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ESTUDIO DE ESCRITORES

Susana Fortes:
"Me gustan los hombres valientes"

M. DOMÍNGUEZ / FOTOS: J. CÍSCAR. 31/07/2015

VALENCIA. La prosa de Susana Fortes es pulcra, segura y luminosa. Y habla como escribe, calmadamente, con una sonrisa. Goethe decía que si alguien quiere tener un buen estilo primero debe hacer luz en su interior. El estilo es una secreción de la mente y se escribe como se piensa. Pero cuando le comento a Susana que su prosa me parece muy sólida y segura se pone a la defensiva, y me dice, algo alarmada: «¡Ya no tanto!». Y enseguida matiza: «¡Hay que desmelenarse un poco! ¡La perfección puede oxidar al escritor! Algunos críticos me lo han echado en cara, en mis libros anteriores». Le cito a Rafael Conte, el crítico de críticos, que advertía que ante todo un libro debe estar bien escrito y que después viene el resto. Susana me observa, con una mirada algo achinada, en ese rostro tan reluciente y seductor. «Ahora he perdido el encorsetamiento. Ahora soy de frases cortas, de más acción... ¡Escribir bien es un arma de doble fi lo! Se puede perder frescura... Hay escritores a los que les ha pasado eso mismo».

La miro algo perplejo. Susana Fortes me ha recibido en su domicilio, en la calle de Joaquín Costa de Valencia. Estamos en su estudio, sentados en un tresillo color hueso, con una pequeña mesa delante, donde reposan un par de vasos de agua y un libro de titulo amenazador: Las mujeres que escriben también son peligrosas. Allí tiene su librería, abarrotada, un televisor y una mesa de trabajo, muy despejada, con un pequeño ordenador portátil. En la pared cuelga una lámina con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, de la película Casablanca. «No te voy a dar nombres de escritores, por más que insistas... Pero si todos fuéramos Saramago estaríamos aburridísimos. En este oficio hay escritores de sprint y de fondo...».

Tiene razón, aunque más vale Saramago que tanta literatura basura. Pero lo que buscaba ser un elogio («eres una escritora con un estilo admirable, muy recomendable») se convierte de pronto en una discusión inesperada. «Hay que comer de todo: pasar del caviar a los espaguetis... Unos espaguetis pueden estar riquísimos». Le digo que quizá en nuestra literatura hay un exceso de espaguetis, o incluso de Telepizza, y que echo de menos comidas con algo más de fondo. Y entonces, Susana me replica, algo burlona: «Ya veo que estoy ante un académico...».

Intento defender un poco mi postura. Cuando me ha tildado de académico me he señalado con el dedo, riéndome, mostrando, algo teatralmente, mi sorpresa. Pero Susana prosigue: «Hay que leer de todo. A veces te apetece una novela policiaca, dejarte llevar por la intriga. Cada cosa tiene su momento. Por ejemplo, Stieg Larsson...». Le pregunto si acaso no le pareció un poco largo (desde luego, con Larsson no se puede decir aquello de breve). Me contesta que quizá, pero que aquella historia la atrapó, que «la fuerza adictiva de enganchar al lector es muy de agradecer», y que Mario Vargas Llosa salió en defensa del escritor sueco en una de sus tribunas, valorando la necesidad de ese tipo de literatura. «Que lo diga un premio Nobel, es importante», apunta de manera conclusiva, en una argumentación retórica algo ad verecundiam. Le replico que de Vargas Llosa hace tiempo que dejó de interesarme su opinión. «Pero ha escrito obras fundamentales, ineludibles».

En eso estoy de acuerdo (¡cuánto echamos de menos al Vargas de Pantaleón! ¡O al de la tía Julia!). Se produce un silencio. Insisto que a priori está bien leer de todo (como comer de todo), pero que el tiempo es poco y el saber, aunque digan lo contrario, ocupa mucho lugar. ¡Quedan tantas cosas pendientes! Que entiendo que se puedan leer novelas policiacas pero que a lo mejor se podría ocupar mejor ese tiempo. Ahora Susana Fortes me defiende a Benjamin Black, y me vuelve a sorprender. Benjamin Black es el seudónimo que utiliza John Banville cuando escribe sus novelas negras. Admiro mucho a Banville (autor de novelas excepcionales, como El mar o Los infinitos), pero me aburre Benjamin Black. Susana Fortes ahora es más cauta: «Es cierto que tiene novelas policiacas algo flojas... ¡Pero no me negarás que El secreto de Christine es una gran obra! ¡Es tan irlandés, Banville! ¡Sólo por eso me lo llevaría a casa!».

