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Diálogos imposibles con la derecha proletaria y la izquierda patronal

ABELARDO MUÑOZ. 10/12/2010 "¡Hombre, tú por aquí! dijo el conseller con su mejor sonrisa de antigua "hiena bolchevique"; y acto seguido nos acomodamos en sendas sillas de una pastelería donde hacen los merengues con excelencia divina. Pedí uno pero se me hizo chicle en la boca cuando comenzó a disertar "el gran cerebro de la política valenciana", según su cordial enemigo JJ Pérez Benlloch..."

VALENCIA. Hay follones económicos por todas partes porque la gente no puede pagar sus deudas y eso es una cadena tan infernal como el aullido monótono de una cuerda de presos. ¡Ha descubierto usted el Mediterráneo! exclamará usted, dilecto lector y amigo, que tiene puestos sus ojos en estas letras. Lo único cierto es que a perro flaco todo son pulgas. Ya no nos apiadamos ni un ápice del patético rostro de ZP cuando trata de maquillar con semovientes promesas que pronto saldremos de esta, cuando sabe de buena fuente que es mentira y que nos espera el crujir de dientes; y que, a fin de cuentas, es la esfinge persa de Jorge Alarte quien se comerá el gran marrón de una nueva derrota socialista en la Comunidad Valenciana.

Veamos. La recesión se nota pues se ve a la ciudadanía pasear por la plaza de la Reina con cara de no poder comprar ni un cruasán. Sólo los turistas accidentales son capaces de sentarse frente a una tienda de artículos religiosos y meterse entre pecho y espalda una paella placebo, diminuta y francamente rídícula, casi del tamaño de un pin.

El país anda haciendo gran literatura y gruesa política de esta situación de crisis y gracias al escándalo mayúsculo y planetario de la gesta mediática de Wikileaks, el nuevo superman periodístico del siglo XXI, la mugre autonómica se ha podido esconder bajo las sendas alfombras de la Generalitat y la sede de Blanquerías.

Lo curioso es que pese a la sucesión de escándalos políticos y financieros, los personajes públicos actúan como haría Mark Sennet encaramado al reloj de la ciudad, en peligro sobre el abismo, pero sonrientes. Esa es la fuerza del cinismo que tienen nuestros grandes hombres, aprendido por descontando de la vieja política indígena que inventó Don Vicente Blasco Ibáñez.

Así que busqué al líder feliz por el casco antiguo y me topé con dos bien distintos. Bien aburrido de ver cagarse a las palomas en las testas de las doce apóstoles, tuve la extraordinaria suerte de darme de morros con mi amigo Rafael Blasco, ese hombrón alzireño, que ha sido monje, fraile, bolchevique y ahora interpreta a Harvey Keitel en una película de mafiosos. Sus numerosos enemigos revientan de obscenos celos por este cow-boy alzireño con respecto a su opuesto, el dandy fashion y de dulce mirada de Esteban González Pons.

(Cada vez que Pons practica el peligroso malabarismo de contentar a la caverna de los maitines mientras trabaja como un negro cubano para alejar a su partido de un extremismo de consecuencias catastróficas, en el PP se levantan las viejas cimitarras de la disidencia y el conservadurismo rancio).

¡Hombre, tú por aquí! dijo el conseller de Ciudadanía con su mejor sonrisa de antigua "hiena bolchevique"; y acto seguido nos acomodamos en sendas sillas de una pastelería donde hacen los merengues con excelencia divina. Pedí uno pero se me hizo chicle en la boca cuando comenzó a disertar "el gran cerebro de la política valenciana", según su cordial enemigo JJ Pérez Benlloch.

Pero lo cierto es que hay una generación pepera que se va y otra que se queda. A la primera pertenece Rafael Blasco, definido por el mencionado JJ Pérez Benlloch como un monstruo político; mejor, un aborto de la naturaleza del bipartidsimo valenciano.

Quedé yerto, si no aterrado, cuando después de dar un sorbo a su brebaje verdiazul, el hombre que ha tocado todos los palos mostró la entereza y demagogia fina de aquel que sale chamuscado de un pavoroso incendio palmeándose con indolencia el hollín del smoking.

"Nosotros somos los mejores y no paramos de ganarnos al pueblo llano", dijo Blasco. "Pero don Rafael, con todos los respetos, yo pensaba que los partidos de derechas son exclusivos de la gente de pasta, como usted, por ejemplo". "Te equivocas, muchacho, y desde luego no has leído ni a Lenin ni a Mussolini. Nosotros, los hombres y mujeres del PP, recorremos las comarcas y ¿qué vemos? Se lo diré, peluqueras, albañiles, empleados, parados, cajeras de supermercado... ¡La clase obrera está con el PP, amigo!". Lo dejé por imposible y se quedó tan pancho. Pagó las consumiciones y se subió a su limusina.

Me veo con otro gran capo político de las izquierdas nacionalistas y amigo de los irreductibles y jóvenes maulets, Eliseu Climent, brillante animador cultural, gran estudioso de nuestra cultura y sobre todo, espectacular conseguidor de calés, quien vive ubicado en el otro extremo de la ballesta política, en un gueto cultural inextricable con muy buenas intenciones cívicas pero poco público práctico.

Al escucuchar mis diletancias dialécticas de cronista con pretensiones, Climent, que es rápido como un halcón alcoiano lanza: "Aquí el empresario va por el dinero, desengáñate, y lo bueno de la situación es que ya han perdido el miedo los patronos valencianos a la Generalitat, que en realidad no les paga. En pocas palabras, la crisis económica ha hecho que se rompan muchos tabúes y los empresarios de la Comunidad ya no van genuflexos a pedir prebendas al virrey. En realidad están más cerca de nosotros, que tenemos una visión más moderna de la crisis".

El café no coloca pero al pensar que las derechas tienen fans proletarios y las izquierdas están a a partir de un piñón con la patronal indígena, me mareo un poco y pienso en que esos diálogos casuales con gente importante han sido más bien encuentros en la tercera fase... valenciana. 

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