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La estrategia Alarte (2): El deseo y la realidad

VALENCIA. Estos son los cálculos de Alarte y de su equipo más próximo: primero, negativizar al PP mientras se asalta el poder interno socialista, se sustituye radicalmente al viejo socialismo y se da el poder del partido a una nueva generación; después, aguantar las críticas por la derrota en las autonómicas y locales de 2011, desde la fortaleza que da tener el poder del partido y estar en las instituciones, y, finalmente, asaltar los espacios de poder que un PP agotado en 2015 mantenga en la Comunidad Valenciana, empezando por la Generalitat. La estrategia es coherente; pero en mi opinión y a riesgo de equivocarme, presenta algunos inconvenientes que la van a dificultar y pueden acabar por imposibilitarla en la práctica.

El primero es ideológico y tiene que ver con la ilusión de la razón que subyace en los planes de futuro que obedecen a una lógica lineal y progresiva de los fenómenos sociales en los que se basa implícitamente la actual estrategia socialista. Se creería que la ejecución de las acciones y fases de un proceso previamente planificado permite lograr lo previsto y, siguiendo una dinámica cada vez más ambiciosa, llegar a la consecución de los objetivos últimos de la estrategia.

Esta lógica racional hunde sus raíces en el pensamiento occidental más antiguo y ha sido muy común en todo tipo de planificaciones y estrategias políticas, especialmente las de las izquierdas marxistas y comunistas, que creían que la Historia se regía por una idea lineal de progreso que culminaba con la victoria final y absoluta del Socialismo y la creación de una sociedad perfecta, una especie de paraíso en la Tierra.

Sin embargo, la confianza en esta lógica lineal y progresiva ha sido barrida en las últimas décadas por los nuevos paradigmas científicos, sobre todo en lo que afecta al comportamiento humano y colectivo, porque no tiene en cuenta la complejidad humana y la imposibilidad de controlar todas las variables posibles de un proceso social. Dicho de otro modo, la estrategia de la dirección socialista es lógica y coherente, pero sólo podría tener éxito si fueran estáticos todos los actores y factores políticos ajenos a la actual dirección socialista.

Y aquí empiezan los problemas: ni los excluidos internos en el PSPV-PSOE, ni el poszapaterismo, ni el PP valenciano, ni la economía, ni las percepciones ciudadanas tienen porque seguir la evolución esperada por los actuales estrategas socialistas. Los escenarios de reproducción de las guerras civiles entre los socialistas, de descalabro del joven socialismo junto con Zapatero, de la aparición de nuevos partidos o de cambio de dirigentes (con o sin regeneración) del PP valenciano son más que posibles y no jugarían a favor de su estrategia.

El segundo inconveniente es cultural y tiene que ver con el comportamiento político socialista. Los partidos de derecha, después del hundimiento de UCD, suelen dar muchas oportunidades a sus candidatos y líderes y tratan de hacer posibles estrategias de acumulación de fuerzas sociopolíticas durante años. Intentan, de este modo, fidelizar a su electorado y evitar crisis internas (y sólo hay que recordar las veces que se presentó Aznar como candidato, o Rajoy, Arenas en Andalucía, Trías Fargas en Barcelona o Mas en Cataluña). Por el contrario, el partido socialista no suele dar más que dos oportunidades y eso siempre que en la primera los resultados hayan sido aceptables (Pla en 2003) y únicamente una cuando son malos (lo que habitualmente ha ocurrido, por ejemplo, en las ciudades de Valencia o Madrid).

El partido socialista no tiene cultura de acumular fuerzas, contactos, alianzas con la sociedad e inteligencia a lo largo de un tiempo largo. Cada nuevo candidato o cada nuevo líder comienza, con una enorme dosis de adanismo y sin tener en cuenta apenas la experiencia del equipo anterior, a construir un proyecto (que se dice singular, por mucho que suela ser semejante al de su antecesor), un programa, un equipo y un discurso propios, así como un nuevo sistema de relaciones y apoyos sociales. Se buscan casi siempre soluciones cortoplacistas con candidatos o equipos de los que, en el fondo, se espera que cuenten con una fuerza carismática o una capacidad de movilización social inmediata y casi milagrosa, lo cual no contribuye a consolidar proyectos políticos bien definidos, alimenta una cultura política autoritaria de culto al líder y pone a los candidatos a los pies de los caballos (y de las familias) después de cada derrota electoral.