DE ROBERT CAPA A JAMES DEAN

En cualquier caso, la novela de Susana Fortes Esperando a Robert Capa me parece no sólo bien escrita, sino una excelente reflexión sobre el deseo de crear. Sobre la génesis de un personaje, el gran reportero y fotógrafo Capa, y su relación sentimental con Gerda Taro, también fotógrafa. La lucha de Gerda por ser, por existir al lado de aquel gran hombre que ella en muchos sentidos ha ayudado a crear. Y esa decisión final de seguir su camino, de ser Taro y no la mujer de Capa, es admirable. Así como los escenarios que Susana reconstruye de la guerra civil española.

Hablamos sobre ese libro, que se ha traducido a muchos idiomas («al inglés, chino, coreano», me dice mostrándome orgullosa una buena pila de traducciones). Sin duda, es una novela importante, llena de sensibilidad y buena prosa (con perdón). Ríe: «Claro que pueden tener frescura y al mismo tiempo hondura los personajes. La profundidad psicológica es esencial para no caer en el maniqueísmo... Piensa que durante mucho tiempo mi modelo literario fue Alejo Carpentier. ¡Me sé de memoria El siglo de las luces! Y en mi novela sobre Capa, una de las ideas es esa que apuntas de defender la profesionalidad por encima de todo, aunque sea a costa de la relación de pareja. Taro lucha por su identidad y defiende como una leona su territorio. Y ella aprende con él, ¡porque es más lista que una ardilla!».

Le digo que quizá podría haber insistido más en ese debate, en la dificultad de tener ‘una habitación propia', en ser reconocida por su trabajo y no por ser la novia de Capa: «Una novela está llena de carreteras secundarias. A veces, esas carreteras te apartan de la vía central, del hilo argumental. Y hay que resistirse. ¡Hay que tomar las riendas!».

En su siguiente novela, El amor no es un verso libre, reconstruye la relación amorosa de Pedro Salinas con la norteamericana Katherine Whitmore. «Durante una visita a Nueva York, con motivo de la presentación de mi libro sobre Capa, pude leer la correspondencia entre Salinas y Whitmore. Y encontré una carta que no me esperaba, y en la que nadie había reparado. Cuando Katherine Whitmore decidió acabar con la relación, se citó con Salinas y le explicó los motivos...

Éste, herido en su orgullo, le replicó que cualquier mujer sería feliz por salir con él. Y Katherine contestó: «¡Yo no soy cualquier mujer!». Susana ríe, satisfecha de la respuesta contundente de aquella joven estudiante de Hispánicas, que más adelante sería una importante académica. «¡Ahí se muestra el ego inmenso del poeta! Está casado, tiene una posición social, tiene mucho que perder, no quiere arriesgar, está bien como está. Es comprensible que tenga miedo... La verdad es que no tengo muy buena opinión de Pedro Salinas. ¡Me gustan los hombres valientes y Salinas no lo era!». Se queda pensando un momento y apostilla: «¡Quizá no podía serlo! Estaba entre la espada y la pared. Pero hay gente que elige la espada... ¡Sobre todo las mujeres!». Le pregunto que por qué sobre todo las mujeres. Ríe y matiza: «Bueno, bueno, algunas mujeres...».

Susana Fortes me asegura que no cree en una literatura femenina, igual que no cree en los géneros literarios. Estoy de acuerdo con ella, aunque a veces me parece que se contradice un poco. En Esperando a Robert Capa, cuando el fotógrafo siente celos de los coqueteos de Taro con otros periodistas, le suelta, según Susana, «toda la sarta de estupideces que los hombres han repetido cientos de veces a una mujer... O él o yo». Le comento que la escena al revés también se produce, que desgraciadamente esa sarta de estupideces no es patrimonio exclusivo de la masculinidad. Que me parece que también las mujeres, en esos momentos de obnubilación amorosa, dicen cosas de ese estilo. O ella o yo. Entonces le pregunto, algo a quemarropa, si en esa escena es Gerda Taro la que habla o, en realidad, Susana Fortes. Me mira y se ríe: «¡Aceptarás que es una venganza legítima...!».

Hablamos de su otra gran novela, Quattrocento, centrada en la conjura de los Pazzi, y en la Florencia renacentista. Recuerda con añoranza esos nueve meses que pasó en la ciudad del Arno, que la marcaron profundamente. Sale a relucir su admiración por Piero della Francesca, y también sus clases de historia del arte que imparte en el Instituto Sorolla, a estudiantes de nocturno. «Soy una chica de noche», apunta riendo, coquetamente. El tiempo ha pasado volando y la discusión ha sido provechosa, pero hay que ir concluyendo.

Durante toda la entrevista he tenido en la pared de enfrente dos fotografías de un joven taciturno caminando por una calle lluviosa. Mientras Susana Fortes me dedica su última novela, aprovecho para echarles un vistazo de cerca. ¡Es James Dean! «Las tengo desde mis dieciséis años. Me han acompañado por todos mis periplos. Por todas mis casas. Son mi fetiche, el hilo conductor de mi propia vida». Sin duda, James Dean era un hombre valiente. Y quizá también se merezca una buena novela.

(Este artículo se publicó en el número de marzo de la revista Plaza)

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