo los políticos, que analicemos estos eventos bajo el prisma inversor: un sacrificio presente para obtener unas ganancias futuras. El dinero de los contribuyentes se destina a organizar eventos con un horizonte de recuperación de lo invertido. Parte a corto plazo con la venta de entradas, y parte a largo, mediante un aumento de la recaudación por impuestos, propiciado por el aumento en la actividad económica que generan. Si la rentabilidad obtenida es mayor a la de un depósito bancario, todos contentos. Un criterio claro y relativamente sencillo de calcular. Sin embargo, surgen contradicciones al aplicar la misma regla a otras inversiones menos mediáticas.

Todos se apuntaron al plan-E y al plan Confianza sin calcular las repercusiones económicas de tener las aceras más lustrosas de Europa o construir polideportivos y piscinas que difícilmente se mantienen solos. Y ahora todos de vuelta hacia la austeridad, sin prever el efecto sobre la mermada demanda interna. Los administradores y fiscalizadores de nuestro dinero podrían aplicar el mismo rigor que emplean en los grandes eventos también en los medianos y pequeños. La alternativa, ya la veía venir el Jefe Seattle: "Nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestra tierra, pues sabemos que si no aceptamos vendrá seguramente el hombre blanco con armas y nos expulsará".
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(*) Jordi Paniagua es profesor de Econometría en la Universidad Católica de Valencia

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