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La capitalitad ¿se concede o se gana?

VICENT SOLER (*). 03/04/2011 "La capitalidad no es algo que se decida por sí misma sino algo que los demás reconocen. El trabajo que hay por delante es inmenso, más allá de los cambios legislativos. ¿Cuántas ciudades, entre el Sénia y el Segura, reconocen hoy día a Valencia como su cap i casal...·

VALENCIA. Una vieja reivindicación de la ciudad de Valencia vuelve a la actualidad: disponer de un trato singular semejante a las que tienen los municipios de Madrid y Barcelona desde tiempos inmemoriales, mayormente desde la ley franquista de 1955. Una comisión mixta Ajuntament-Generalitat está trabajando en ello.

Tras veinte años de mandato, la alcaldesa Rita Barberá logra los consensos institucionales y políticos imprescindibles para echar adelante esta importante proposición legislativa. La líder de la oposición, Carmen Alborch, así como el candidato socialista Joan Calabuig valoran muy positivamente la iniciativa aunque llegue con tanto retraso. Suponemos que los candidatos de Compromís, Joan Ribó, y de Esquerra Unida, Amadeu Sanchis, también están por la labor.

Convengamos que la legislación española ha sido tradicionalmente muy timorata por lo que respecta a la diferenciación municipal. Ha tratado prácticamente por igual a Puebla de San Miguel, en el Rincón de Ademuz, con 69 habitantes, que a la ciudad de Valencia, con más de 800.000 y corazón de un área metropolitana de más de millón y medio. Aunque el título X de la Ley de Bases de 1985 abrió grietas en este uniformismo, no es hasta ahora que, en el marco de la ley valenciana de régimen local de 2010, se ha promovido una iniciativa de este calado.

La verdad es que hay razones de peso para reivindicar un trato especial. Tanto en materia competencial como en la tributaria. Sin que ello obste para que el conjunto de municipios de "régimen común" -todos, excepto Madrid y Barcelona- pueda y deba someter a profunda revisión ambos capítulos en la medida en que, por ser la administración más cercana al ciudadano, carga con funciones que no son de su competencia, particularmente en el ámbito de los servicios sociales.

Destacaríamos dos razones de peso en el caso de la ciudad de Valencia. La primera, su estatus de capital de una comunidad autónoma de cinco millones de personas, es decir, con más población que Irlanda. La segunda, las permanentes funciones de sístole y diástole que la ciudad realiza para el conjunto del área metropolitana, con centenares de miles de commuters, de traslados diarios entre casa y trabajo.

Pero son esas mismas razones las que ponen en un aprieto a los responsables municipales a la hora de cargarse de fuerza argumentativa en su reivindicación. Sencillamente, porque ni en un caso ni en el otro se han practicado políticas en positivo, sobre todo durante el largo mandato de la señora Barberá.

Veamos. En lo concerniente a la capitalidad autonómica, hubiese sido de desear el ejercicio de un liderazgo urbano, para adentro y para afuera. Para adentro, con el impulso de la red valenciana de ciudades. Un red que contaba, que cuenta, con un polo meridional, Alacant-Elx, y con un riquísimo tejido de ciudades medianas. Una red que, bien gestionada, podría haber generado interesantes "economías de red", tan valoradas en la actualidad, en provecho del conjunto del territorio valenciano.

Para afuera, liderando el engarce valenciano con la "Europa de las ciudades", la Europa del siglo XXI. En este sentido, si exceptuamos los momentos en que Valencia perteneció al C-6, la red de ciudades del arco del mediterráneo noroccidental ideada por el entonces alcalde de Barcelona Pasqual Maragall, no ha habido nada de nada, que se sepa.

En lo concerniente a su papel de corazón del área metropolitana, el finiquito dado con premura al Consell Metropolità de l'Horta, el ente metropolitano creado por ley de la Generalitat con el consenso de los 44 municipios implicados, lo dice todo. En un mix de prepotencia y de insensibilidad con los problemas reales, el ayuntamiento capitalino ha sido incapaz de relacionarse después con el resto. Menos aun, de dotarse de un ente que mejorase el finiquitado. Ese autismo metropolitano, ese mirar "només de creus a dins", le ha generado a la propia ciudad problemas de difícil solución, todos los que conlleva la contigüidad urbana desde, como mínimo, Puçol a Silla y de Torrent al mar.

Así pues, la consecución de la Carta Municipal o Ley de capitalidad es necesaria, aunque claramente insuficiente para allanar el camino hacia el estatus que Valencia -el cap i casal del país de los valencianos- debe tener en la Europa del siglo XXI. Ítem más, cuando el ayuntamiento está perpetrando unas políticas de remodelación urbana (caso del Cabanyal) muy lejanas a las sensibilidades consolidadas en Europa Occidental.

También hay disimetrías en la percepción política del papel de la ciudad de Valencia. Porque en el imaginario popular cuenta mucho más la condición de "tercera capital de España" y la obsesión de no perder esa condición, que se supone la da automáticamente el número de habitantes, que el papel de liderazgo comunitario y metropolitano que hemos tratado en párrafos anteriores. En consecuencia, priva el deseo no confesado en público de anexionar municipios de la primera corona metropolitana.

Aunque esto último pudiese ser útil para mantenerse en los ránquines urbanos no necesariamente es imprescindible para mejorar la eficiencia de los servicios municipales. Por ejemplo, una buena coordinación institucional metropolitana, en la lógica de la subsidiaridad, podría hacer frente mejor a esas necesidades, al combinar las economías de escala y la reducción de los costes de transacción con los gobiernos de proximidad. Sin que obstara para que la "ciudad real", la conurbación metropolitana en su conjunto, pudiese perfectamente asumir los liderazgos, hacia dentro y hacia fuera, que tanta falta hacen.

En suma, bienvenida la iniciativa de dotar de un marco legal adecuado a las singularidades del municipio de Valencia, pero no caigamos en la trampa de entenderlo como una concesión -por muy arrancada que sea- sino como un mero instrumento -más eficaz, eso sí- para ganarnos de verdad la capitalidad metropolitana y comunitaria.

O, dicho de otra manera: la capitalidad no es algo que se decida por sí misma sino algo que los demás reconocen. El trabajo que hay por delante es inmenso, más allá de los cambios legislativos. ¿Cuántas ciudades, entre el Sénia y el Segura, reconocen hoy día a Valencia como su "cap i casal"?
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Vicent Soler es catedrático de Economía Aplicada de la Universitat de València

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