Unos malos resultados el próximo 22 de mayo, si conllevan una pérdida de votantes y de gobiernos municipales de una cierta magnitud, complicarían la supervivencia política de Alarte y su continuidad tras el 12º congreso de los socialistas valencianos en 2012; aunque no la harían imposible si los resultados del PSOE en el resto de España son malos el 22M y se pone en marcha un proceso de primarias para la sustitución de Zapatero.

El tercer inconveniente es temporal y se corresponde con la forma en la que se construye una alternativa política. Se suele afirmar que en España los partidos políticos en la oposición no ganan las elecciones, sino que son los que están en el gobierno quienes las pierden. Esta idea a fuerza de repetirse acostumbra a pasar por una verdad indiscutible, pero no lo es. Por el contrario, si no se genera ilusión hacia una alternativa de gobierno, si no se da la impresión de que se puede gobernar de manera diferente y mejor para una nueva mayoría de ciudadanos, los malos gobiernos no acaban de perder el poder.

Puede haber cansancio por los años de gobierno de un partido, por su mala gestión, por la corrupción que se atribuya a sus dirigentes, por lo que se quiera; pero el cansancio y la irritación ciudadana no son sinónimos de alternativa de gobierno. Se vota por expectativas de futuro y, si la ciudadanía que desea una alternativa política no la ve, acabará dispersando su voto o absteniéndose.

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Una alternativa de gobierno requiere esfuerzo, dedicación, profesionalidad, establecimiento de muchas complicidades con la sociedad y lucha por la hegemonía en todas las dimensiones de la acción y el discurso político, equipos de personas muy amplios y con capacidad de incorporar cada vez más gente. Es decir, poco sectarismo, escasa prepotencia, mucho trabajo y, a ser posible, llevado a cabo con profesionalidad y rigor: no se trata de estar todo el día ocupado, sino de ser productivos.

En los últimos tres años, la dirección socialista ha atacado a Camps y al PP por la corrupción con éxito, pero apenas han mostrado cuál es su alternativa política en cada materia (economía, políticas del estado de bienestar, calidad democrática o gestión del territorio), no han evidenciado quién se beneficiará con su gobierno y por qué. Si sobreviven a los congresos socialistas del próximo año, cosa probable, hacia finales de 2012, tendrían que empezar a estructurar sus alternativas de gobierno.

Para entonces Alarte llevaría más de cuatro años como secretario general, habría perdido unas elecciones, y tendría sólo dos años y medio (salvo adelanto electoral) para que su alternativa ganase credibilidad, ser generalmente conocido y poder impulsar un proyecto político competitivo e identificable por la mayoría de los ciudadanos. Un tiempo muy ajustado porque la construcción de una alternativa política no es una cuestión de marketing ni de escribir documentos más o menos correctos técnicamente hablando, sino de hablar con mucha gente y muchas veces, de escuchar siempre, de ser creíble y esperanzar a un número creciente de ciudadanos, de acumular fuerzas y fidelizar a grupos de electores, y, sobre todo, de contar con miles de personas haciéndote la campaña: hablando bien de ti y deseando tu victoria.

Y eso es mucho trabajo para tan poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que hasta el momento Alarte es socialmente poco conocido y su figura es poco valorada fuera de los círculos más próximos. El marketing no hace milagros y los expertos de turno pueden escribir programas sin mácula, pero ser alternativa de gobierno no se improvisa: es algo más complejo y difícil.

En este sentido, el cuarto, último y no menos importante de los inconvenientes, es político y guarda relación con el sentido y la función principal de los partidos en una democracia. Hoy no se entiende la acción política cotidiana sin la labor de los especialistas en campañas electorales, en imagen, en comunicación política, en nuevas tecnologías, en técnicas sociológicas o en análisis politológicos. Son profesionales necesarios y, en algunos casos, imprescindibles. Sin embargo, a menudo dan lugar a la venta (muy cara) a los partidos de toda clase de sortilegios y recetas que no pasan de ser supercherías de coolhunters (cazadores de tendencia), coachs (asesores/entrenadores personales) y demás fauna oportunista.

