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VIAJES. Esplendor isabelino en la isla-palacio de Aranjuez

05/03/2011

En la amplia y fértil vega madrileña en la que confluyen los ríos Tajo y Jarama se encuentra el Real Sitio de Aranjuez, lugar por el que durante siglos pasearon, llegada la primavera, generaciones y generaciones de reyes con sus correspondientes séquitos, primeros pobladores de una ciudad armónica en sus calles, perfecta en un diseño urbanístico considerado hoy Conjunto Histórico Artístico.

Todavía guarda Aranjuez ese aire cortesano e idílico con el que se impregnó a fuerza de recibir las distintas procesiones de cortejos reales por los jardines y paseos con los que, poco a poco, se fue dotando la zona, después de que Carlos V decidiera convertirlo en una villa regia.

Seguramente gracias a la suave temperatura de la zona, que la convertía en un lugar ideal para pasar la primavera y el otoño, la abundante caza existente en el Bosque Real, la variada y abundante vegetación y su proximidad a la capital fueron los factores claves que decidieron a Felipe II, hijo de Carlos V, mandar la construcción de un nuevo palacio.

En 1523 la zona había pasado a ser propiedad Real, cuando Carlos I ordena el acondicionamiento del palacio y los jardines existentes, con el fin de visitar el emplazamiento para cazar. Años después, Felipe II lo denominaría Real Sitio, determinando bajo Ordenanzas Reales que no residiera en ese lugar nadie más que los criados del Rey. En 1561 empezaría a levantarse un nuevo palacio, principio del actual, y se potenciaría la creación de jardines y zonas verdes.

El diseño del Real Sitio de Aranjuez recayó en manos de Juan Bautista de Toledo, que también había proyectado el Monasterio del El Escorial. A la muerte de Bautista de Toledo, sus discípulos, Gili y Herrera, continuarían el proyecto, terminando, hacia 1577, el ala derecha de la villa campestre, que seguía las tendencias italianas de la época.

En ese momento, se paralizan las obras y hasta 1715 no se retoman las obras, a manos del aparejador de los Reales Sitios, Pedro Caro Idrogo. Veinte años más tarde se hace cargo del proyecto Santiago Bonavía, que finaliza la parte central de la fachada y repara tejados y techumbres, destruidos en un incendio ocurrido en 1748.

Asimismo, Bonavía, por encargo de Fernando VI, traza un plan de nueva población, que, de carácter esencialmente cortesano, había crecido considerablemente; es lo que hoy conocemos como casco antiguo.

La última ampliación del edificio, las dos alas de poniente, se acomete durante el reinado de Carlos II, bajo la dirección de su arquitecto, Francisco Sabatini. Así, en el ala derecha se construiría la Real Capilla, y en la izquierda se comenzarían las obras del teatro, que quedarían sin concluir.

El Palacio Real de Aranjuez, de piedra blanca y ladrillo, rodeado de avenidas arboladas, jardines y fuentes, tuvo su época de mayor esplendor durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, y fue escenario de hechos históricos de vital importancia para España,como en 1808, durante la invasión napoleónica, cuando tiene lugar el asalto a lacasa Godoy y la abdicación, en el salón del Trono del Palacio, de Carlos IV en Fernando VII, o el 8 de febrero de 1851, cuando se inaugura el segundo ferrocarril de España, que une Aranjuez con Madrid.

Como ya hemos señalado, desde mediados del siglo XVI hasta el último tercio del siglo XIX, el Palacio Real de Aranjuez fue el lugar predilecto de la monarquía española. Quizá por eso se dejan notar en su decoración y forma los distintos estilos que imprimieron unos y otros en él.

Así, por ejemplo, aunque las dos alas laterales, que conforman el Patio de Armas, muestran un estilo completamente unitario, fueron construidas en distintas fases que se prolongaron dos siglos; la parte central, con pórtico y frontis coronado con las esculturas de Felipe II, Felipe V y Fernando VI, es del reinado de Felipe V, igual que el sector izquierdo, en el que se encuentra la cúpula del antiguo teatro, mientras que el ala derecha es de la época de Felipe II. Otro ejemplo es la escalera central, que muestra estilo imperial y está culminada por una balaustrada rococó en hierro forjado con adornos en bronce dorado.

