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Elites ilustradas e ideología valenciana

Por ANSELM BODOQUE (*). 21/11/2010

VALENCIA. Hace unas semanas, el periodista Benigno Camañas se preguntaba "¿dónde está, en estos momentos de crisis, la burguesía valenciana ilustrada?". O lo que casi es lo mismo, ¿qué dicen y qué hacen, en términos colectivos, nuestras elites, la llamada sociedad civil, las universidades, los medios de comunicación, las múltiples asociaciones, fundaciones y ONGs o los empresarios, por no hablar de las castas políticas o sindicales? La pregunta es adecuada. La respuesta difícil. El primer problema es que -seamos sinceros- en las últimas décadas, las burguesías valencianas no han hecho gala de ser ilustradas. De hecho, se ha llegado a decir que si es burguesía y es valenciana no es ilustrada, y que si es ilustrada y burguesía, no puede ser valenciana. La ironía es cruel e injusta para una parte de las elites valencianas; pero, en términos colectivos, es descriptiva y no deja de ser acertada, por desgracia.

Las realidades negativas o insuficientes solo se cambian cuando se asume su existencia. En consecuencia, en la Comunidad Valenciana deberíamos empezar a asumir, para cambiarlo, que el conjunto de nuestras elites no anda sobrado de ilustración y que tanto sus conocimientos prácticos generales, como su cultura, valores y los sistemas de intereses, visiones del mundo, estrategias y objetivos son más bien alicortos y, a menudo, contradictorios. Deberíamos admitir, además, que colectivamente hablando, tendemos a sobrevalorar lo que hacemos, a no buscar la excelencia y a tener poca ambición y autoexigencia.

Con demasiada frecuencia, queremos que nos miren, llamar la atención de los otros y sacar pecho con grandes fastos, negocios fáciles o proyectos mediocres de envoltorio lujoso; y luego, cuando se muestran las deficiencias, arrugarnos pronto y correr a refugiarnos en la grandilocuencia de las declaraciones y el victimismo incongruente. Esa es la ideología dominante en nuestras elites. Una ideología infantil e irresponsable; pero con la que hay quien obtiene grandes beneficios económicos y políticos, aunque los valencianos y la Comunidad Valenciana salgan perdiendo. Quizás así se explica por qué nuestra sociedad civil y las elites guardan silencio en medio de una crisis profunda del sistema económico y con un panorama político paralizado, opaco, lleno de escándalos de corrupción, y sin expectativas de mejora.

Pongamos un ejemplo. Hace muy poco, se acuerda una Estrategia de Política Industrial que desempolva los ya viejos tópicos de la necesidad de cambiar el modelo productivo, de apostar por la industria y la innovación, mientras se deja atrás un crecimiento centrado casi exclusivamente en el urbanismo descontrolado. Suena bien; por eso no hay discurso público que se precie que no recurre a estos tópicos; aunque es poco creíble, y no solo porque los recursos de la Generalitat sean magros, sino porque aquí, entre nosotros, predominan las prácticas reacias a la innovación y al riesgo, se estigmatizan los fracasos en las experiencias emprendedoras o formativas, que en los países emprendedores son la base del aprendizaje creativo, y se prefiere el negocio fácil al esfuerzo mantenido en el tiempo. Se castiga de hecho, lo que se dice pretender.

En mi opinión, las causas principales de la falta de talla colectiva de las elites burguesas de la Comunidad Valenciana y de su ideología predominante son tres: una identidad negativa, el conformismo y la dependencia de los recursos públicos. Desde hace décadas, las elites valencianas se han venido definiendo a la contra, sobre la negación o la oposición hacia todo lo que nos vinculara con nuestro espacio cultural e histórico más próximo y eso las ha llevado a negar la razón ilustrada, a enfrentamientos (impensables en las sociedades democráticas) con las universidades y a una determinación de objetivos estratégicos políticos y económicos más pendientes de nuestra relación con Madrid que de nuestra posición en Europa, además de dificultar el impulso de proyectos colectivos en positivo y con un apoyo social amplio, activo y cualificado. Y eso nos cuesta dinero en forma de redes de comunicaciones inadecuadas, y de pérdida de inversiones y de recursos humanos cualificados que abandonan nuestra comunidad.

Del mismo modo, las elites valencianas han abrazado y han hecho bandera de nuestra condición de espacio periférico y segundón en el ámbito español y europeo. Han sido activas, pero lo han sido en un marco espacial e intelectual limitado. Visto con perspectiva histórica es algo normal, porque las elites burguesas valencianas se integraron, protagonizaron y se beneficiaron provincianamente del proyecto burgués de estado-nación español. Pero el mundo cambia y muchas de las cosas que han tenido sentido en el pasado, ya no lo tienen o, al menos, no de la misma manera. Seguir de manera conformista, reivindicándonos como segundones y periféricos es arrinconarnos y perder el futuro y, si no reaccionamos, vamos camino de conseguirlo. Sólo hay que mirar la evolución comparada de nuestros indicadores económicos o la pérdida de calidad de los servicios valencianos de bienestar colectivo.

Pero, además, en las últimas décadas se han añadido elementos que explican la falta de pulso y exigencia de nuestras elites. Se ha impuesto la cultura de lo inmediato, el recurso a la subvención pública graciable y las nuevas formas de clientelismo. Lo que convierte cada vez más a la llamada sociedad civil organizada en un campo propicio para las corruptelas, negocios privados con dinero público o la ética oportunista y de geometría cambiable y sectaria. Todo eso nos debilita, nos hace perder recursos, nos empobrece colectiva e individualmente.

Llegados a este punto, se impone preguntarnos: ¿cómo podemos salir más fuertes y más cohesionados socialmente de la actual crisis? A corto plazo, no se puede esperar demasiado de una sociedad organizada subvencionada y con escasa autonomía de un poder político que presenta un panorama desalentador tanto si miramos a un Gobierno Valenciano sin fuelle ni liderazgo y a una oposición carente de un discurso claro y estrategia solvente. Para salir más fuertes del momento actual habrá que empezar a confiar en aquellos sectores sociales y ciudadanos, hoy minoritarios y poco estructurados, que puedan dar lugar a una sociedad civil con espíritu crítico, autoexigencia, independencia del poder político; menos dada al negocio fácil, al academicismo y al sectarismo, y con mayor capacidad para asumir riesgo y aprender de los errores. Es posible que así nos convirtamos en una sociedad más ambiciosa y más ilustrada, que deje atrás el peso negativo del pasado y los hábitos e ideologías que nos lastran. Puede parece difícil, pero, históricamente, en todas las sociedades humanas, la realidad que nos envuelve es impermanente y siempre puede ser cambiada.

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1 comentario

21/11/2010 11:45

Estoy de acuerdo en las grandes líneas con los argumentos de este artículo. No obstante ha existido y existe una burguesía valenciana ilustrada arrinconada en general por la política ya que se ha negado a unirse a un ningún bando. Don Vicente Cañada Blanch y D. Álvaro Noguera (mi padre) han sido empresarios cultos y emprendedores así como grandes mecenas de esta comunidad: su labor no es reconocida. Mi abuelo ayudó a refundar el Banco de Valencia y la Asociación Valenciana de caridad; tampoco se recuerda ya al abuelo Maldonado gran prohombre de esta ciudad. ¿Qué premios han recibido?¿Qué placas, estatuas o calles? Así nos va. Se premia el pelotazo, el corto plazo y el ser afecto al poder (da igual el partido). Aconsejo la lectura de una entrevista que me hicieron a este respecto que hoy publica Levante en la sección de economía, aunque sea competencia viene al caso.

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