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EL CABECÍCUBO

Toda la verdad sobre Josep Pujiula, el hombre que construyó un paraíso al lado de una autopista

ÁLVARO GONZÁLEZ. 09/05/2015 Estreno del documental ‘Sobre la marxa'

MADRID. Un suceso único se mire por donde se mire. El documental Sobre la marxa (El inventor de la selva) es el trabajo de fin de curso de un estudiante del Grado de Comunicación Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra, Jordi Morató, pero no lo parece en ningún momento. Este vídeo podría haberlo firmado muy a gusto Werner Herzog. El crítico de El País, Jordi Costa, calificó su documental como "un trabajo de madurez, debido al tacto, la habilidad y la inteligencia con que maneja su delicado objeto de estudio".

Y un suceso único también por el tema elegido, la vida de Josep Pujiula i Vila, conocido como El Tarzán de Argelaguer, un tornero metalúrgico que construyó al lado de una autopista un poblado de cabañas y torres, con refugios para animales, ríos y un laberinto en un bosque de Girona. Una locura genial.

"Ser un poco salvaje es bueno para el cuerpo", le vemos decir en una serie de filmaciones realizadas en los años 90 con una cámara de vídeo doméstica. Aleix, un chaval que le admiraba, empezó a grabar cómo trabajaba sobre aquel poblado. Hasta el punto de que en un momento dado decidieron rodar películas en serio; Tarzan III, se titula una de ellas.

La excusa para construir de Josep era hacer refugios para los animales que había conseguido reunir en esa zona del bosque: caballos, cabras, burros... Porque en realidad lo que le gustaba era construir. Y nunca impidió la entrada a nadie de los que se acercaban a curiosear qué era semejante construcción en mitad de la nada, porque no era el propietario del lugar, entre otras cosas.

Por otro lado, su caso no es un fenómeno aislado. En la Casa de Campo de Madrid también hubo unos jubilados que levantaron una especie de "oasis" al lado de la tapia, aunque ni por asomo reunía las dimensiones de la obra del Tarzán de Argelaguer. En este caso, los problemas llegaron para Josep cuando sus instalaciones las empezaron a disfrutar jóvenes gamberros que allí acudían a fumar porros y beber. Los chavales no tardaron en empezar a destrozar el trabajo de este hombre, cuya reacción no fue otra que rodar películas en las que él hacía de Tarzán y "la civilización" intentaba atraparle. Cine alegórico.

Ahí le vemos calzarse un taparrabos y saltar al lago desde unas alturas escalofriantes, decenas de metros. Subirse a los árboles y gritar. Pescar con las manos y comerse los peces crudos. También introducen a un niño en la ficción, su supuesto hijo. La historia cuenta que a la madre del crío la han secuestrado "los civilizados", que van en motos de cross que más que civilización parecen punks de Mad Max.

Las escenas más edificantes de estos vídeos caseros es cuando se pelea con un cabrón, el macho de la cabra, a cornada limpia. Él las para con los pies y trata de inmovilizarlo al grito de: "¡yo soy el rey de la selva, aquí mando yo!". Los parecidos con Grizzly Man son recurrentes.

El chico, Aleix, luego en su casa montaba los vídeos y les ponía música electrónica de la época. Unos vídeos que serían hilarantes de no ser porque ese señor que sale en taparrabos disfrutando del entorno privilegiado que él mismo ha creado es un genio.

Uno de los detalles que lo demuestran es que para hacer frente a los porreros no diseñó ninguna trampa mortal, sino un laberinto de túneles que dificultaba llegar donde estaban las torres y los animales. No obstante, al ser humano a bestia no le gana nadie y los porreros comenzaron a reventar los túneles del laberinto y, lo más grave, a matar a los animales.

Es en ese punto cuando vemos a un Josep hundido, desolado. En un principio medita si poner alambre de espino en los túneles, pero luego se echa atrás. Admite que el equivocado es él cuando pretende crear un entorno que no entre en conflicto con la gente. Y dice, lo cual es emotivo: "quiero vivir en un mundo que no existe". Lo grave fue que un día apareció cuando se encontraban allí los susodichos y, no contentos con cargarse a sus bichos y destrozar lo que había construido, le dieron una paliza.

Momento en el cual Josep decide prenderle fuego a todo lo que ha hecho. Si los porreros no le dejan disfrutar lo que ha levantado pacíficamente sin meterse con nadie, pues ni mucho menos los que lo van a hacer son ellos, piensa. Y así, como si fuera un plan previamente trazado, incendia todos los túneles, puentes, casas colgantes, escaleras y torres que había hecho ahí, no lo olvidemos, entre unos árboles pegados a la curva de una autopista.

Pero pasa el tiempo y Josep vuelve. Aleix, el niño que le grabó en los momentos más delirantes, ya no está. Ahora es una historiadora estadounidense experta en art brut. Ha vuelto a levantar su poblado, tipo el de los Ewoks, y para esta mujer se trata de una obra única en el mundo.

Esta vez, las torres son más altas, el laberinto más enrevesado y las cabañas más grandes.

Y el mundo también ha cambiado y los jóvenes porreros de los pueblos ya no son tan psicópatas. No obstante, quien se cruza en su camino esta vez es la autovía. La autopista va a crecer y en el nuevo trazado sobra su pequeña aldea. Ha de destruirla. Y lo hace. Otra vez. Disciplinadamente lo destruye. ¿Para qué? Para volver.

Incluso años después regresa, ahora al lado de la autovía, y lo que se pone a hacer es a cavar su propia tumba. En roca dura, con un par, durante meses pica y pica hasta, dice, "perder la noción del tiempo". Vemos los túneles y son una obra alucinante. Veinte metros de cueva. En este caso, esta barbaridad tuvo que abandonarla porque aparecieron filtraciones de agua.

Y cuando ya parecía que el hombre gastaría lo que le quedaba de jubilación leyendo el Sport, vuelta a empezar. Lo volvió a levantar todo otra vez y más a lo bestia aún. Ahora fue la policía la que redactó un informe de peligrosidad de esas torres y, para demostrar la eficacia de este hombre construyendo, el agente dictaminó que el laberinto era muy peligroso porque no tenía salidas de emergencia. Estamos hablando de un laberinto de túneles de madera construido por un anciano con sus propias manos. Al final, Josep lo vuelve a quemar todo. Casi como algo rutinario.

En este punto Jordi Morató da por concluido el documental. No sin antes advertir de que Josep, a sus 76 años, aun sigue construyendo. No nos cansamos de decir que en televisión no se ve más que basura, pero este documental que ha echado Canal +, demuestra el poder de la pequeña pantalla. Y se trata tan solo de un trabajo de fin de curso, lo que empuja a preguntarse a qué televisión pudiéramos tener si de algún modo se diese salida a todo este talento.

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4 comentarios

carles escribió
14/05/2015 15:39

A modo de contrapunto y como me parece que,a tenor de sus artículos sobre música ochentera, usted es ducho en ese tema, Josep Pujiula compartió pueblo con Pedro Marín, uno de los pioneros del glam en España.

carles escribió
13/05/2015 19:36

buenas tardes, casualmente ese señor es vecino mio y tal vez les gustará saber que en breve viajará a Nueva Zelanda, invitado a raíz del documental citado.

Fernando Baquero escribió
09/05/2015 22:57

Increíble y orgulloso de que existan personas como éste señor. Ojalá le dejen construir este paraíso para el disfrute de todos.

Cesareo escribió
09/05/2015 21:36

Que gran hombre, Don Josep!!

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