Por otro lado, de la época de Isabel II, a partir de la cual empezaría el declive del Real Sitio, es buena parte de la decoración que actualmente se puede contemplar en una visita al Palacio Real de Aranjuez, y precisamente ese aspecto isabelino es el que Patrimonio Nacional se ha esforzado por rescatar en los últimos diez años.

Con una inversión de nueve millones de euros y un riguroso, serio y estricto trabajo de documentación, en el que se han revisado más de 7.000 documentos, fotografías de la época, del Archivo Histórico, analizado materiales y recuperado obras diseminadas en otros museos y palacios, Patrimonio Nacional ha pretendido restaurar el aspecto que el Palacio Real tenía en tiempos de Isabel II, la última Reina que habitó largas temporadas en Aranjuez y efectuó obras importantes, decorándolo a su gusto aburguesado.

Fue esa huella evidente y abundante que dejó a su paso Isabel II lo que decidió a los restauradores, cuando se decidió acometer las obras en 1994, a recuperar el estilo marcado por la Reina. Mediante la renovación de 30 salas y más de 1.300 obras de arte, el Palacio ha recobrado el aspecto esplendoroso que lucía en el siglo XIX, en pleno Romanticismo.

Se han cuidado hasta los detalles más ínfimos: los cuadros en el lugar que los colocó la Reina, las mismas cortinas, estucados, suelos, pasamanerías, vitrinas y tapices que eligió, la alcoba y el despacho ordenados a su gusto, las habitaciones de sus hijos, los infantes, colocadas tal y como estaban cuando aún eran niños, los retratos, los objetos personales...en definitiva, una ardua tarea.

La exactitud de la última restauración acometida por Patrimonio Nacional, especialmente difícil en la reproducción del material textil, ha dejado estancias y descubrimientos muy curiosos, como las salas privadas de los reyes, con sus baños y aseos, el descubrimiento de una obra desconocida de Lucas Jordán bajo el falso techo del cuarto del rey Carlos II o de dónde se encontraban las puertas originales en tiempos de Felipe II.

Asimismo, también se ha recuperado el suelo original, a una cota inferior del actual, de piedra redonda, todos los cuadros que colgaban de las paredes y los tapices de la sala de Alabarderos, e, incluso, se ha hecho una reproducción de los suelos cubiertos de esterillas de paja, que se refrescaban con agua los días de calor.

La parte más cara, aunque menos laboriosa, se ha realizado a nivel arquitectónico, destinando más de dos millones de euros al emplomado de todos los elementos que dan al patio de armas y de las cubiertas, a la recuperación del cimborrio de la capilla de Felipe II, desaparecida en una reforma del palacio en el siglo XVIII, y a la restauración de paredes, suelos de estuco agrietados, habitaciones con problemas de cimentación o vegetación de los alrededores.

Además de apreciar en su máximo esplendor la decoración isabelina, el visitante no debe olvidar otros detalles.Así, la ya mencionada escalera principal de tipo imperial, construida a finales del reinado de Felipe V por Giacomo de Bonavía, da entrada a la planta principal, donde encontraremos el Oratorio de Carlos IV, del que sin duda destacamos las pinturas al fresco de Bayeu que adornan la bóveda y las paredes, así como la Inmaculada Concepción de Salvador Maella que preside el altar.

Aunque el Salón del Trono, decorado con terciopelos rojos que recuerdan mucho al del Palacio Real de Madrid y muebles y cortinas de la época isabelina, aparecerá a los ojos del visitante como una estancia magnífica, la Sala de Porcelana es la más lujosa de todo el Palacio.

Bajo la dirección de Bonavía y Galluzi se colocaron en las puertas, fijadas por tornillos, placas de porcelana; esto supuso la primera obra de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro, algo que costó unos 570.000 reales de vellón, o lo que es lo mismo, 125.000 pesetas

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