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2010, el año del amargo despertar

JORDI PALAFOX (*). 24/02/2011

VALENCIA. There ain't no such thing as a free lunch" repiten los estadounidenses para indicar que nada es gratis. Es lo que hemos comprobado en 2010 tras una década de excesos e irresponsabilidades auspiciadas por los gestores públicos y dos años negándose, en la Moncloa y en el Palacio de la Generalitat, a reconocer la realidad. ¿El resultado? una crisis brutal ante el estallido de la burbuja primero y la falta de crédito después y un tiempo precioso perdido para adoptar medidas con casi un cuarto de la población activa en paro, las dos entidades financieras emblemáticas de la economía valenciana desaparecidas y la credibilidad financiera por los suelos como indica el elevado diferencial a la hora de levantar capital cuando no en el cierre del mercado internacional.

Dejo para otro historiador de la economía el buceo en las hemerotecas para seleccionar entre los despropósitos de las autoridades económicas aquellos que no debieran quedar sepultados por el olvido. El hecho es que 2010 pasará a la historia, al menos, como el año en que se hizo evidente que la economía española formaba parte, junto a Portugal, Irlanda y Grecia, del eslabón más ineficiente y débil de la Unión Europea, y que la mitad de su sistema financiero, mayoritariamente cajas de ahorro, y los pilares básicos de su ‘Estado del Bienestar' carecían de viabilidad. Atrás quedaron las pretensiones de superar a Francia en PIB por habitante o que los CAM y Bancaja, desempeñaran un papel relevante en el panorama bancario. Por no mencionar aquel pretencioso "hemos admirado al mundo".

En unas líneas no es posible analizar todas las razones de este amargo despertar que se lleva por delante un bienestar que sólo habíamos empezado a disfrutar. La mayoría de ellas no son las que proclaman muchos de los autodenominados "expertos" que todo lo atribuyen a la ineptitud, manifiesta por otra parte, del presidente Rodríguez Zapatero. Confortable resultado derivado de nuestra débil densidad democrática en donde se aplaude con fervor a todos cuantos individualizan en terceros lo que es responsabilidad propia o colectiva.

Los platos rotos
Es cierto que parte de estas causas remiten a los excesos de la exclusiva red de asistencia social de algunos países europeos como España. Cuando se pretende convertir en universales prestaciones que sólo debieran percibir los ciudadanos menos afortunados, acaba poniéndose en peligro la misma existencia de la prestación. Pero la mayoría de las causas de la profunda recesión, y desde luego tres de ellas en la que nos encontramos, responden a nuestros propios actos pasados.

En primer lugar, el endeudamiento masivo de familias y empresas cuando la liquidez parecía ilimitada -que tiene tanta importancia en las dificultades actuales como la deuda del Estado- aunque, al igual que el de la Generalitat, nadie se refiera a ellas. Como si los préstamos no hubiera que devolverlos, millones de españoles se lanzaron a endeudarse mucho más de lo que podían devolver hasta los 2,2 billones de euros, esto es, el doble del PIB. No se quedaron atrás, ni la Generalitat ni su nube de empresas públicas.

Ello no hubiera ocurrido si las entidades de crédito, unas más que otras como se está comprobando, no se hubieran lanzado a una carrera suicida por aumentar la inversión. La morosidad, encabezada por la deuda promotora en no pocas por encima del 24%, es una de sus principales consecuencias. Y la negativa a reconocer en los balances la sobrevaloración de activos, en especial los de las promotoras zombies, uno de los motivos clave de la falta de credibilidad del sistema bancario. Causa directa del ‘credit crunch' que impide la financiación de actividades viables e iniciar la recuperación. Esta nula reputación no debiera extrañar. Y con contadas excepciones, los equipos de dirección y órganos de gobierno de las entidades son los mismos que se lanzaron al endeudamiento suicida.

A su vez, y en tercer lugar, este comportamiento ha sido posible debido a la permisividad de las autoridades económicas y muy en especial del Banco de España y, en el caso valenciano, del IVF. Nadie menciona su pasividad ante la concentración sectorial de riesgos en la etapa Caruana, un apéndice de Rato (o en la Comunitat Valenciana la etapa Uncio-Zaplana). Fue entonces, sin embargo, cuando se potenció la enorme burbuja a la que no se puso coto a partir de 2004. Pero la discutible pasividad de Pedro Solbes frente a ella tampoco parece interesar a nadie. Así nos va. Porque sin un diagnóstico riguroso de cómo hemos llegado hasta aquí, parece imposible articular una solución a las dificultades.
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(*) Jordi Palafox es catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Valencia

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