Pero del mismo modo que no deberíamos confundir el fondo y la forma de las cosas, tampoco en el caso de la política deberíamos olvidar dos hechos primordiales: en último extremo, las elecciones son un mecanismo por el cual, y por motivos muy variados, miles o millones de personas dan su confianza a personas a las que apenas conocen y a partidos de los que, a menudo, desconfían para que gobiernen los asuntos colectivos. Y para conseguir ese objetivo no hay mejor mecanismo que hablar con mucha gente y lograr que mucha gente hable (bien, sobre todo) de los candidatos y los partidos.

Igualmente, se olvida, a menudo, que la principal función de los partidos no es la de seleccionar elites para ocupar cargos institucionales o del partido, sino representar a sectores y grupos ciudadanos y para ello, lógicamente, es necesario ser un partido con una militancia grande y representativa cuando lo que se pretende es gobernar y ser representativo de la mayoría de la población en todos los sectores sociales, ámbitos geográficos, nivel de estudios o capacidad intelectual sin distinción de raza, sexo, lengua y edad.

Y aquí se encuentra, en estos momentos, quizá el problema más grave del PSPV-PSOE y de la llamada izquierda valenciana en su conjunto. Ni es un partido de masas, en la vieja terminología izquierdista, ni tiene una militancia elevada. Hoy, es un partido minorizado (unos 21.000 militantes oficiales, poco más de 16.000 militantes reales, sólo una minoría por debajo de los 40 años, y con pocos simpatizantes activos), un partido muy fragmentado y donde predominan las dinámicas excluyentes sobre las integradoras y de suma, un partido con una desigual presencia social dentro de la sociedad civil, sin capacidad de influencia intelectual ni centros de pensamiento importantes a su alrededor o en su seno, y sin una penetración territorial fuerte en las grandes y medias ciudades, donde se concentra más del 75% de la población valenciana. Un partido con cuadros y militantes poco presentes en la sociedad valenciana y cuyos dirigentes y cuadros tienen mayoritariamente como dedicación profesional única ser políticos.

Y a ello habría que sumar un problema igualmente grave y que afecta a la práctica totalidad de la socialdemocracia europea: un partido sin un discurso o un relato político para la sociedad actual que explique, primero, qué política económica se va a llevar a cabo en cada país o región teniendo en cuenta que estamos en un mundo globalizado en el que Europa pierde fuerza, los mercados (el capital transnacional) impone sus reglas sin control democrático, aumentan las desigualdades sociales y el neoliberalismo es, de hecho, el único modelo ideológico que se sigue; segundo, cómo se puede mantener la cohesión social cuando se abre la brecha de conocimiento en nuestras sociedades; tercero, de qué manera vamos a participar en la revolución tecnológica y científica en marcha; qué hacer con el Estado del Bienestar, y, cuarto, cómo se gestiona la inmigración.

No dudo de la voluntad de Alarte y de sus jóvenes socialistas, pero con unas fuerzas tan escasas en número, tan débiles políticamente y tan limitadamente representativas de la realidad valenciana, creo que aunque es muy posible que sobreviva a los envites internos de 2012, difícilmente podrá conquistar la Generalitat tres años después, por mucho que, como dice su eslogan, en la Comunidad Valenciana otro camino sea posible y, sobre todo, necesario.
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(*) Anselm Bodoque es analista político

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2 comentarios

BGP escribió
03/05/2011 11:08

Querido Anselm: Espero que den pábulo a tus palabras, ese es el alimento para subsistir y dar contenido a unas siglas. Como el comentario anterior, eso es lo que pensamos muchos y lo declaramos en aquellas entrevistas que nos hicieron un día.

Demócrito escribió
29/04/2011 18:41

Más claro, agua. Lo que dice el sr. Bodoque lo pensamos muchos más.

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